sábado, 30 de julio de 2011

Recuento 9: En Resumen, Te Quiero

Querer mostrar que todo lo que llamamos verdad es verdad, no es sino una de las posibilidades de la verdad. Siempre puede haber otras tan legítimas como la anterior.

Marco Denevi.

No es que sea un experto en la interpretación de los sueños, porque de ninguna manera me definiría como tal y, sin embargo, sí estoy seguro de la existencia de esta facultad, que muchos considerarían intuición o sexto sentido, para fácilmente darle alguna significación a lo que cuando dormimos podamos ver o realizar en sueños, y a las pruebas me remito.

Pero más allá de la simpleza de decir “soñar con boda es que prontamente habrá algún fallecimiento” o “soñar con mierda es que recibirás dinero”, cuando alguien me cuenta lo que ha soñado, no comienzo a configurar ninguna explicación en base a las pistas que me sean dadas en esos mensajes encriptados, que son enviados subconscientemente a través de los sueños, a todo aquel que acude a mí colmado de incógnitas sino que dejo que mi cuerpo hable y sin necesidad de pensarlo dos veces, comunico lo que la sangre me exije, “eso” que al soñador le hace falta saber, la anhelada respuesta para que encuentre solaz. Pero allá ellos si quieren escuchar o no lo que les digo o si simplemente les bastaba con desembuchar lo que los aturdía con alguien de su confianza.

Hace un par de días me despertaron a las tres y tantos de la madrugada, como tambores de Calanda los rings del celular sonaron con perseverancia por varios minutos, “a estas horas sólo puede tratarse de alguna llamada de extorsión”, pensé, la televisión suele ponernos paranoicos, la verdad. Encontré el teléfono que descansaba junto a mí en el buró, a un lado de la cama, y antes de contestar recordé los últimos momentos de mi sueño: en él, yo subía y bajaba escalones intentando incansablemente de llegar a un punto, me hallaba algo así como perdido en cierta estación del metro que no podría decir cuál era porque nunca había estado en ella, un sueño un poco angustiante, porque yo sabía que me hacía falta llegar de inmediato a mi destino, lo extraño es que desconocía también cuál era éste. Por cierto sucede una extraña contradicción con respecto a esta suerte de don que poseo, jamás me ha sido posible dar significado a mis propios sueños. Y, bueno, así es que sin retirarme las lagañas de los ojos, mi mano dio con el teléfono y atendí: Desde hace más de una hora estoy despierta y con miedo, no sabes, fue una cosa tremenda, era una mujer horrible, decrépita, de ésas que parecieran haber salido de una película de terror, no sabes, me dio un susto bárbaro del que todavía no me recupero, te lo juro que estoy sudando frío, oye, ¿estás ahí?, terminó de decir la voz de Elena que hablaba entre atropellada y con prisas. Sí, aquí estoy, ¿ya te diste cuenta de la hora qué es?, le pregunté con tono de regaño. Sí, mi Jules, ya pasan de las tres de la mañana y ya sé que te levantas a las cinco y media, pero es que cómo te explico que necesito que me digas de qué se trató todo eso, no sabes, no he podido pegar el ojo desde que desperté bañada en sudor y llorando, como a eso de las dos, y, no sabes, con eso de que Eugenio está de viaje de negocios, estoy solita y mi alma aquí en casa, y, pues eso, que sólo se me ocurrió llamarte a ti, mi bien ponderado Jules, ayúdame, honey bee, tengo mucho espanto, terminó de decir. Bueno, cuéntame entonces qué fue lo que soñaste, pero no te prometo dilucidar gran cosa, en serio que mis sentidos están algo aletargados, le dije y me tendí boca arriba sobre la cama. Gracias, mi Jules, por eso te quiero, bebé; pues nada, resulta que Eguenio y yo entrábamos a un McDonalds, imagínate, en mi vida he pisado uno, ya ves que mi dieta me prohíbe ingerir comida que no es comida jajajaja… ¿me escuchas?, me preguntó Elena al terminar de reír por su propio chiste. Sí, te estoy poniendo toda mi atención, Ellen, le dije. Gracias, bebé, y bueno, los dos ocupábamos una mesa y se nos acercó una mesera a tomar nuestra orden, una muchachita muy linda, y con una vocecita dulce, su uniforme era como de esos que solían usar las camareras de tiempo atrás y como se ve en las películas, en tono turquesa, y no me acuerdo qué ordenamos, la verdad, pero seguramente fue alguna cajita feliz, ya ves que estando ahí, ¿qué otra cosa podíamos pedir? Entonces esta chavita que era rubiecita, de piel blanca y muy mona, tipo Candy Candy, pero su pelito no era rizado sino lacio, se marchó y Eugenio y yo nos quedamos solos, pero no cruzamos una sola palabra, es más desviábamos la mirada del otro, yo, como tenía la ventana de frente, veía que afuera había un columpio y en una de las sillitas de fierro un niño como de unos cinco años, era columpiado por una señora gorda y ya como de unos sesenta años… espérate, ahora que recuerdo bien, ese columpio estaba instalado en un pequeño jardincito y el zacate se miraba como quemado… sí, como si alguien le hubiera prendido lumbre… curioso detalle; y, bueno, entonces, la muchacha regresó, como sucede en las películas la comencé a ver de abajo para arriba, inicié con sus pies, sus piernas, su falda, el vientre, no llevaba ninguna charola en las manos ni nuestro pedido tampoco, luego le vi el pecho y el cuello y al llegar a su rostro, horrible, mi Jules, no encuentro palabras para contarte cómo era… mmm… ¿te acuerdas de la película de He-Man And THe Masters Of The Universe?, me preguntó Elena. Creo que sí, con Dolph Lundgren, ¿verdad?, le dije. Sí, mi Jules, pues la mujer esta, no sabes, era idéntica a la mujer que Skeletor tenía prisionera, ya ves que en la película poco a poco se iba como que pudriendo en vida, así como que desintegrándosele la cara, yéndosele para abajo los músculos y la piel, horrible la mujer, así era el rostro de esta tipa que vi en mi sueño. Pues de esa escena en particular no me acuerdo, pero me imagino, Ellen, le dije. No, así no cuenta, me dijo Elena, cómo te explico… En Aura de Carlos Fuentes, en Consuelo Llorente, ¿si te acuerdas?, me preguntó. Claro que sí, ahí tengo en mi cajón de proyectos inacabados una adaptación al cine que hice de ese relato, le dije. Pues imagínate que tenía de frente a la vieja bruja esa desquiciada y de más de cien años frente a mí, terrorífica imagen, tengo miedo todavía, mi Jules…, dijo Elena. ¿Y qué más pasó, Ellen?, le pregunté. Desperté cuando ella intentó acercárseme; tú qué crees que quiera decir mi sueño, me dijo. Que estás esperando un hijo, tienes por lo menos cinco semanas de embarazo, le hice saber, las palabras brotaron por sí solas de mi boca, no me dieron tiempo a pensarlas, por un momento Elena no pronunció una sola palabra así es que tuve que preguntarle si todavía seguía en la línea. Sí, aquí estoy, petrificada por la noticia que me acabas de dar, Julito, no me lo creo, en serio, me dijo. Pues allá tú, y, por cierto, no me digas Julito. Sorry, Jules, es que el miedo por el sueño ya se me pasó, pero ahora estoy bien nerviosa por eso que has dicho y tú nunca te equivocas, cabrón, me dijo. Ellen, no sé decirte cómo es que lo sé, pero lo sé, estás embarazada, felicitaciones, en serio, te mando un abrazo fuerte, también a Eugenio, pero tengo que dormir, le dije. Sí, lo entiendo, mi Jules, creo que te voy a colgar para marcarle a Eugenio, besos mi adivino adivinador, te marco por la tarde, disculpa mis molestias de señora chisqueada, bye, precioso, me dijo. Hasta luego, Ellen, le dije y colgué, me di media vuelta sobre el colchón de la cama, tomé la almohada, la abracé y traté de dormir, en pocos minutos todo se volvió negro.

Y en otros pocos minutos más timbró la alarma del despertador.

A un lado, en la misma cama, tenía a Eugenio, le di un beso en la espalda, me encanta hacerlo porque es como si probara el agua del mar al entrar mis labios en contacto con su piel y me dejara su sabor salado impregnado en ellos. La hilera de besos continuó subiendo hasta alcanzar su nuca, luego, mientras pasaba mis dedos por su cabello, le dije al oído que había tenido un sueño muy extraño. ¿Con qué soñaste, ahora?, me preguntó algo adormilado y teniendo la boca sobre su hombro izquierdo, siempre suele dormir de esta manera, por lo que sus palabras apenas y las entendí. Con Elena, le dije. Tenemos años sin saber de ella, desde que le encontró el sabor a la vida, se olvidó de este par de camotes, dijo él y rió con la nariz. Abracé a Eugenio y le conté detalladamente todo lo que había soñado. Dicen que es malo soñar con mujeres embarazadas, me dijo Eugenio, al terminar el relato de mi sueño. ¿Malo, en qué sentido?, le pregunté. Pues no sé muy bien, me dijo, pero dicen que es señal de que una desgracia está por venir. Y a ti quién te contó eso, le dije. No sé, cosas que aprende uno de la vida, mejor ya deje de abrazarme, muchacho, y métase a bañar que ya van a ser las cinco y media.

Elena era la novia de Eugenio cuando la conocí, los tres estábamos por licenciarnos, ella y yo de QFB y él de LAE, ella se convirtió en poco tiempo en mi mejor amiga de mis últimos años en la facultad, a él nunca le caí bien del todo porque le provocaba celos que Elena tuviera depositada tanta confianza en mí y no en él que era su novio. De pronto una noche en que Elena no se presentó a un concierto de Intocable el destino tiró los dados y nos quedamos Eugenio y yo solos, nos conocimos a cabalidad sin la presencia de ella, y el resto fue historia. Al poco tiempo sólo fuimos: Eugenio y yo. Elena se alegró de que ya no hubiera enemistad entre las dos personas que más le importaban en ese momento de su vida, pero no tardó mucho en que su intuición femenina entrara en juego y sospechara que hubiera algo más entre ambos, la noticia de que había surgido algo entre Eugenio y yo la apabulló durante un buen tiempo, tanto que nos dejó de hablar, pero luego prefirió tenernos como amigos que como enemigos. Al graduarnos, Elena decidió hacer una maestría en el extranjero, desde entonces perdimos contacto con ella y poco a poco fue olvidándose, sólo hasta el sueño de anoche, cuando reapareció embarazada en mi sueño, volví a tenerla en mente, y, según Eugenio, ese asunto del embarazo no era buen augurio.

Y, bueno, ya al cuarto para las siete, me encontré frente a las escaleras de la estación del metro y las subí no sin tener esa sensación de estar viviendo un deja vu. Tras introducir la tarjeta y al estar a punto de poner el pie en las escaleras eléctricas, escuché que alguien me habló, volteé y no vi a nadie, la sensación de extrañeza aumentó todavía más. No transcurrieron ni cinco minutos para que arribase el metro, me subí en el último vagón, el que se supone va más desocupado. A lo mucho diez pasajeros, y yo, tripulábamos el vagón.

En un principio Elena se puso como loca cuando supo que la habían dejado por un hombre, y más cuando no era un hombre cualquiera de tantos sino su mejor amigo, en quien ella confiaba más. Pero en poco tiempo comprendió que el amor es un algo que es incomprensible e indetenible, y prefirió hacerse de un par de buenos amigos que amargarse la existencia siguiendo el sendero del odio. Es que, en resumen, te quiero, me dijo, y qué chingados le hago, eso no voy a dejarlo de hacer nunca, mi estimado Jules, cabroncito de mi alma.

Y, entonces, cuando terminabas de pensar en eso que yo te había dicho hace mucho tiempo, ¿recuerdas, esa frase: “En resumen, te quiero”?, dijo Elena, tú te bajabas del vagón en la última estación, ya eras el único pasajero y comenzabas a caminar, a subir escalones y a bajarlos, pero esa estación subterránea era algo así como un laberinto de escaleras y pasillos que no conducían a ningún punto… no encontrabas nunca la salida, y eso me mortificaba, yo no aparecí por ningún lado, simplemente era testigo omnipresente de todo esto que te ocurría, me desperté con mucho miedo y te marqué, Jules, ¿te encuentras bien?, ¿Sigues ahí? ¿Qué explicación me puedes dar a este sueño? No entiendo nada la verdad, de por qué después de tanto tiempo vine a soñarte a ti, precisamente, busqué tu número y te marqué de inmediato, pero dime algo, respóndeme, Jules… Dónde estás, mi cabroncito…

En mi sueño, en el sueño de alguien más, el de Elena posiblemente, en el deja vu, en la vida, en la realidad, en mi inconsciencia, en el significado de un sueño, en mi muerte, en mi pasado, en mi presente, en mi futuro, en la película que alguien más veía, en el cuento que alguien más escribía, en eso que no tiene nombre, en lo que fuera que fuera ahí me encontraba yo, y yo subía y bajaba escalones en esa estación del metro en la que jamás había estado y buscaba llegar pronto al andén del metro y tomarlo para que me condujera a ese destino que aún sigo sin conocer, mientras andaba en ese laberinto del cual sabía, no pregunten cómo lo sé, que nunca lograría salir, recordaba a Eugenio, el sabor de su espalda, y a Elena, su frase para la posteridad: En resumen, te quiero.