jueves, 23 de junio de 2011

Recuento 8: Cuando la ocasión se presenta (o Los sagitarios siempre acaban destrozándome el corazón)

Cuando la ocasión se presenta, es decir, cuando súbitamente mi mente se libera de toda presión, de esos pensamientos a los que me ha dado por llamar “de fijo” porque son los que siempre están, estarán ahí, a pesar de que parezca lo contrario, y forman, formarán perennemente, parte de la rutina diaria, semanal, mensual, anual hasta el fin de mis días… Y, bueno, es raro, pero casi siempre mi mente se desamarra de manera efímera de esas correas que me sujetan al rigor de la vida al momento de escuchar música y, entonces, es cuando me dejo arrastrar por ella hacia el pasado o a la fantasía… Debidamente con los ojos cerrados, sonando Clocks de Coldplay, donde el piano y la voz de Chris Martin más el resto de instrumentos empatan armónicamente y, en un murmullo que apenas y soy capaz de escuchar yo mismo, repito una estrofa de la canción: Confusion never stops / Closing walls and ticking clocks / Gonna, come back and take you home / I could not stop that you now knowComienzo a cruzar la puerta, es de noche, desconozco la casa y sin embargo el enorme patio guarda similitud, al menos en sus dimensiones, con el solar de la casa de mis abuelos maternos en Aldamas, solamente que en él no están los naranjos ni el gallinero ni el chiquero de los marranos ni el baño de pozo, plantado, de todas maneras, al centro del patio está el enorme huisache que ofrece sombra a la casa, pero en este caso no es la misma, aquella era verde, enorme y estaba levantada a casi un metro del suelo, la de ahora es una vivienda más bien pequeña comparándola contra el terreno restante, cualquiera pensaría que pudo haber sido construida mucho más espaciosa… Pero, bueno, basta de detalles, lo que importa es que estoy cruzando la puerta principal y una señora de edad avanzada me recibe dándome un beso en la mejilla y un abrazo, ambos muy familiares, me pregunta que cómo estoy, bien, le respondo y me dice que me siente en la silla del recibidor, le digo que así estoy bien y ella me dice que en un momento volverá que tiene que salir, pero que no me preocupe que pronto llegará José Luis, no sé de quién me habla, pero yo asiento y ella pasa a un lado de mí y sale por la puerta con una sonrisa en los labios… Por pura curiosidad pregunto en voz alta si hay alguien en casa, pero nadie me responde, cabe aclarar que la casa está iluminada por todas partes: ante la escasez de espacio, abundancia de ventanas… Me dirijo a la segunda pieza que es la sala-comedor y de ahí ya el resto de la casa queda comunicada: al frente se puede ver la cocina y las puertas de los dormitorios y la del baño, hacia la derecha… La puerta del baño se abre, sale de ahí un joven que se parece a Gael García, me mira y me lanza un saludo con la cabeza y yo le respondo, camina hacia la sala y me pregunta si no hay nadie más en la casa, le digo que yo pensaba que no había nadie, hasta pregunté si había alguien pero nadie respondió, pues qué raro, me dice él, yo no oí que alguien hablara, entonces va y se sienta en el sillón individual de la sala y me dice que yo también ocupe un lugar… Después de pasados unos minutos en los que ninguno hemos tenido la mínima intención de conversar, pienso que ya transcurrió el tiempo suficiente como para preguntarle qué es lo que esperamos, de hecho, él me responde, no tengo la menor idea, me dice, y de una mesa que está a un lado del sillón alcanza con la mano un libro y lo abre en una página al azar y se pone a leer… Así que ésta no es tu casa, le digo al joven quien está sumido en la lectura, no, responde él casi sin ganas de hacerlo, mmmm… ¿y qué lees?, si se puede saber, le digo, el joven cierra el libro y me mira a los ojos, yo tenía poco tiempo de haber llegado aquí antes de que tú lo hicieras, me dice, y estoy leyendo a Leon Tolstoi, “El reino de Dios está en vosotros”, bueno, le digo, ya para no molestar más, por pura casualidad ¿no conoces a un tal José Luis?, el joven frunce el ceño, al único José Luis que conocí, me responde, es un amigo de mi hermano que falleció hará un par de meses: leucemia, lo siento, le digo, no hace falta que digas una mentira, me dice y abre el libro para continuar su lectura… Pero no pasa mucho tiempo en el que ninguno cruza palabras, mucho menos miradas, cuando vuelvo a interrumpirlo preguntándole si además del cuarto de baño conoce el resto de la casa: las recámaras, no, me responde él, como te digo yo no vivo aquí y mejor ya deja de estarme haciendo preguntas porque me estás fastidiando… Entonces, dejo la sala y me dirijo a la puerta que está a la izquierda de la que corresponde al cuarto de baño y al momento de abrirla me encuentro con un dormitorio paupérrimo, el cuerpo de un joven, quien lleva puesta únicamente una trusa blanca, tendido en una cama individual, a su costado derecho está una mujer vestida de negro que llora sentada en una rústica silla de madera, ella guarda parecido con la mujer que antes me encontré en la puerta sólo que ahora es por lo menos una década más joven, la habitación se hace iluminar por una lámpara de gas que descansa sobre un buró que está al lado izquierdo de la cama. Se murió mi niño, me dice la mujer que levanta la cabeza cuando me mira, leucemia, igual que su papá, igual que su abuelo. ¿José Luis, verdad?, le digo a la mujer. Sí, me responde entre sollozos, ¿lo conocías? La mirada en sus ojos irritados me conmueve, eso no lo sé, señora, le respondo y, no entiendo porqué, sonrío en ese instante que no tiene ningún motivo que provoque sonrisas. Ella difícilmente también simula una sonrisa en su rostro gobernado por la tristeza y pasa sus manos por encima de la cara de su hijo muerto… A pesar de la poca luz en el cuarto, puedo distinguir que en la pared opuesta hay un umbral aún más oscuro y me intriga conocer hacia dónde conducirá, así es que camino hasta adentrarme en él, a los escasos pasos descubro que el olor en ese lugar es una extraña e insoportable combinación de concentración de humedad más la emanación proveniente de los cuerpos en descomposición, no obstante que no puedo comprobar que los haya puesto que no los he atestiguado, pero cuando ya estoy decidido a volver me topo con una bifurcación y, como siempre lo he hecho, elijo la opción de la izquierda, al fin zurdo… Al cabo de andar unos cuantos metros el resplandor rectangular que está al frente me advierte que pronto llegaré a una puerta más… Un hombre está sentado en una silla giratoria, me da la espalda porque, entretenido, está viendo por la televisión una película a blanco y negro, si no me equivoco se trata de The Man Who Knew Too Much de Alfred Hitchcock en su primera versión, la parte de la película en la que el protagonista ata un hilo a la espalda del hombre que será la primera víctima y el tejido hecho por su esposa comienza a deshilacharse conforme el hombre se mueve y a la misma vez van enredándose las parejas que bailan… Cuando cierro la puerta, en la película, al mismo tiempo, se detona el disparo proveniente del exterior del salón de baile y que atraviesa la ventana para fulminar a ese hombre a quien le fue atado el hilo en la espalda, tras escuchar el sonido de la puerta, el hombre sentado en la silla giratoria se da la media vuelta y entonces lo reconozco… ¿Edu?, le pregunto absolutamente sorprendido y él sonríe, pero al igual que yo se extraña cuando me ve. ¿Qué onda, we? Tenía un chingo de años sin saber algo de ti, we, me dice con esa voz profunda que creí que ya la tenía olvidada… Pues, opino igual, cuando terminé la carrera te perdí la pista, le digo… Pero, bueno, aquí estamos, we, dice y culmina con esa sonrisa de lado que me subyuga… Te acuerdas que… le digo, pero él interrumpe mi oración… We, mejor no hablemos del pasado… Pero, cómo no hacerlo, al menos ponme al tanto de qué ha sido de tu vida, le digo… Pues no mucho, me casé, tengo un hijo, no terminé la carrera y cuando hay trabajo, pues trabajo. ¿Y tú, ya te pescaron, we? me cuestiona… ¿Cómo crees?, le digo, seguía esperando que tú aparecieras y me amarraras, le digo entre sonrisas pero con sinceridad… Edu también se ríe, ¿por qué me dices eso, we?, me pregunta… Obvio, porque estoy loco, le digo… No estás ni eres ningún loco y eso lo sabes, me dice Edu… Para evitar abundar en esa encrucijada de ideas que no llevará a ningún punto le digo que si no piensa ponerse de pie para darme un abrazo, han sido muchos los años que han pasado, Edu, le digo… We, has cambiado un chingo en estos años, según yo eras alérgico a los abrazos, me dice… Y lo sigo siendo, le digo, pero contigo hago una excepción, así es que párate para verte bien… No puedo, we, me dice… Cómo, por qué, le pregunto… No me puedo levantar, we, me dice, ya no camino, we, es una historia muy larga y no pienso contártela… No lo hagas, Edu, no es necesario que expliques nada, bueno, si quiero que me cuentes algo, sabes qué hacemos aquí, de quién es esta casa… Creo que eso no tiene mucha importancia, we, dice Edu, lo que importa es que aquí estamos tú y yo, we, nos hemos encontrado de vuelta… Pues sí, tienes razón, es lo mejor que pudo haber pasado, le digo, aunque no me convences mucho que digamos, ¿sabes?, cuando vi la casa desde afuera era muy pequeña y ahora, no sé, es como si le hayan crecido pasillos y habitaciones, no lo habías notado, le pregunto… We, me dice, tú como siempre nunca dejas de pensar, ésa fue la razón por la que… No lo digas, ahora soy yo quien corta la frase de Edu, no lo digas, repito… Ésa es la razón, dice Edu, por la que ahora estás muerto, José Luis, tu mente suele trabajar horas extras… ¿Tú crees?, le digo… We, no mames, me dice, cuando te enteraste que tenías leucemia te mentalizaste en que tu final ya se aproximaba cuando la mayoría de las personas luchan y evitan pensar en la fatalidad cuando se les diagnostica algo así… Yo nunca he sido como la mayoría de las personas, le digo a Edu y me siento sobre el suelo, me recargo sobre la puerta, a la mayoría de las personas como tú dices les gusta vivir en el autoengaño… No, José Luis, me dice Edu, lo que hacen es no rendirse… Hay algo que no sabes, le digo a Edu, sí, fue la leucemia lo que al final, bueno, tú sabes, pero mi corazón ya estaba destruido desde antes, precisamente desde que tú desapareciste de mi vida… We, de eso prefiero no hablar, dice Edu… Como tú digas, Edu, le digo, lo único que quiero que sepas es que es un hecho que en mi vida los sagitarios siempre acaban destrozándome el corazón… We, y cómo te acuerdas todavía que mi signo del zodiaco es sagitario, dice Edu, we, mejor no me respondas y ya deja de hacer dramas y de pensar en el pasado, mejor terminamos de ver la película, si quieres le doy rewind y comenzamos a verla desde el principio, si tú quieres… Si lo mismo pudiera hacer con mi vida, le digo…