sábado, 26 de marzo de 2011

Recuento 6: Misteriosas Casualidades


*A ver, este cuento lo publiqué en mi anterior blog el 16 de marzo de 2005. Pero, creo que realmente yo tenía como quince años cuando lo escribí y participé con él en un certamen de la prepa. Me gusta demasiado. Se los obsequio ahora, espero no les resulte indiferente:

De gira turística por el interior de mi disco duro. Carpetas amarillas. Selecciono la titulada “Solitarios”, doy un clic. Un centenar de archivos: el azar. El documento número 021. Descubro éste, que sigue ahí todavía, calladito, sin hacer ruidos; lo abro. Lo leo. Y lo recuerdo. Fue éste quien motivó un posterior relato, un tanto más elaborado, de al menos cuarenta cuartillas:

Bajo por las escaleras con algo de prisa. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac, tic tac…

Busco el reloj en la pared del comedor: las doce y media. Entonces subo a mi habitación, el reloj del estéreo: las doce veinte. Levanto el auricular. El teléfono da línea. Marco: cero, tres, cero. Un tono, dos tonos. Me miro triste. Un espejo ovalado. Las bolsas de piel floja que sobresalen debajo de mis ojos: la hora exacta es: doce treinta pe eme. Suelto el auricular. Tic tac, tic tac, tic tac.

Busco abajo, en la cocina. Ahí está ella, sintonizando en el televisor el programa de las recetas de comidas internacionales. Ya me voy. ¿A qué horas llegas? No sé, las siete o las ocho. Salgo.

Espero el camión. Más lejos, gris metálico y de franjas onduladas aguamarinas y amarillas. Le hago la señal. Se detiene. Busco el dinero en el pantalón y subo. Dejo caer las monedas. Encuentro un lugar donde da la sombra. Me siento. Tic tac, tic tac, tic tac.

Los viajes largos me parecen tan aburridos, para hacerlos más cortos hay quienes cierran los ojos y sueñan. Yo no soy de ésos. Casi siempre llevo un libro en la mochila para leerlo y así hacer más breve el recorrido. Busco entre tantos papeles de la mochila. Libretas, libros de biología, física, matemáticas. De pronto aparece una revistilla y en la portada una niña de la calle, descalza, sentada en cuclillas y con las manos pidiendo una ayuda, y en letras grandes el título: Abuso Infantil. No recuerdo cuándo fue que me lo dieron, pero es que vivo como mi ciudad quiere que viva, deprisa. Paso unas hojas, entonces hago memoria, es un folleto de los Testigos de Jehová, quienes, como siempre, llegan a casa y hablan y hablan y hablan hasta que se les da la “cooperación”. Desde luego no hay nada fuera de lo común. El camión se detiene. Un semáforo en rojo. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac. Sube un hombre con guitarra en mano. Cansado, triste, crudo, bien podría decirse que hastiado por la vida, la suya, la del mundo. Canta sereno.

El recorrido continúa.

En la estación suben las personas, demasiadas. Señoras, señores, niños enmochilados, familias enteras con niños de brazos. En ese momento apareces tú como un milagro, la prueba de que Dios le pone atención a mi mundo. Cuando miro a través de la ventanilla me doy cuenta de que eres mi primera casualidad en la vida, mi primera buena suerte. Tan frágil de pie, con un halo de escarcha verde brillante que te envuelve como a un ser legendario. Entonces corres porque el camión está a punto de seguir su marcha y es el último en salir. De amarillo y mezclilla azul. Buscas un lugar vacío para ocuparlo, y el único que queda está adelante del mío. Qué ojos tan dulces de color de nuez, podría llegar a sacártelos y comérmelos sin pensarlo. Y qué labios tan jugosos como de gomas dulces de naranja. Te sientas y miro tu cuello tan delgado y en él hay un collar de piedritas blancas nacaradas que desprendería si pudiera y si tuviera la voluntad también te arrancaría la cabeza y la guardaría en el cajón de mi buró por siempre. El camino sigue y no te pierdo de vista, pienso tantas cosas tan endemoniadas. Podría arrancarme los ojos y no dudaría en pegártelos en la espalda para así seguirte a todas partes. El camión se detiene. Te bajas y te vas. Me siento tan desdichado. Tic tac, tic tac. Se desvanecen las horas.

Llego a la escuela, como siempre unos minutos tarde. Algoritmos, logaritmos, meiosis, mitosis, moléculas, átomos, fórmulas, instrucciones, la dictadura de Díaz, la buena voluntad de Juárez. Y tus ojos pintados en el horizonte, en el brillar de los ventanales. Sin dejar de pensar en ellos; en tus labios en forma de camarón también: uno arriba con las patas hacia abajo y el otro abajo con las patas para arriba. Todo ocurre tan despacio.

Me encuentro una vez más en el camión, ahora en sentido contrario. Deseo que por pura coincidencia lo tomes y está ocasión te sientes junto a mí.

La casa. Es de noche. Ya llegué. Está en la sala, leyendo una revista de modas. Ahorita bajas a cenar.

Entro a mi habitación, dejo caer la mochila, me tiendo en la cama. No hay otra cosa en mi cabeza, la escarcha verde, los ojos de virgen de bulto, el cuerpo que sube y que toma un lugar vacío, adelante de mí, tan cerca, sin tener el valor de tocarte, de pasar un dedo por tu oreja y hacerte cosquillas. Saco una libreta y entro al cuarto de baño. Y mientras me siento en el retrete y me bajo el pantalón pienso en lo que voy a escribir. Tal vez un verso.

Que noches tan efímeras.

Las once y media de la mañana. Despiértate, ya viene la muchacha a tender la cama. Sí, ya me voy a bañar.

Salgo del cuarto de baño en toalla. Ahí está la criada todavía. Se avergüenza al verme así. Con permiso joven. Sale asustada. Pienso en ti. Creo que tal vez soñé contigo.

Debo calcular todo escrupulosamente. El tiempo. Tengo que encontrarme contigo otra vez. Necesito repetir cada paso sin yerro.

Bajo por las escaleras. Las doce treinta. Arriba las doce veinte. En el teléfono: la hora exacta es: doce treinta pe eme.

Busco en la cocina, no hay nadie, encuentro entonces el recado en una servilleta. Fui al mercado con la muchacha. Escribo abajo, salgo a las siete. Subrayo.

Espero el camión. Lo veo venir. Lo tomo. Encuentro un lugar en la sombra, siento en todo mi cuerpo esa hilera de hormigas que caminan con sus patas haciéndome cosquillas. Qué hermosa casualidad.

El semáforo en rojo. Sube el hombre y comienza a tocar la guitarra cansada, aburridamente.

En la estación. Miro por la ventanilla, esperando que subas. Descarto entre tanta gente. No, esta vez no hay nadie. Triste. No sirvió de nada que me afeitara el rostro, que me pusiera colonia, la camisa nueva. Esta vez perdí. Tic tac. Pero… ahí estás, le das un golpe al camión para hacerlo pararse. Apareces a un costado, saliste de la nada como un duende lleno de magia. Corres deprisa y no hay de otra, el chofer cede y desacelera y se detiene. Subes. De blanco, un busto romano de mármol. Un angelito de azúcar. Un desnudo que ha pintado Goya post mortem. Una maja vestida a la moda, un majo. No dejas por nada la mezclilla, ¿verdad? Buscas un asiento. El único está enfrente de mí. Tómalo y dame permiso para tomarte. Devoción.

Tic tac, tic tac, tic tac. Maldito fin de semana. Prolongado.

Ya es lunes. Planeo todo de nuevo con suma calma. Los relojes, la sincronía. Recreo todo paso tras paso como en los días anteriores. Tic tac, tic tac. La despedida. El camión. El semáforo en rojo. No sube el cantante. Dejo que pase así. La estación. Tic tac, tic tac. No apareces, no estás. No hay sombras. Tic tac. Pero, es únicamente un día, al día siguiente sí llegarás, no podrás fallarme.

La escuela lenta, pero aburrida. Debería dormir por más tiempo. El maestro se enfada cuando no respondo una pregunta. Y otro me sorprende escribiendo un poema y dibujando tu rostro a lápiz. Tus ojos de nuez. Tic tac, tic tac, tic tac.

El martes. El mismo proceso. La misma obsesión. No obstante todo, continúas sin presentarte a la cita pactada. No siento tanta paranoia, pero empiezo a creer que las casualidades no existen y mucho menos si son premeditadas. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac.

Me advierten en la escuela sobre mis retrasos. Llevo días en que me he comportado de manera extraña. Y el viernes hay examen. Tic tac.

Miércoles y jueves. No concibo. No acepto. No estoy de acuerdo con que tú sigas sin presentarte. ¿Por qué? Es injusto. Es la primera vez que me apasiono tanto. Es la única vez que he sentido tanto amor. Necesito verte, aunque sea la última vez. Tus labios. Tus cabellos. Tus ojos. Tus piernas azules.

No le hablo a nadie en la escuela. No puedo ver a nadie. Estoy muerto. Me oculto en la biblioteca y enloquezco. Busco en un diccionario un adjetivo que sea perfecto para ti. Apenas voy en la letra a. Tan triste. Tic tac.

Ya para el viernes pierdo toda esperanza de verte. Tomo el camión más tarde de lo habitual. No hay semáforo en rojo. No hay cantantes ni guitarras. No hay aglomeraciones en la estación.

Había olvidado el examen. El maestro no. La verdad es que es muy difícil. Conceptos. Juicios. Discernimientos, más o menos. No tiene sentido. No tiene importancia. No hay vida sin ese par de ojos. Tic tac.

El examen en blanco. Salgo del aula.

Voy en el camión. Serán acaso las seis menos diez. Paso la iglesia. Me persigno. La noche púrpura. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac. ¿Serán visiones? ¿Será un milagro? ¿La presencia divina? Apareces. Cuando hay un semáforo en rojo. Apareces únicamente para darme el último zarpazo. Junto a él. Tic tac, tic tac, tic tac. Mi corazón late. Tan acelerado. Pero no hay lugar para que estén juntos. Te sientas adelante y él atrás. Y más atrás estoy yo, mordiéndome los labios y apretando los dientes. Si pudiera, si debiera, te reclamaría. Tic tac, tic tac, tic tac.

Sin embargo, es imposible enfadarse contigo. Nunca te había visto de rojo. Eres la cosa más perfecta que jamás haya tenido tan de cerca. El perfil. La profusión de tus labios. La finura de los dedos. Tic tac, tic tac, tic tac. Lágrimas.

Hablas con tu compañero. Pero no alcanzo a escuchar tu voz. Maldita ciudad imperfecta. Estoy seguro que es muy suave. Muy diferente a la mía. Incapaz de ser mía. ¿Por qué será que no te das cuenta que estoy ahí? ¿Seré acaso invisible? Tic tac.

Veo claramente como te vas durmiendo. Te vas perdiendo en el cristal de la ventanilla y tu compañero te roza el cabello. Duerme así, sobre tus manos.

Y yo te imagino en mi cama y yo a un lado de ti. Abrazando tu cuerpo de estatua. Y susurrándote cosas al oído. Probando tus labios y tocando tu piel para saber si es real o si sabe a leche tibia. Tic tac.

No me doy cuenta. El camión casi llega a la última parada. Me pongo de pie. Timbro. Pero tú también y él, desde luego. No me miras. Tic tac.

Ambos descendemos a la tierra ruidosa. Yo por detrás, tú y él por delante. Tic tac. Me hago el despistado. Espero un poco hasta que te alejas de mí. Tal vez pueda seguirte sin que me notes. Tic tac. Pienso tantas cosas. Pero es que si te sigo y me doy cuenta de que no eres como yo creía, como te he idealizado. No podría vivir así. Tic tac. Las casualidades son tan injustas. Debo dejar que te vayas. Y, de hecho, lo haces sin solicitar mi consentimiento. Me alejo. Tic tac. Te alejas. Tic tac. Volteo hacia atrás. Tic tac. Ahí vas, de rojo. Tic tac. Tan débil e inocente, junto a él. Tic tac. Como fruta prohibida. Tic tac. Lágrimas.

Misteriosas son las casualidades. Pienso que tal vez fuiste una casualidad que no me correspondía. Y yo traté de que me correspondieras. Pero es que nadie puede resistirse a algo tan sublime. Tic tac. Lágrimas.

Ya recordé el título, y todavía me sigue gustando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario