martes, 16 de agosto de 2011

Recuento 11: Ahora ya sé que cuando tomo tequila te puedo soñar

Pues nada, con la novedad de que finalmente te soñé, espero y no te moleste haberte incluido en uno de mis sueños, bueno realmente se trató de dos pero esto lo aclararé más adelante, espero y no te molestes tampoco de que me atreva a contarte, descaradamente, que te soñé y que con esto he escrito un cuento con el único propósito de no olvidarlo nunca, así he sido siempre yo como las personas de antes que les gusta hacerse de ellos con el paso de los años y atesorar recuerdos para que al momento de verlos tiempo después, de redescubrirlos, en este caso sería leerlo, los reviven y esa sensación que experimentan tanto el cuerpo como el espíritu no tiene comparación. Además, me atrevo también a compartir esto contigo porque yo soy de esas personas que no saben guardarse las alegrías para sí mismo, compartirlas es lo mío.
Y, recordando un título de Federico Fellini, el sueño va:
Era mi habitación, y a la vez no lo era, porque a pesar de estar pintada del mismo tono y tener el mismo tipo de pisos así como ser del mismo tamaño pues le hacían falta la LCD, el minisplit, mis tantos libros, mi colección de películas y revistas de cine, la vieja PC que utilizo cuando mi laptop falla… Pero lo indispensable, como la cama y la lámpara así como el par de relojes de pared, sí estaban ahí, pero, ¿sabes? Es como si la posición de los objetos se hallase a la inversa, como si todo lo estuviera viendo a través de un espejo. ¿Te imaginas que tú y yo y todo el mundo existiera adentro de un espejo? Yo lo considero posible. Bueno, la verdad a mí no me importaría pasar toda una eternidad atrapado en el “looking glass” como “Alice” y pasar por una infinidad de avatares, siempre y cuando te llevara a ti de compañero de viaje.
Así es que en mi habitación estábamos tú y yo, y no sobre la cama que, para entonces, ya se hallaba con las sábanas revueltas y creo que ya había sido utilizada… para dormir, claro está. Eran como eso de las 10 de la mañana y por entre los espacios de las persianas se introducían feroces haces de luz, de esos que al verlos cuando entreabres los ojos te dejan ciego, de esos rayos solares que por acá es raro que falten para darnos los buenos días todas las mañanas.
Los dos estábamos a un lado de la cama, tendidos sobre el piso que estaba deliciosamente fresco, los 2 sólo llevábamos puesta la ropa interior, blanca, pulcra, inmaculada como tu piel. Yo tenía mi cabeza apoyada sobre tu regazo y observaba el techo, la manera en que las cinco aspas del ventilador daban vueltas muy lentamente, en cambio tú mirabas con atención, mientras tenías la espalda recargada sobre la pared, algo que se transmitía en una televisión obsoleta de esas que tiene acabado en madera y parecen piezas de museo… La verdad no sé qué veías, espero y haya sido Mulholland Drive, esa hermosa escena donde Laura Elena Harring y Naomi Watts lloran cuando Rebekah del Río canta “Llorando”, y no llora cantando, en el Club Silencio.
Oye, ¿pero te diste cuenta de la incongruencia que he escrito: estábamos tendidos sobre el piso y en la siguiente oración ya tenías la espalda recargada sobre la pared? Así es esto del mundo de los sueños: no hay reglas, todo es posible.
Entonces te abracé, con la intención de que no te fueras a ninguna parte, y alcé la mirada y tú también me miraste, los cuatro ojos se encontraron, los tuyos claros y los míos más oscuros, y me sonreíste y tomaste mi mano derecha y la llevaste a tu pecho…
Hasta aquí duró tu primera intervención en mi sueño, pero más tarde volviste y en una escena terrible y grotesca que no me gustaría describirla, menos relatarla, basta decir que es un pasaje triste y pornográfico donde aparecían un par de tipos sudosos que no sé de dónde salieron y otro más, de piel muy morena que tampoco logro reconocer de ningún lado, y resaltando de entre ellos, por tu figura esbelta y perfección, tú. Yo no participaba en esta otra parte del sueño, era invisible y, sin embargo, pues muy a pesar de no querer hacerlo, todo lo vi. Pero bueno, logré abrir los ojos, tras padecer esta escena dantesca, y así salir de la segunda parte del sueño y que me pareció más pesadilla que cualquier otra cosa.
Así es que el sueño acabó y lo primero que pensé fue en contártelo, volverte partícipe de mi alegría, compartir sonrisas de media luna. Sólo yo sé lo importante que es para mí eso de soñar a la gente que me importa. Y además porque, en ocasiones, las cosas que sueño suelen llegar a ocurrir. ¿Sabes? Nadie sabe en realidad qué misterio alberga el mundo de los sueños, si quizá la realidad sea lo que ahí sucede y la que nosotros llamamos realidad no sea otra cosa que un sueño larguísimo del que despertaremos en algún momento, no sé, digamos cuando sea nuestro turno de desprendernos del mundo. ¿Te imaginas lo que eso significaría?
Gracias por participar en mis sueños… Por sentirte al fin a mi lado, tan cerca de mí. Ahora ya sé que cuando tomo tequila te puedo soñar.    

lunes, 1 de agosto de 2011

Recuento 10: Hay un hombre bajo la sombra de aquel árbol

Desde aquí veo a un hombre bajo la sombra de aquel árbol. Está tranquilo. Su tez es clara, pálida, lo más seguro es que no sea de por aquí, por su cabello rubio yo diría que es extranjero o descendiente de ellos, europeos de ojos claros no se ven todos los días. Me pregunto qué estará haciendo él ahí. Quizás espera que las hojas del árbol caigan sobre su cabeza. Quizás espera el invierno. Quizás espera que llegue la muerte y le plante un beso. Hay muy pocas hojas marchitas esparcidas sobre el suelo, pero eso a él parece no importarle, desde que me he puesto a observarlo no se ha movido un milímetro de su posición. Quizás ese hombre desea ser tan alto como el árbol, para arrancar el fruto maduro que pende de la rama que no alcanzaría ni poniéndose de puntas. Ese hombre no se mueve, y yo soy invisible para él. Él está tan quieto como el viento, y yo también mientras lo observo. Ese hombre espanta a los pájaros que detienen su vuelo en las ramas del árbol, pero no creo que él sea un espantapájaros de profesión, si tan sólo él dijera algo o yo me atreviera a preguntar. Desde aquí veo a un hombre bajo la sombra de aquel árbol, yo, que estoy tan lejos de ti, deseo estar un poco más cerca, protegerme de los rayos del sol bajo la sombra del árbol igual que tú lo haces y, por qué no, poner mi oído en tu pecho y escuchar los latidos de tu corazón. Los solitarios somos todos iguales.