sábado, 14 de mayo de 2011

Recuento 7: El orden de los factores no altera el producto

El siguiente relato se centra en Paula, la esposa abandonada de Gibrán, quien como Penélope tejía y destejía los momentos que compartió con su esposo añorando que él regresara con ella, pero esto fue hasta el día fatídico que descubrió el manuscrito debajo del colchón de su cama. A partir de ese momento, sus sentimientos se tornaron en una angustia y una imposibilidad de decir las cosas, en una depresión y en un arrebato que en no mucho tiempo la desquiciaron al punto de ser recluida en una institución psiquiátrica. El caso de Paula se ubica justamente una semana antes de que ella encontrase el manuscrito que, por cierto, ella misma se encargó de destruir de una manera inusual: lo hizo pedazos, a éstos los sirvió en un plato hondo, le agregó leche suficiente y se los comió como si fuera cereal.  
El caso de Paula

Se retira lentamente las lágrimas de sus mejillas con las manos. Ha llorado desde que él desapareció de su vida todas las noches sin falta, en silencio. Todas las ocasiones que lo ha hecho se cuestiona qué error involuntario pudo haber cometido ella para que él decidiera abandonarla, dejar esa vida de cuento de hadas que ya había iniciado junto a ella para irse a otro lugar, quizás con alguien más. Jamás encontró algún detalle que le diera a entender que él iría a tomar una decisión como esa, de la cual no habría ninguna retractación. Ha hecho memoria infinidad de veces y no ha encontrado nada que compruebe que estaba siendo engañada por Gibrán. Entre las muchas de las cosas que le parecen extrañas sobre la manera en que fue dejada por su marido, Paula sigue preguntándose cómo es que no se llevó ninguna prenda ni tampoco la camioneta ni papeles importantes ni mucho menos su identificación. Ella ha llegado a pensar que posiblemente su marido llevara una doble vida y quizás Gibrán ni siquiera haya sido su nombre real…

Alguien toca a la puerta: Paula abre y su hermano, Mauricio, la observa:

–Ya no llores, te va a hacer daño, te vas a enfermar… –dice él cuando nota la tristeza en sus ojos, la hinchazón en sus párpados, los signos de que lleva horas sin parar de llorar a cada instante.

A Paula se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas por lo que le ha dicho su hermano y que no le produce ningún consuelo:

–Es que ya no me pregunto por qué… sino por quién… y eso, antes que enojarme, me pone muy triste.

–Pues qué te digo, creo que para la tristeza no se ha inventado ningún remedio. Y quiero que sepas que esto que hizo Gibrán me duele a mí tanto como a ti, o tal vez más…

Paula se refugió en brazos de su hermano y él, instintiva, maternalmente, comenzó a sobarle el cabello, preguntándose en silencio al mismo tiempo si ella sabrá algo sobre lo suyo con Gibrán.  

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