viernes, 27 de mayo de 2011

Recuento 7: El orden de los factores no altera el producto

Muchas veces se ha dicho que lo que acontece en los sueños tiende a organizarse en torno a los deseos reprimidos del soñador, es decir, que toda esa aparente sinrazón que en ocasiones logra entretener, en otras espantar e incluso suele no ser recordada al despertar tiene el único propósito de querer llevar a cabo lo que creemos, o sabemos, que es imposible de ser; la ciencia de los sueños se funda en los anhelos que no es capaz de expresar el que sueña debido a múltiples factores restrictivos, los primordiales: la moral y las llamadas “buenas costumbres”. Que esta explicación concisa sirva para entender lo que ocurrió con exactitud a Gibrán esa noche cuando al irse a dormir junto a Paula, su esposa, y comenzar a soñar, en sueños tomó una decisión sobre la cual no habría vuelta de hoja y extraordinariamente repercutió de manera directa al mundo externo al de los sueños.

El caso de Gibrán

Gibrán se habló así mismo:

Esta situación no puede continuar así, cada vez me siento más cercano a él que a Paula. De él, estoy enamorado; con ella, tengo un compromiso, dentro de lo que cabe, la quiero: estoy seguro de que Paula me ama, ambos nos comprendemos y, sin embargo, jamás ha habido honestidad absoluta hacia ella y eso se encarga de estropear una relación que, tal parece, jamás será recíproca… Paula, en este momento duermes a mi lado, pero en este mismo momento desearía no estar aquí sino junto a él, compartirlo con tu hermano…

Gibrán se acomodó en la cama y súbitamente comenzó a dormir, de rato estaba soñando. El sueño de Gibrán, como el de la mayoría de las personas, no tuvo un inicio claro y tampoco continuidad:

Es el panteón municipal y es ya de tarde. Hay muchas personas reunidas ahí, parece algo así como una kermés o un día de campo que se concierta sin guardar orden, ninguna de las personas lleva gesto de congoja a pesar de ser éste un lugar en el que por lo común la gente lleva la cara triste o seria, al menos. Un detalle más, es como si yo tuviera, a lo mucho, diecisiete años. Mis padres me acompañan a la entrada del panteón…

Estamos de pie frente a la tumba de mis abuelos y en la que además descansan los cuerpos de una tía que murió cuando yo aún no nacía y un primo, de quien guardo pocos recuerdos, que murió atropellado a sus escasos cinco años. A un lado de nosotros, cerca de unas tumbas que son de tierra y están tapizadas de flores amarillas y olorosas, hay varias personas que ríen a todo lo que el pulmón les alcanza, sin importarles que a mi mamá le escurran lágrimas y se le quiebre la voz mientras reza un Padre Nuestro en voz que busca ser alta pero no lo consigue...

Entre ese grupo de gente risueña que está a nuestro costado izquierdo, identifico a un joven que lleva una gorra, es esbelto y menudo, le calculo unos veinticinco años de edad, más o menos, su tez seguramente es clara pero ahora luce bronceada, su sonrisa es inocente y seductora al mismo tiempo, engañosa podría decirse, y sus ojos borrados son cautivadores, un señuelo; a la derecha de ese joven hay otro cuya tez es más clara pero sin llegar a ser pálida, de unos veintitrés años, sus ojos son grandes y oscuros, cuando les pega la luz del sol me doy cuenta de que son de un café avellanado, sus labios son perfectos como para ir y plantarles un beso, es más delgado que el otro joven, flaquito, y tiene un rostro angelical como de quien es incapaz de cometer algún ilícito, su mandíbula se delinea por una hilera de vello facial recortada escrupulosamente, en sus manos lleva un libro grueso, pero no alcanzo a leer el título…

Al centro del panteón hay dos grandes mesas: una, en la que varias personas están jugando a la lotería, escucho cuando cantan el gallo y las personas comienzan a imitar el canto del ave y luego terminan riendo; la otra, es donde vamos a sentarnos y es en la que la gente consume los sagrados alimentos –¡y, sí, a mitad del panteón!–. Ocupo el asiento que está enseguida de ese joven de ojos borrados. Todo lo que digo le causa gracias y el sonido de su risa es contagioso. Frente a mí están mis padres y encuentro reprobación en sus miradas, se dan cuenta de mis evidentes intenciones de seducción hacia ese joven que me supera en años. Extraño que por ningún lado se vea al otro joven, el más serio y que llevaba un libro en las manos y que también me agradó al momento de conocerlo…
–¿Sabías que antes ya te había echado el ojo? –me dice el joven de ojos borrados mientras caminamos hacia la parte en que se hallan las tumbas más antiguas del panteón.

–En serio, ¿dónde, tú? –respondo preguntando y él se ríe.

–Fue en un sueño anterior, de hace un par de años –dice él, y me es inevitable notar que dependiendo de la iluminación, del reflejo, sus ojos o son verdes o son azules. Nos detenemos y recargamos en una vieja cripta cuyas paredes están cubiertas de lama.

–La verdad, me cuesta mucho recordar lo que sueño –le confieso cuando me tiene de frente.

–Fue justo la noche antes de que te casaras con Paula –dice, pero yo no sé de quién me habla ni de a qué casamiento se refiere, me agacho para arrancar una mala hierba, pero él sigue hablando. –Era una pesadilla: ¿recuerdas el pantano, Nueva Orleáns, cómo te hundías pero yo llegaba a sacarte de ahí?

–No recuerdo nada de eso, mejor dicho, no quiero recordar… –le digo y avanzo hasta llegar al camino que conduce a otra parte más en el panteón donde los ataúdes están a la intemperie. Me doy cuenta, con sorpresa, de que en ese lugar está ese otro joven que lleva el libro en sus manos, me parece tan apuesto, quizás más que el joven de ojos borrados y, sobre todo, sin esfuerzo alguno demuestra ser todo un caballero a sus veintitrés años, que es la edad que le estimo.

–¡Ven conmigo! –me grita el joven de ojos borrados cuando el otro ya ha intercambiado miradas conmigo desde el sitio donde están los ataúdes a la intemperie. Por un momento no sé qué hacer.

–¡¿A dónde?! –le pregunto gritando al joven de ojos borrados.

–¡Adonde sea, mi vuelo ya está por despegar, vámonos ya!

Antes de regresar con el joven de ojos borrados, intrigado camino hasta estar más cerca de los ataúdes que están a la intemperie y al llegar a ellos me doy cuenta de que en su interior no hay cadáveres de personas sino de perros, el joven de tez clara que también está ahí me ve de una manera muy seria, entonces, le pregunto qué está leyendo.

–La historia sin fin de Michael Ende, ya estoy por terminar el libro –me responde con una voz serena, dulce hasta cierto punto, distinta a como creía que sería.

–Entonces, si ya estás por acabarlo, no es verdad eso de que sea una historia interminable –le digo y él sonríe, sus labios son cada vez más irresistibles.

–Libros como éste continúan para siempre en tu mente, continuarán hasta la eternidad a pesar de la muerte de quienes los hayan leído, si eso es lo que quieres decir –dice.

–Me agradas demasiado, desde que te vi y más ahora que hemos cruzado unas pocas palabras –le confieso al joven que me responde sonriendo.
–Estaría bien si algún día nos conociéramos en persona –me dice, pero no entiendo qué quiere darme a entender si justo ahora estamos frente a frente, en persona.  
–Ojalá y así sea –le digo a ese joven noble y sereno, intelectual siguiéndole el cuento de que en este momento no somos nosotros quienes estamos conversando sino cierto tipo de proyecciones nuestras, hologramas; él me sonríe y asiente.

Estoy a punto de volver sobre mis pasos, deseando tener el valor de ir a por un beso de ese joven de tez clara, al menos darle un abrazo fuerte de saludo y despedida, pero la timidez no me lo permite y lo dejo que continúe con su lectura en ese cementerio canino…

Voy caminando junto al joven de ojos borrados. Su sonrisa, sus ojos, lo tomo de la mano y andamos hacia una avioneta que está estacionada al fondo del panteón, mientras lo hacemos pasamos a un lado de mis padres: él, me voltea la cara; ella, mueve la cabeza de un lado a otro como si se hiciera la pregunta de “en qué fallamos con este muchacho”. “¡En nada!”, le respondo en voz alta y justo al pronunciar estas palabras siento como la mano de mi acompañante aprieta la mía con más fuerza...
–¿Sabes si en el vuelo nos pondrán alguna película? –le pregunto al joven de ojos borrados mientras subimos al vehículo.

–Tal vez The Curious Case Of Benjamin Button, ¿ya la viste?

–No, de qué trata.

–De un hombre que vive una vida distinta a las demás, una vida al revés podría decirse; incluso su historia de amor es muy atípica.

–Mira, vaya caso más curioso, mis historias de amor nunca han sido típicas.

–Lo suponía...

Paula sintió un espasmo, como si en sueños fuera cayendo hacia el vacío, despertó exasperada y se dio una vuelta en la cama para abrazar, encontrar protección en Gibrán, pero se dio cuenta de que él ya no estaba en la cama, había desaparecido.

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