sábado, 14 de mayo de 2011

Recuento 7: El orden de los factores no altera el producto

Este relato insólito consta de 3 partes que pueden leerse aleatoriamente, y cada una de ellas consiste en el punto de vista, a distintos tiempos, de varias personas a las que lo sucedido a una de ellas vino a cambiarles la vida radicalmente.

Comencemos, entonces, con El caso de Mauricio, una breve explicación de él antes de que sea leído: Cuando Gibrán, esposo de Paula, desapareció de su casa, de esto hace ya casi 3 meses, ella encontró este manuscrito debajo del colchón de su cama matrimonial y en todo este tiempo no le ha contado nada a nadie sobre su existencia, mucho menos sobre su contenido y la autenticidad del mismo. Su intuición femeninda le dice, empero, que todo lo que ahí está escrito por puño y letra de Gibrán tuvo lugar en la realidad. La relación tan cercana que Paula mantenía con Mauricio, su hermano, desde que leyó el manuscrito se ha desvanecido casi por completo.

El caso de Mauricio
Cerca de las 3 a.m., mientras en las otras habitaciones los demás miembros de esta familia se entregaban a pleno al oficio de dormir, en secreto, Mauricio dejó la cama, y, tratando de no hacer ruido, salió de la recámara y comenzó a andar hacia el pasillo con pasos silenciosos con el fin de evitar que alguien más despertase, lo descubriese e inevitablemente le cuestionase qué hacía de pie a esas horas.
Cuando llegó al descanso que precede la escalera, a Mauricio le fue imposible no ver el retrato de familia donde sus padres no consiguieron disimular el distanciamiento entre ellos cuando sus tres hermanas, su hermano mayor y él no tenían la menor idea de esto: el gesto auténtico de felicidad en el retrato en los cinco rostros de los preadolescentes era la prueba.
Mauricio comenzó a bajar por la escalera y cuando ya sólo restaban tres peldaños para pisar la sala, alcanzó a distinguir entre sombras una figura esbelta y que, a causa de la ausencia de luz, se sospechaba era amenazadora, quizás peligrosa, mientras estaba de pie a mitad de la sala como si estuviese a la espera del arribo de Mauricio para infligirle cierto tipo de perjuicio. Pero él, sin amilanarse ni un ápice, descendió los últimos escalones con sumo cuidado y avanzó, con el mismo sigilo que había guardado desde que dejó la cama de su habitación, hacia esa silueta negra y misteriosa que, al percatarse de la proximidad de Mauricio, comenzó a retroceder muy despacio y sin hacer sonido alguno.
Justo a un lado de la escalera, en la primera planta, claro está, se halla la habitación para las visitas pero que desde que sus padres decidieron separarse fue ocupada por su padre, la explicación de este hecho contradictorio es breve y es la siguiente: vivir en un mundo de apariencias es lo que cunde en ciudades como ésta, el qué dirán siempre le importó a la madre de Mauricio mucho más que cualquier otra cosa, así es que esa separación física y emocional se mantuvo en secreto para el resto de personas externas al núcleo familiar, por lo que para ellos y hasta hace cinco años, que fue cuando su padre dejó de existir, siguieron siendo una familia unida y sin problema alguno, un auténtico ejemplo para esta sociedad de doble moral.
Mauricio identificó, a pesar de la penumbra, la puerta de la habitación de su padre, llegó hasta ella y la abrió. La otra figura siguió sus pasos.
Adentro de la habitación de papa, Mauricio encendió la lámpara que estaba encima del tocador, la luz era muy tenue, lívida, podría decirse:
–No sabes cuánto te extrañé este día… bueno, ayer –dijo Mauricio en voz baja abrazando a Gibrán, su cuñado.
–Ya lo sé. –dijo Gibrán y sonrió– Estornudé mucho en la oficina, seguramente el mismo número de veces que te acordaste hoy de mí, digo, ayer.
Mauricio comenzó a besar el cuello de Gibrán quien respondió de la misma, vampírica manera en que era besado por el otro. En muy poco tiempo las dos bocas se fundieron en un beso que no podría adjetivarse de otra manera más que desesperado. Pero cuando Mauricio ya comenzaba a deshacer el nudo en el pantalón de la piyama, Gibrán se apartó de él:
–Me gustó mucho lo de la otra noche… –dijo.
Mauricio comprendió de inmediato a qué era a lo que hacían referencia las palabras de Gibrán por lo que se dejó puesto el pantalón y tomó a éste del mentón para darle un último beso antes de dirigirse a la cama.
Gibrán se puso de espaldas a Mauricio y se apoyó con los brazos en la cama. Mauricio le bajó los shorts no sin antes embelesarse viendo unos segundos el tatuaje de cabeza de león que cubría casi toda la espalda de Gibrán y que a Mauricio le recordó al león de la MGM. Mauricio no se reprimió y fue a besar ardorosamente las fauces del león antes de comenzar a descender por la piel de Gibrán hasta que sus labios llegaran al cóccix. Cuando al fin estuvo frente a las nalgas de Gibrán la tentación fue tanta que no lo pensó dos veces y le clavó los dientes como si esa carne fuese comestible; ante esto, Gibrán se quejó y tensó los glúteos, pero de inmediato relajó los músculos y terminó soltando una delicada risa de complicidad y satisfacción:
–Inclínate un poco –ordenó Mauricio y Gibrán le hizo caso.
Mauricio tomó las nalgas de Gibrán y las separó, las manos de Gibrán se colocaron encima de las de Mauricio para separar él mismo un poco más sus propias nalgas. Mauricio se desocupó de esto, dejando que Gibrán se encargara de abrir su propio culo, y se dedicó exclusivamente a lamer de manera delicada la sima de Gibrán quien, al primer contacto que tuvo su piel pudenda con la lengua de Mauricio, tuvo un espasmo y gimió de gusto para, después, contonear su trasero rítmicamente de tal manera que fue como si la lengua de Mauricio y la sima de Gibrán fuesen una pareja de bailarines que aun sin música era capaz de ejecutar la mejor pieza de baile, un vals, tal vez.
Sin embargo, al transcurrir unos minutos de realizar esta acción reiterativa, el encanto se fracturó cuando a Mauricio le surgió una incógnita y no dudó en separarse de Gibrán, quien ya sin pena o temor de ser escuchado en toda la casa gemía estruendosamente de placer por lo bien que se la estaba pasando, para externársela:
–Y si te gusta tanto, ¿por qué no le dices a ella que te lo haga? –preguntó Mauricio mencionando a ella, es decir, a Paula, su propia hermana.
–Porque Paula no es una puta… –respondió Gibrán llanamente y sin importarle herir a Mauricio con sus palabras.
Por alguna extraña razón, cuando Mauricio escuchó lo dicho por Gibrán, su vista fue a clavarse directamente en la ventana que daba al patio de la casa y, aunque no lo pudo comprobar, le pareció ver, a través de la textura de la cortina, que no era muy gruesa, el espectro de su padre que los acechaba.

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