martes, 11 de junio de 2013

Recuento 18: 18


Ahí estábamos tú y yo, al interior de una casa no muy grande que me resultaba familiar pero en la que antes jamás habíamos estado, juntos al menos. Era en la habitación del fondo: desde la ventana abierta que daba hacia el patio podían verse los tendederos y cuatro macetones equidistantes colocados contra la pared colindante con la casa de atrás y en cada una de ellos había sembrados tupidos geranios que ofrecían flores todas tan rojas y grandes que parecían artificiales, hechas de terciopelo, casi como una imitación de las que hay en la realidad, aunque esto no puedo aseverarlo o desmentirlo puesto que no llegué a tocar su textura. A través de esa ventana los rayos blancos del sol penetraban hacia el interior iluminándote directamente ya que estabas sentado en un sillón de cuero negro junto a la ventana haciendo algo que no recuerdo, tenías la vista gacha, quizás leías un libro, es lo más seguro, aunque no vi que en tu regazo hubiera alguno; yo, desde el extremo más cercano al umbral del cuarto, estaba sentado sobre el suelo y con la espalda recargada en las puertas del closet, te contemplaba, con el detenimiento de quien estudia una escultura de mármol cincelada a la perfección por Praxíteles. Era la primera vez que te tenía tan cerca de mí con la opción viable de acercarme más y al fin poder sentir con la yema de los dedos tu cutis que ya se encargaba de tocar con esos dedos invisibles pero cálidos los rayos solares haciendo que tu rostro se viera pálido, casi tan blanco como el mío y tu revuelta cabellera trigueña dorada por ese mismo efecto semejante a la sobreexposición de un retrato. Temí en algún momento que se nublara mi vista y que sobreviniera un mareo al ver tu efigie recortada por el luminoso marco de la ventana, que me sumiera en la oscuridad de la pérdida del conocimiento que ocurre cuando se está frente a una obra de arte perfecta: síndrome de Stendhal le dicen. Sin embargo, al comenzar lentamente a gatear hasta llegar a tus pies esto no sucedió. Era también como si no notaras mi presencia, tu vista gacha permanecía imperturbable; entonces, me atreví a deslizar mi mano por tu pierna pero seguías inmutable cual modelo en clase de pintura al que se le prohibe moverse un milímetro de la postura que se le ha ordenado que mantenga. Es tal vez porque lleva jeans que no siente mi tacto, pensé y subí hasta la rodilla, pero ahora sí tu mano se posó sobre la mía para detener ese ascenso paulatino que amenazaba con terminar en tu entrepierna. Desde tu situación, muy por encima de la mía, recuerda que yo estaba en el suelo reptando como iguana, me viste a la cara y sonreíste, hasta entonces suponía que en realidad yo era un ser fantasmal y por ende mi tacto y presencia pasaban desapercibidos por ti. Me enfoqué no en la risa dibujada en tus labios sino en la que había en tus ojos y cejas y te respondí con el mismo gesto de felicidad. ¿Qué haces?, me preguntaste manteniendo la sonrisa, pero con el ceño fruncido denotando extrañeza. Sin saber qué responder con palabras, decidí incorporarme, sin erguir del todo la espalda puesto que me detuve hasta conseguir la misma altura del sillón en el que estabas sentado, me moví hacia adelante hasta que a tu rostro y al mío no los separase nada, entonces como un milagro ocurrió un beso que no fue premeditado, puse mis manos sobre tus mejillas, luego las llevé a tu cuello en la parte donde pude palpar las protuberancias de tus vértebras cervicales al tiempo que pude percibir la suavidad de las puntas de tu cabello largo, bajé luego a tus hombros, sólo para de nuevo volver a colocarlas sobre tu cara mientras te besaba con una agresividad correspondiente a las ansias que llevaba guardando no sé desde cuándo y salían con propulsión en ese instante como el vapor hirviente de una olla en la que se cuece carne a presión al abrir un poco su válvula. Introduje mi mano por debajo de tu playera, era una playera azul oscuro con unas partes un poco desteñidas, tú no hacías ningún movimiento, te dejabas hacer sin protestar, con mi mano busqué y encontré tus tetillas, ambas estaban erguidas, levanté entonces tu playera y me encorvé un poco más hasta quedar en la posición más adecuada para poder lamer sin incomodidad tu tetilla izquierda. Entonces, mientras lo hacía, sentí cuando colocaste tus manos en la parte posterior de mi cabeza y digitabas de manera peculiar, como un ciego que lee en sistema braille. Fue inevitable mi erección al sentir esa primera caricia amable tuya, ese interés recíproco que confirmó las sospechas del fuerte deseo compartido por ambos y que ahí pude constatar. Entonces algo dijiste, pero mi sentido del oído no estaba tan atento cuando ya sin pudor me había puesto en cuclillas, había bajado el zipper de mis jeans y sobreexcitado rozaba mi erección, que aún era contenida en mis boxers, contra el hueso de tu espinilla mientras seguía lamiendo la piel suave y salada de tu pecho y me disponía a pasar a tu otra tetilla. Me detuve y alcé la mirada, te pregunté qué habías dicho. Sólo hace falta la música de The Strokes, pronunciaste. Yo te sonreí porque recordé nuestras largas conversaciones de madrugada que hemos mantenido durante un par de meses, quizás más, en las que tarde o temprano aparece como tema recurrente y añorado la realización de nuestro encuentro ideal. En una noche lluviosa, en una habitación vacía a excepción de una tele, un platón de palomitas de maíz y vino tinto helado, en tú y yo sentados sobre el suelo sin más ropa que nuestros boxers y en la discografía de The Strokes como banda sonora. En todo esto pensaba cuando un ding dong inesperado se escuchó y a ambos nos hizo detener repentinamente lo que hacíamos con tanta pasión y enfocar ahora nuestras miradas en la puerta principal que desde donde estábamos alcanzábamos a ver en diagonal. Me incorporé, subí el zipper de mis jeans y me acomodé bien la verga metiendo mi mano en los boxers, me cercioré de que la erección no se notara mientras caminaba hacia la puerta. El ding dong volvió a sonar y abrí la puerta. Frente a mí, terroríficamente, me encontré a mí mismo. Hasta este momento pensé que yo había sido el protagonista de esta historia, pero al momento de abrir la puerta y ver a ese hombre que no sólo se parecía mucho a mí sino que en efecto era yo, me volví presa de la incertidumbre, ¿cómo era posible que dos personas pudieran encontrarse y aun estar en el mismo lugar al mismo tiempo? ¿Era esto una broma? Pero mi otro yo no me dio espacio para pensar en ninguna hipótesis o posible respuesta, me abrazó sonriente, aborrecí el hecho de sentir sus brazos rodeándome. Y al oído me dijo: feliz cumpleaños, primo, ya eres legal. No hice mucho caso a lo que dijo. Él pasó de mí y entró a la casa sin siquiera permitirme que le dijera si podía o no hacerlo. Llevaba lentes graduados, playera y gorra roja, jeans azules de mezclilla, poseía mi estatura y complexión así como el mismo tono de piel: pálida como papiro. Cerré la puerta y me quedé de pie un instante como estatua, hacía falta ahí, en la sala, un espejo para que me dijera la verdad de quién era yo. ¿No ha llegado nadie?, me preguntó cuando ya estaba en la cocina, buscaba en el refri algo porque vi la iluminación que aparece cuando alguien abre la puerta de uno. No, le respondí, nadie. No mames, me dijo, ya van a ser las nueve. Yo tenía entendido por los rayos del sol en la escena de la habitación que era de día, mejor dicho que no pasaban de las diez de la mañana y ahora venía yo mismo, él, a contradecirme y asegurar que ya era de noche. Caminó hasta encontrarme, traía una xxlager descorchada en la mano, le dio un largo trago y se excusó al terminar, perdón, dijo, aún no hemos brindado por tus 18. ¿18 años, 18 años yo?, incrédulo me pregunté en silencio cuando oí lo que mi otro yo me dijo. Fue entonces cuando intenté atar los cabos sueltos, darle un sentido a la historia: frente a mí tenía a mi verdadero yo, el que tiene 28 años y con el que has conversado durante tantas noches entre otras cosas sobre cine, algo de literatura y mucho de la vida y el que en ocasiones se pone celoso cuando cree que no le hablas porque hay alguien más que se merece toda tu atención antes que él o se enfada cuando se siente invisible para ti; y caí en cuenta de que entonces yo, el que está narrando esto, en esa historia, en ese momento excepcional en el que conseguimos zafarnos y burlar el rigor de Cronos era una ilusión, una invención mental de él pero de la que tal parece que no tenía conocimiento alguno, para él yo no era él sino un primo al que venía a felicitar por su cumpleaños número dieciocho. Hey, me dijo sacándome de mi ensimismamiento, vamos a tu cuarto. Ambos caminamos y llegamos, ahí estabas tú. En la misma posición en que te había dejado. Mi primo, es decir, yo, te saludó con un qué onda que sonó impersonal. Luego me reclamó por haberle dicho que no había llegado nadie. No supe qué contestar y tú nos sonreíste a ambos para luego decir que él y yo nos parecíamos mucho, pero como con unos 10 años de diferencia. Me sonrojé, una vez más no supe qué decir. Él dijo que sí nos parecíamos pero no tanto y luego tomó el control de la tele y la prendió. Se puso a cambiar una y otra vez de canal sin encontrar algo por lo que valiera la pena detener el zapping. ¿Cómo te llamas?, le preguntaste mientras él le daba un trago a la xxlager y seguía cambiando de canal. Para esto yo sentí como si hubiera poco a poco desaparecido de la habitación, me había vuelto una sombra más entre las muchas, sólo ustedes dos estaban ahí y yo era algo así como un testigo invisible por la oscuridad, un cuadro de cristo colgado en la pared con nada más que ojos para capturar todo lo que sucedía. Eric, respondió él. Yo Marco, le dijiste. Eric se acercó a la cama, a la esquina más cercana al sillón de cuero negro en el que estabas sentado, no había reparado en que ahora por la ventana ya no iluminaban más los rayos del sol, súbitamente era de noche como dijera Eric y no era tan fuerte la luz de la luna que penetraba como para iluminar por completo la habitación, no obstante la luz que emanaba la tele hacía que los rostros de ambos se distinguieran con claridad en la penumbra, sus gestos sobre todo y tu mirada, esa mirada en la que era patente el sumo interés que tenías ahora por él. Eric y tú hablaron de cosas, no recuerdo bien sobre qué, sobre las edades, creo, pero lo que sé es que se entendieron casi de inmediato. Eric dejó al fin la tele en un canal, estaban dando Něco z Alenky de Jan Švankmajer, me resultó grotesca la escena donde el conejo disecado cobra vida. Yo desaparecí por completo de la jugada para ambos hasta que sonó el timbre una vez más y cobré corporeidad, salí de las sombras y me levanté a abrir la puerta. Ustedes ni se inmutaron ante el agudo ding dong. Abrí la puerta y ahí estaba mi mamá con un pastel de cumpleaños que tenía al centro un par de velas encendidas encajadas sobre el betún formando el dígito 18. A ella le precedían tres jovencitas que no reconocí en un principio. Las cuatro entraron a la casa cantando las mañanitas, mamá dejó el pastel en la mesa del comedor y cada una de las cuatro mujeres me abrazó y felicitó subsecuente y ordenadamente. Reconocí entonces a las tres chicas como amigas mías de otro tiempo, de la infancia pero ahora con mayor edad, tenía mucho tiempo sin verlas y ahí estaban. De las dos morenas no recuerdo sus nombres, la rubia era Mónica, mi novia de la prepa, cuando tenía unos quince años. Mamá se dirigió a la cocina y trajo los cubiertos desechables para servir el pastel. Eric y tú aparecieron también en el comedor cuando escucharon el alboroto que hacía mamá y todos nos sentamos a la mesa, tú frente a mí, a tu lado una de las chicas, mamá a mi izquierda, Mónica a mi derecha y las otras dos chicas en los asientos restantes de la mesa redonda. Eric permaneció de pie. Comentamos trivialides no por mucho rato, entonces me pidieron que le soplara a las velitas y pidiera un deseo, no recuerdo qué pedí. Cuando extinguí las flamas con el soplido me aplaudieron y mamá procedió a cortar el pastel. Todo era un evento demasiado infantil y sentí vergüenza por la actitud que mamá tomaba como si yo fuera un niño pequeño. Mientras comíamos el pastel no podía dejar de ver cómo se intercambiaban miradas Eric y tú. De pronto mamá salió con el comentario de que Mónica y yo hacíamos bonita pareja, que le gustaba mucho para nuera, se veía que era muy buena muchacha, dijo y yo no supe qué contestar, me puse rojo. Mónica se acercó a mi mejilla y me besó. Yo quiero mucho a su hijo, señora, dijo ella. No más que yo, respondió mamá. Al oír esto tú dejaste tu asiento repentinamente, fue más que notorio tu disgusto por la escena. Dejaste todo y caminaste hasta la entrada. Todos nos sorprendimos, nadie a excepción de mí entendió nada. Cuando entreabriste la puerta para salir volteaste y dijiste: ¿vienes? Yo me puse de pie, pero mamá me hizo que me sentara jalándome del brazo, luego supe que la pregunta no me la habías hecho a mí sino a Eric. Eric le dio el último trago a la xxlager y dejó la botella vacía sobre la mesa. Nos vemos luego, nos dijo a todos y caminó hasta llegar donde estabas tú. Ambos salieron de la casa y cerraron la puerta. Volví a levantarme de la silla, esta vez me liberé de la fuerza del brazo de mamá. Corrí hasta la puerta y la abrí sin importarme ya nada de lo que hubiese dejado detrás de mí. Salí y en el porche los busqué, a Eric y a ti, pero no los encontré. Salí a la calle y miré hacia ambos extremos, pero no había rastros de ninguno de los dos, es como si súbitamente se hubieran desmaterializado. Supe entonces que éste era un lugar en el cual no había tiempo ni espacio, mejor dicho, en el que las reglas del tiempo y espacio habían dejado de ser respetadas.  

domingo, 3 de marzo de 2013

Recuento 17: The Master de Paul Thomas Anderson

LA MUJER DE ARENA
Una barco va dejando tras de sí una estela de espuma blanca que parte el mar azul. Marineros encuentran diversión en la playa en combates cuerpo a cuerpo, liberando la tensión sexual ante la ausencia de mujeres. Joaquin Phoenix con un cuerpo gastado, famélico, aparece lejano, apartado del núcleo de colegas, ensimismado, su objetivo es partir un coco para combinarlo con su bebida alcohólica. Con una forma de hablar entredientes, Joaquin Phoenix explica en una broma desconcertante cómo deshacerse de las ladillas de los testículos. Joaquin Phoenix al fin se aproxima a los demás, lleva las manos sobre las caderas, su postura es extraña, encorvado, agachado, observa ahora como sus colegas forman en la playa una mujer de arena, pareciera como si sólo por este hecho, atraído por esta acción, decidiera acercarse a ellos. Y sin pensárselo más de una vez Joaquin Phoenix avanza hacia la mujer de arena, se monta sobre ella y finge fornicar con la figura femenina, los demás toman esto a juego y se ríen. Con la vista al mar, sin pudor, Joaquin Phoenix se masturba de manera vehemente. Cuando la tarde ha caído, fatigado, se recuesta junto a la mujer de arena, le pasa el brazo por el pecho, se acurruca junto a ella con cariño, tiernamente.
EL FIN DE LA GUERRA
Una voz por la radio avisa sobre el fin del conflicto bélico, en las entrañas oscuras de un barco de guerra, Joaquin Phoenix encuentra un contenedor de combustible del cual se sirve como si fuera un barril de cerveza mientras la voz del general MacArthur pide que haya oración por la restauración perpetua de la paz en el mundo. De rato, absolutamente rendido por lo que ha bebido, Phoenix aparece en la parte más alta del barco, desde abajo sus colegas le arrojan cosas para que despierte. Como una fila de hormigas, los hombres que vienen de la guerra suben por una escalera ordenadamente mientras se les dice que avancen como si fueran ganado al cual se arrea. Rostros de hombres lacerados, miradas en las que se deja ver el trauma por el cual sus mentes y cuerpos, sus almas, pasaron en el conflicto bélico: ojos que han perdido la humanidad, la cordura quizás. Escuchan, no con mucha atención, la explicación que un superior les da sobre la manera en la que pueden reinsertarse en la vida civil en la América de posguerra, se les advierte que no todos entenderán su condición mental, sus nervios alterados, su comportamiento errático, ese nuevo ser distinto a ellos que fue procreado "allá" y que aparentemente no es funcional ni tiene cabida "aquí". Joaquin Phoenix se llama Freddie, un psicólogo militar le hace el test de Rorschach, en las láminas que le son mostradas no encuentra polillas o murciélagos sino figuras relacionadas con el sexo. En una entrevista posterior Freddie es cuestionado sobre un "episodio de llanto" que tuvo durante su estancia en la guerra, se altera, asegura que no fue ningún llanto de locura sino que fue causado por una carta que recibió de una chica, la hermana menor de una chica que conoció; la nostalgia, el recuerdo de un tiempo pretérito ocasionó su exabrupto de lágrimas confiesa entre risas: la risa oculta su dolor, su tristeza. Quien lo cuestiona insiste en los detalles que hacen notar su insanidad mental: durante la guerra Freddie tuvo una visión de su madre. Freddie minoriza esto: sólo fue un sueño. Pero el cuestionamiento continúa y Freddie se incomoda con el análisis de su psique, el cual le explica su interrogador "es para darle tratamiento", entonces Freddie accede y con un nudo en la gargante cuenta: en el sueño estábamos mi madre, mi padre y yo en casa, sentados a la mesa, bebiendo y riendo.
CAPTURANDO IMÁGENES
Freddie aparentemente ha conseguido incorporarse de nuevo a la sociedad, en una tienda departamental trabaja como fotógrafo, este hombre que no cabe duda que es un despojo, un hombre fragmentado, con el corazón y psique partidos, no obstante esto busca capturar con ayuda de la luz y la sombra, la postura y el gesto adecuados, la imagen menos imperfecta de quien está bajo el ojo de su cámara. No es ninguna sorpresa que Freddie momentáneamente socave sus necesidades sexuales relacionándose con una modelo, o maniquí viviente, que trabaja en la misma tienda donde él labora. Este detalle nos dice que Freddie continúa arrastrando a la figura de la mujer de arena en su mente, las mujeres sólo son eso para él: figuras que llenan el vacío que alguien más ha dejado en su alma. La afición de Freddie por embriagarse con distintas sustancias persiste, sus mezclas son cada vez más desquiciadas. En un episodio psicótico, Freddie comienza a discutir con un cliente a quien fotografía, el hombre es obeso, feo, de buena posición económica, tiene una familia, estos detalles que definen a un hombre sin problemas parecen incomodarle, comienza a acercarle las lámparas a la cara al hombre hasta casi quemarlo con los focos, el hombre replica, abofetea a Freddie y ambos se hacen de golpes.
LA HUÍDA
Freddie trabaja en la cosecha de col con inmigrantes. Su labor como alquimista perdura en sus ratos libres: combinando toda aquella sustancia que se encuentre para encontrar esa nueva mezcla tan fuerte, tan embriagadora que le haga desaparecer el recuerdo o volver a ese momento quizás cuando era feliz, cuando tenía una guía, un propósito en su vida, que ahora no encuentra, que se encuentra tan perdido como él mismo. Al darle a probar a un anciano de su brebaje, el anciano ya no puede despertar, Freddie es acusado de envenenarlo y escapa del lugar por temor a ser linchado por el resto de trabajadores quienes lo persiguen en una corretiza por el terreno arado.
LANCASTER DODD
Freddie vagabundea por el muelle de San Francisco como un animal nocturno extraviado, como llamado por el canto de las sirenas observa el Alethia, un barco iluminado y lleno de gente que baila alegre, sin pensárselo se sube como polizón. Al amanecer Freddie despierta, con resaca, cuando una joven le da los buenos días amablemente, él dormía en la cama baja de una litera, él pregunta quién es y dónde está, ella responde que está a salvo en altamar. La joven le dice que la siga. Lo lleva a un camarote donde está Philip Seymour Hoffman que es Lancaster Dodd, vestido con una bata roja, lleva un lápiz en la mano, está sentado, Dodd le dice a Freddie que él comanda el barco y se dirigen a Nueva York. Freddie no recuerda nada de lo que pasó la noche previa ni cómo es que terminó ahí. Dodd le dice a Freddie que su estado es aberrante, que se ha apartado del buen camino, que tiene problemas. Freddie reacciona poniendo una de sus acostumbradas sonrisas con las que oculta su vulnerabilidad, le dice a Dodd que si ahí hay un trabajo para él, lo tomará. Dodd con un dejo de extrañeza en su mirada le dice a Freddie que "le resulta muy familiar". Freddie le responde (poniéndose las manos en la cintura, gesto que indica agresividad o intención de desafiar, sin embargo continúa con sus hombros echados hacia adelante, lo cual indica miedo y timidez) preguntándole a qué se dedica. Dodd responde que es escritor, doctor, físico nuclear y filósofo teórico, pero por encima de todo es un hombre inquisitivo igual que él. Freddie vuelve a reír y Dodd le pregunta por el contenido secreto del notable coctel preparado por Freddie el cual probó la noche pasada, y es como si esperara encontrar en su respuesta no sólo el secreto de la bebida sino también el del propio Freddie Quell. Freddie sonríe: la bebida contiene secretos, responde escuetamente. Dodd le pide más. La analogía de la bebida y la persona de Freddie Quell como algo que extrañamente le atrae a Dodd y le seduce podría indicar una subrepticia atracción homosexual entre ambos, que más tarde se nos revelará como una relación paterno-filial, pero también como si Freddie le trajera a Dodd un recuerdo de él mismo que ahora ve en la figura no domesticada de Freddie, un alterego quizás o figura antitética, posiblemente lo que Dodd siempre ha querido ser y hacer pero se ha encargado de reprimir, de domesticar, de controlar en base a su método efectivo para llegar al estado de perfección, una naturalidad que lo seduce y de lo cual ya se ha bebido una botella (volviendo a la analogía con su coctel lleno de ingredientes secretos) pero le ha dejado con las ganas de probar más. Dodd y Quell son dos efigies que se encontraron arbitrariamente para complementarse. Dodd le ordena a Freddie que se limpie y vista, le dice que será la boda de su hija y lo invita a que los acompañe al evento, sin embargo, le advierte que sus recuerdos no están invitados.
LA BODA
Freddie apartado de los demás ve el comportamiento de Dodd y su congregación durante la celebración de la boda de su hija oficiada por él mismo, pronto se percata de que Dodd es el amo, los demás sus súbditos, o eso parece. Durante la cena, Dodd da un discurso sobre el matrimonio, antes de "La Causa" dice, el matrimonio era horrible: un ciclo como la vida que iniciaba en el nacimiento y pasaba por varias etapas hasta llegar a la muerte. Luego continúa con su discurso donde hace una analogía aparentemente inocente y en broma entre un dragón y el matrimonio, pero que revela sus intenciones con Freddie, con los seguidores de su secta y porqué no quizás consigo mismo y su propio dragón interior: imaginen a un dragón de ojos rojos, dice, con fauces enormes, yo tengo un lazo, fustigo al dragón, le pongo el lazo en el cuello, lucho con el dragón hasta que lo tumbo al suelo y lo domino y le ordeno que se siente y el dragón obedece, le pongo una correa, lo saco a pasear. Ahora estamos en ese momento en que me obedece cuando se lo ordeno, ya después lo enseñaré a rodar y hacerse el muertito, concluye entre risas.
LA INICIACIÓN
Amy Adams es Peggy, la esposa de Lancaster Dodd, conversa por primera vez con Freddie. Se presenta ante él dulce, amable, le cuenta que Dodd ha escrito mucho recientemente, que de alguna manera Freddie lo inspira; le cuenta que cuando están en tierra firme todos están bajo presión, mucha gente ataca a Dodd por sus escritos, gente que no entiende sus enseñanzas y que tiene miedo, por lo que Dodd siempre tiene que estar a la defensiva (la vida de Freddie comienza a relacionarse cada vez más con la de Dodd: sólo en el mar, en movimiento, al no estar en un lugar fijo ambos están a salvo, seguros). Peggy lleva a Freddie a presenciar un ejercicio de regresión hipnótica el cual sirve para probar que registramos todo incluso desde que estabámos en el vientre materno y durante "todas" nuestras vidas. Freddie llega a una mesa en la que varios seguidores de Dodd escuchan con audífonos una grabación suya en la que dice que "no somos bestias, somos espíritus", sus seguidores redactan lo que escuchan, Freddie se pone los audífonos, oye pero no escucha. La voz grabada de Dodd dice que es muy fácil conseguir deshacerse de los impulsos emocionales negativos para que el hombre vuelva a su condición inherente de perfección, algo que ayudaría mucho a Freddie para reconstruir su persona, pero a él no le importa esto, lo que en realidad quiere lo escribe en un papel y se lo pone en la cara a la joven que tiene de frente y contradice lo que Dodd promueve: "¿quieres coger? :)" La joven responde con una tímida sonrisa. Freddie prepara un nuevo coctel y se lo ofrece a Dodd. Beben en la semioscuridad del camarote de Dodd, ahí Dodd confiesa que tenía un bloqueo pero ahora escribe con fluidez, le pregunta a Freddie si puede "procesarlo" de manera informal, Freddie, desconociendo de lo que le habla, acepta. Desde un principio Dodd le dice a Freddie que él le servirá de conejillo de indias a la vez que será su protegido, pero el otro ni caso le hace. Con un micrófono entre ambos que graba todo, Dodd comienza a formularle varias preguntas a Freddie con el fin de psicoanalizarlo (descubrir los secretos del coctel) pero no resulta bien a la primera ni a la segunda, hasta la tercera tanda de preguntas Dodd le dice a Freddie que tiene que responder a todo con honestidad y sin parpadear, entonces Freddie revela lo siguiente: piensa constantemente en que es insignificante, no cree en la salvación de Dios, ha practicado incesto con su tía, es un mitómano, ha asesinado durante la guerra y no siente remordimiento, huye porque cree haber envenenado a un hombre con su brebaje, su padre murió de alcoholismo, su madre está internada en un psiquiátrico porque es psicótica, en un principio pensaba que sus enseñanzas eran tontas pero ahora no y sigue sin superar a Doris, su amor de juventud, con quien algún día piensa volver pero no tiene el valor de hacerlo... Entonces se nos muestra una escena que es una visión de Freddie conseguida por medio de hipnosis por Dodd en la que intenta resolver esa situación del pasado que quedó irresuelta con Doris y es lo que continúa arrastrando hasta ese presente: Freddie vestido de marinero sube las escaleras a la entrada de la casa de Doris en Lynn, Massachussets. Toca a la puerta y abre la señora Solstad a quien le pregunta por Doris, la mujer lo abraza impetuosamente, esto hace pensar que Doris ya no está ahí, tal vez hasta ya haya fenecido... En la siguiente escena vemos a Doris conversando con Freddie teniendo un cementerio de fondo. Nos damos cuenta que esa figura de arena, esa maniquí viviente de antes son sustitutos de Doris, una jovencita dulce que alguna vez le envió una carta a Freddie Quell cuando estaba en la guerra, quizás esta conversación nunca tuvo lugar y es inducida bajo la hipnosis para resolver la situación anímica actual de Freddie. Dodd se conmueve al ver como la figura de Doris consigue amansar a la bestia de Freddie Quell pero al mismo tiempo le es imposible conseguir que él retroceda en el tiempo y se consiga esta unión. En las escenas mentales de Freddie guiadas por Dodd vemos cuando se da su separación con Doris, ella parte hacia Noruega y él a Shanghai por la guerra. Una estela de espuma blanca parte el mar azul. Freddie es despertado del trance hipnótico. Está en 1950 junto a Dodd en el Alethia.
NUEVA YORK
Dodd y su familia es recibida en Nueva York por Bill, editor de los escritos de La Causa. De ahí van a casa de Mildred Drummond, benefactora de Dodd y su movimiento. Luego de realizar una regresión a una de las invitadas de Mildred, que "recuerda" que en su vida pasada usaba armadura y era hombre, y mientras explica que nuestros espíritus siempre son los mismos sólo cambiamos de "recipiente" en nuestras distintas vidas, Dodd comienza a ser cuestionado por otro invitado, John More, quien no cree en sus enseñanzas, incluso lo acusa de que hace creer a las personas que pueden ser sanadas de leucemia cuando lo único que hace es sugestionarlos mediante hipnosis. Dodd se ofende al punto de gritar improperios donde deja entrever que teme a las conspiraciones comunistas y no tolera a todo aquel que lo contradice; Freddie en respuesta al ataque del que ha sido víctima su "amo" le lanza una pieza de comida a John More porque hubiera resultado muy desagradable morderlo frente a todos. Este episodio es una crítica a lo que puede hacer la gente cuando se mancilla o se pone en tela de juicio su fe, sin importarle si está bien o mal en lo que cree: el fundamentalismo extremista tarde o temprano genera violencia. Mientras Lancaster teclea incesantemente, Peggy le echa en cara la humillación y la bajeza por las que acaban de pasar cuando se puso en duda su credo, entonces de manera fría pero entre lágrimas asegura que la única manera de defenderse es el ataque de lo contrario perderán todas las batallas, para dominar hay que atacar, esta declaración deja ver que la parte cerebral detrás de La Causa, la parte con ambiciones, que pretende expandir el culto y que se preocupa por las apariencias y el que se les tome en serio es Peggy quien deduce además que esa invitación a Nueva York fue una suerte de conflagración para echar abajo la filosofía de Dodd y ellos cayeron en la trampa. Freddie no soporta por lo que está pasando a la que ya considera su "familia" y en venganza se dirige al departamento de John More y le da una golpiza, cuando le cuenta esto a Dodd, al contrario de recibir un premio recibe una reprimenda al grado de compararlo con un animal que se come sus propias heces. No obstante le dice que quisiera recordar cuándo y dónde se conocieron, en referencia a sus vidas pasadas.
PHILADELPHIA
Los miembros de La Causa son recibidos en la propiedad de Helen Sullivan, ferviente seguidora del movimiento. Mientras ella explica con fascinación su experiencia con los viajes en el tiempo Freddie imagina que la hija de Dodd, Elizabeth, intenta masturbarlo. Más tarde en una tertulia esperpéntica Dodd interpreta So, we'll go no more a roving, poema de Lord Byron que habla sobre dejar la vida libertina cuando el cuerpo lo exige aunque el espíritu siga vivaz (
http://wiki.answers.com/Q/What_is_the_meaning_of_Lord_Byron's_poem_So_we'll_go_no_more_a_roving). Freddie imagina que todas las mujeres presentes en el salón están desnudas continuando con su obsesión sexual. Peggy se acerca a Dodd mientras está lavándose, comienza a masturbarlo de una manera distante, le deja en claro que él es libre de estar con más mujeres mientras ella no se entere ni sus conocidos, le ordena que deje de beber el brebaje de Freddie, el verdadero maestro de El Maestro es Peggy, su control sobre él es absoluto. Cuando termina con Dodd se dirige a donde duerme Freddie, lo despierta y le exige que deje la bebida proponiéndole que se fije una meta y diciéndole que para llegar a ella debe dejar de ser un alcohólico, le hace repetir en voz alta que lo hará, una vez más el contraste entre el yo domesticado y el yo que no lo está en las figuras de Dodd y Quell. A la mañana siguiente Freddie bebe a escondidas y tiene una pequeña discusión con Val, el hijo de Dodd quien comenta que las cosas que dice su padre son tonterías que va inventando conforme va pronunciando sus sermones, Freddie se enfurece por la pasividad de Val y a la vez porque él quiere creer que lo que predica Dodd es real. En ese momento una patrulla de la policía se detiene en la propiedad de Helen Sullivan buscando a Lancaster Dodd para detenerlo por haber usado fondos de Mildred Drummond, una vez más la sociedad en contra de La Causa como anunciara Peggy. Cuando Dodd es arrestado Freddie se pone como bestia y por esto también se lo llevan esposado. Hay un contraste cuando Dodd y Freddie son puestos en celdas contiguas, mientras Dodd por un lado luce calmado, Freddie lleva la ropa hecha harapos, se golpea contra la cama y rompe el inodoro, para apaciguarlo, Dodd le explica que hace millones de años se le implantó el temor al cautiverio, de ahí su comportamiento actual que en realidad no es propio sino de alguien más de ese pasado ancestral y le da una explicación absurda a fin de que entienda. Freddie se cansa de las palabras de Dodd y le dice que se calle que todo eso son inventos. Dodd explota una vez más cuando le echan en cara que es un mentiroso, sobre todo cuando es su "mascota" que creía ya amaestrada quien se lo grita y ya sin argumentos no le queda de otra que insultar a Freddie llamándolo haragán y alcohólico. Tras salir de la cárcel reponiendo los gastos de Mildred Drummond, Dodd cena con su familia y pronto comienzan a hacerle ver que Quell no está comprometido con La Causa, quizás sea un espía, un pervertido sexual e incluso le preguntan qué está haciendo ahí con ellos. Dodd les responde que si no consiguen domesticarlo quien falla no es Freddie sino el concepto de La Causa de conseguir que el hombre consiga despertar del sueño, se libere y llegue a su estado de perfección. Freddie sale de la cárcel y ahora toda la familia se empeña en ponerle el lazo al dragón de Freddie mediante distintos métodos, como leerle pornografía para reprimir su sexualidad o el escuchar el nombre de Doris continuamente hasta que no le signifique nada, pero el principal ejercicio y el más extenuante es una caminata a ciegas de ida y regreso entre un ventana y una pared de madera en la que debe de convencerse, creer, que no sólo palpa eso con su mano sino que es capaz de sentir la textura de los objetos que están más allá. Aparentemente Freddie consigue ser "procesado" y al mismo tiempo se anuncia el Congreso Universal de La Causa en Phoenix donde será presentado el segundo libro de Dodd. Dodd y Freddie se trasladan a un sitio desconocido, una área terregosa y árida donde Dodd tiene enterrado el manuscrito de su nuevo libro, la paranoia de Dodd es tan grande que lleva incluso una escopeta: ¿quién es ahora el más desquiciado?
PHOENIX
Es publicado El Sable Partido, el segundo libro de Dodd. La familia hace propaganda para La Causa repartiendo volantes e incluso por radio asegurando que quienes asistan al congreso podrán liberarse de traumas del pasado. Freddie vuelve a su labor como fotógrafo con Dodd, es casi como si capturara la doble imagen de éxito: el triunfo de Dodd por su nueva publicación y el triunfo suyo cuando al fin se ha convertido totalmente al culto de La Causa y ha encontrado momentáneamente un sitio y un propósito en su vida. La relación entre Dodd y Freddie se convierte cada vez más paterno-filial, ha dejado de ser la mascota para ser tratado como persona. Freddie escucha el sermón de Dodd atento: "este libro contiene respuestas, no más secretos", dice Dodd. "La fuente de toda creación, buena y mala, la fuente de todo es cada uno de ustedes. Y el secreto es la risa". Esto deja a Freddie poco convencido, parecieran desilusionarlo las palabras de Dodd, cuando Bill el editor de Dodd asegura que su libro es una basura, el lado animal de Freddie brota de nuevo y le propina una golpiza, pero él mismo sabe que lo que predica Dodd es una basura y esa golpiza tiene ese doble significado de dirigirla a Dodd. Helen Sullivan se acerca a Dodd, le comenta que ha comenzado a leer su nuevo libro y ha encontrado un detalle que le incomoda, ha cambiado la pregunta principal del proceso echando abajo toda su filosofía: ¿puedes imaginar?, en vez de ¿puedes recordar? Lo cual debilita la credibilidad en las cuestiones de las vidas pasadas y hace suponer que todo son escenas imaginadas, Dodd le sale al paso aclarando que esta pregunta es para abrir un espectro más amplio de consciencia, pero esto sigue sin dejar tranquila a Helen. Dodd, sin embargo, se ofusca y le grita como ya es su costumbre cuando se juzgan sus métodos y decisiones.
LA DESPEDIDA
En un nuevo ejercicio de liberación del pasado o de voluntad, Freddie es llevado por Dodd al desierto de Arizona, el ejercicio consiste en conducir una motocicleta a alta velocidad tras fijarse un punto a la distancia. Dodd lo cumple a la perfección, luego viene el turno de Freddie quien conduce hasta desaparecer de la vista de todos. Más tarde Freddie llega en la motocicleta hasta Lynn, Massachussets, a la casa de Doris, es recibido por su madre quien le dice que ella lleva 3 años de casada y vive en Alabama con Jim Day, por lo que ahora se llama Doris Day, señala entre risas Freddie. La religión, los métodos de La Causa nunca lograron que Freddie superara esta traba del pasado, su anhelo ha sido finalmente anulado sin embargo únicamente por la realidad. Freddie aparece dormido en una sala de cine mientras ve una película de Casper, tiene un sueño en el que un trabajador del cine le lleva un teléfono, es una llamada de Dodd quien le dice que lo extraña y que vaya a verlo a Inglaterra donde tiene una escuela de La Causa y le lleve cigarros Kool. Todo esto quizás esté en el inconsciente de Freddie luego de haber leído estos datos en el periódico o de haberlo escuchado en las reuniones de la congregación, o simplemente porque es lo que quiere creer, es el único sentido que le encuentro porque no es creíble que esa comunicación fuese telepática-onírica. Dodd le dice que puede curarlo y que recuerda donde lo conoció en una vida pasada. Freddie despierta del sueño, en la película que ve hablan sobre encontrar el tesoro debajo de la marca de la x, y que el capitán nunca deja el barco, referencia a encontrar su propio tesoro embarcándose a Inglaterra. Una estela de espuma blanca parte el mar azul. Freddie llega a Inglaterra, le avisa a las recepcionistas de una escuela que quiere ver al Maestro, ellas le preguntan quién es y si él lo espera, él responde que Dodd tiene que estarlo esperando cuando toma por algo certero la llamada que recibió en sueños. Freddie es recibido por Val, vemos como La Causa se ha institucionalizado cuando salen de un aula jóvenes con uniforme. Ambos llegan a una habitación de dimensiones amplísimas, se ven las figuras pequeñas detrás de un escritorio de Dodd y a su lado Peggy casi a escondidas, en las sombras, en una silla, lo que la hace ver casi como una figura maligna que controla a Dodd. Dodd hace recordar a Orson Welles en Citizen Kane. Freddie está más desmejorado que nunca y Peggy se lo hace notar, le dice que no es capaz de llevar una vida recta, entonces le pregunta casi con odio ¿qué quiere? Freddie no sabe qué responder. Le pregunta ¿qué esperaba que pasaría viniendo ahí? Freddie, inocentemente responde que sabe tomar fotos. Peggy le responde que lo que ellos hacen se hace para siempre o no se hace, no es por moda. Le dice a Dodd que no tiene ningún sentido tratar con Freddie porque es alguien a quien no le interesa mejorar y sale de la habitación. Freddie trata de hacerse el gracioso. Dodd le dice a Freddie que es el marinero de los mares, es libre de ir adonde quiera, es libre de irse. Lo insta a que se vaya. Es casi como un padre rechazando a su hijo: si descubres una manera de vivir sin servir a un maestro, a cualquier maestro, haznos saber cómo lo lograste, serás la primera persona en la historia del mundo. Freddie responde con un nudo en la garganta cóntandole su sueño, le pregunta cómo es que se conocieron en una vida pasada. Dodd le responde que ambos trabajaron juntos en París durante el sitio de la ciudad por fuerzas prusianas, trabajaban enviando por medio de globos correo y mensajes secretos que burlaban el bloqueo de los prusianos. Esta explicación no convence a Freddie, le parece no creíble y lo refleja en su gesto. Dodd le dice a Freddie que si se va no quiere volver a verlo nunca más, la otra opción es quedarse. En una próxima vida, le dice Dodd, seguramente serán acérrimos enemigos, Freddie sonríe. Entonces Dodd comienza a cantar una canción en la que dice "I wanna get you in a slow boat to China all to myself alone". De nuevo nos hace pensar en la relación homosexual entre ambos, aunque también en el deseo de Dodd por capturar la bestia de Freddie, domesticarla y como él dice hacer despertar al verdadero Freddie.
EL MAESTRO
Freddie conoce a una mujer en un bar. Ambos están teniendo relaciones, ella está montando a Freddie. Entonces él comienza a hacerle en una suerte de juego las mismas preguntas que Dodd le hizo durante su primer procesamiento informal. Todo es casi una burla, pero en el fondo es lo que Dodd hizo con él, penetrarlo en lo más profundo y es lo que ahora él hace con la joven literalmente. Freddie se ha liberado de El Maestro o, mejor dicho se ha convertido en su propio maestro, y vive a su propio aire, fuera de cualquier sistema, ha conseguido contradecir eso que le dijo Dodd la última vez que se vieron. La última escena es una remembranza de la mujer de arena del principio: Freddie recostado abrazando a esa figura que el tiempo, el mar, el viento, las pisadas se encargarán de hacer desaparecer: la ilusión perdida que significará Doris en lo que reste de su vida errática, en la que Freddie Quell ya no necesita de guía.

viernes, 15 de febrero de 2013

Recuento 16: De esto es de lo que yo hablo cuando hablo de amor


Ya eran las 5. La tarde comenzaba a sucumbir ante la noche, al cabo sería crepúsculo, y la sensación de incomodidad en el estómago por la expectación de si él cumpliría con la promesa o no me estaba matando. Volví de nuevo al teléfono y revisé si había alguna nueva notificación suya pero no hallé ninguna, continuaba ese "ahí nos vemos" que envió desde las cuatro con cuarenta y dos. Por la televisión estaban dando un partido de futbol que hacia la parte media del segundo tiempo seguía con un marcador en ceros y por el que no habría valido la pena haber entrado en una apuesta ni siquiera haber comprado ni mucho menos bebido un seis de bud. Pasaron exactamente siete minutos, no dejaba de revisar continuamente el cronómetro en la esquina superior izquierda de la pantalla, en los que vi por la televisión como el balón rodó sin algún propósito por el césped al ser transportado por los pies de los jugadores de uno a otro extremo de la cancha o circuló por el cielo cuando se les ocurría cabecearla con desgane hasta que intempestivamente recibí la alerta que hizo que el teléfono que tenía sobre la pierna derecha vibrara y zumbara. "Ya estoy aquí. Te espero.", leí en la pantalla del celular y de inmediato me puse de pie. Dejé la tele encendida, salí del cuarto y bajé las escaleras con prisa, llegué hasta la cocina para salir por la puerta trasera, ya afuera caminé por el pasillo lateral de la casa hasta llegar al porche y salir por la puerta de reja, en ese momento justo en que la abría vi que la vecina de enfrente, una mujer ya anciana, barría con suma tranquilidad las hojas secas que por el viento electrizante que no había dejado de hacer desde la noche anterior se habían amontonado a la entrada de su domicilio; esperé unos segundos a que levantara la mirada para darle las buenas tardes pero no lo hizo. Crucé la calle y caminé 2 cuadras hasta llegar al punto en el que concordamos que nos encontraríamos. Antes de doblar por la esquina inspiré y suspiré lentamente ese aire de febrero ausente de humedad para calmarme un poco. Varias personas caminaban realizando sus diligencias, otras esperaban de pie la llegada de su camión cerca del parabús, justo a la entrada de la tienda en la que quedamos vernos lo identifiqué: su estatura era más baja que la mía, su complexión más gruesa, pero no por falta de ejercicio sino que debido a este su cuerpo lucía compacto, muscular, llevaba el cabello oscuro en un corte casi al ras, una línea de vello enmarcaba su mandíbula que no era muy prominente y un poco de esa misma pelusa se hallaba debajo de su labio inferior y por encima del superior, pero no demasiado como para ser una perilla o un bigote propiamente dichos, su tez era blanca, sus ojos pequeños, vestía jeans deslavados y una playera tipo polo en un tono azul grisáceo que en las mangas, justas, hacía sobresalir sus bíceps abultados, definidos en su redondez, se entretenía con el celular teniendo de espaldas el vitral desde el que se podía ver al interior de la tienda diversos aparatos electrónicos y a la vez, de espaldas, su propio reflejo lo cual volvía su única en una doble figura que daba la ilusión óptica de ver a dos gemelos siameses unidos por el dorso, uno recargándose sobre el otro. No me identificó en un principio, pero luego al hallarme a pocos pasos de distancia decidió dejar su teléfono y cuando alzó la mirada y giró su cabeza hacia su derecha sonrió al verme. "Qué onda, we, un camarada tenía vuelta para acá y aquí me dejó", dijo con la familiaridad de quien llevara toda una vida conociéndome cuando si acaso teníamos poco más de un mes de tratarnos y sólo mediante mensajes enviados por el celular, esta era la primera vez que nos veíamos en persona. Le devolví la sonrisa, humedecí un poco mis labios al sentirlos resecos, estreché su mano y le di el nombre falso por el que me conocía. "Yo Ricky", me respondió y le indiqué que me siguiera hasta mi casa. Durante el breve trayecto conversamos cosas triviales de las que poco recuerdo, algo comentó sobre su perro pero no le puse mucha atención, en realidad tenía la mente y la vista ocupadas vigilando a la periferia que nadie me viera junto a él, temiendo que algún vecino me descubriera metiendo a casa a un tipo desconocido y luego fuera a contarle a mis padres a su regreso del viaje sobre este detalle y luego mis padres me interrogarían y entonces yo no sabría qué decirles, una mentira quizás. Llegamos a la entrada de mi casa, le dije que pasara, la vecina anciana que antes barría con la cabeza agachada esta vez sí me identificó cuando ahora cerca de la barda se fumaba apaciblemente un cigarro y me saludó con la cabeza, intuí que sospechó algo extraño al verme junto a Ricky, pero ambos sonreímos falsa, cordialmente por lo cual y sin saberlo en ese momento ella se convirtió en cómplice de mi pecado. Le dije a Ricky que entraríamos por la puerta de la cocina y me siguió por el pasillo, entonces cuando iba detrás de mí me preguntó cuánto medía, a la mayoría suele sorprenderles mi estatura, a mí en cambio me sorprendía el alto tono de voz de Ricky, el que hablara sin algún miligramo de nerviosismo o temor a lo que pudiera suceder al entrar a la casa de un extraño porque a pesar de llevar un tiempo de comunicación conmigo yo era un extraño para él y viceversa, en una cita a ciegas nunca se sabe lo que pueda pasar, mucha veces lo que se espera que ocurrirá se contradice totalmente por la realidad de los hechos. Le respondí que mido el metro con ochenta y siete, sin tacones agregué y me reí; al parecer esto no le hizo ninguna gracia porque ya no añadió algún comentario más. Entramos por la cocina, le dije que siguiéramos hasta mi habitación subiendo por las escaleras y al llegar ahí fui a bajar de inmediato la persiana y encendí la luz de la lámpara de noche. El sol se había ocultado en el transcurso de esos ni siquiera cinco minutos que hicimos en caminar desde el punto de nuestro encuentro hasta la casa. Le dije que se sentara en la cama, él lo hizo ocupando el extremo derecho, a los pies, yo del izquierdo. Le ofrecí agua y soda, pero se negó a ambas mientras se ocupaba en curiosear con su mirada la disposición de objetos en mi habitación, hizo el comentario de que todo se veía muy ordenado, demasiado, remarcó, yo le respondí asintiendo. Hablamos brevemente sobre el partido de soccer que transmitían en la tele sólo para evitar el silencio, de hecho ninguno de los dos le íbamos a alguno de los equipos que estaban jugando.

–¿Y por dónde dices que vives? –le pregunté.

–No muy lejos, cerca de Plaza Anáhuac. –respondió. Lo observaba con el reparo, el orgullo quizás con el que se ve un proyecto que al fin ha cobrado sustancia y lo tienes de frente, palpable. Su tez blanca, tanta como la luz que chocaba en las paredes pero enrojecida un poco en el mentón y las mejillas ásperas por los troncos gruesos de los vellos que ya brotaban evidentemente de su cutis. Sus ojos eran pequeños como canicas y cada que se encontraban con mi mirada era como si fueran lanzados de inmediato con un golpe del pulgar hacia otro punto, la mayoría de las veces, si no siempre, al televisor.

–Sí, ya me habías dicho. –le respondí.

–¿Qué no te he dicho, we? Creo que hay cosas que ni hasta mi vato sabe y que a ti ya te las he contado.

–La ventaja de ser un desconocido.

–Ya no lo eres.

–Eres muy distinto a como pensé que eras.

–Ya te había mandado fotos. Muchas, we.

–No es lo mismo. Tenía una idea vaga de cómo podías ser, ¿sabes?, muchas veces por las noches cuando terminábamos de mensajearnos, me iba a tu foto de perfil, cerraba los ojos y en mi mente intentaba hacer que esa foto tuviera movimiento. No te rías we. No es juego.

–Tú hablas diferente a como pensé que hablabas.

–Yo y mi voz de niño.

–Es diferente.

–¿Sueno muy puto?

–No, para nada, al contrario, de hecho no encuentro algo de eso en ti, si te viera por la calle ni pensaría que lo fueras.

–Gracias. –le dije, tomando sus palabras como un cumplido.

–¿Yo?

–Nada. Así me gustan, como tú.

–No te enamores we.

–Ya es tarde.

–Nunca me he enamorado de un wey.

–Pero...

–Sí, ya sé, tengo vato, como ya te he dicho mil veces es el primer wey que tengo, pero no es una cuestión de amor, es más una cuestión de sentirse bien estando con alguien, de disfrutar, de compartir momentos, de vernos a los ojos y decirnos cosas sin hablar, pero ¿amor? Eso en realidad es un martirio. El amor te lleva a denigrarte, a transformarte en un monstruo o en un pelele, amar es... es ofrecerte como voluntario para un sacrificio, es dejar que otra persona se apodere de ti, conceder que te pongan una soga al cuello y atarte a alguien más, es soportar humillaciones, en manipular, es sufrir. En nombre del amor se cometen muchas locuras: wey, cada día salen noticias de crímenes, suicidios y aunque no se admita la mayoría de todos estos actos violentos tienen su origen en eso que hacen ver como algo sublime: el amor. Nunca quisiera que algo así me llegara a pasar, lo prohíbo, we. Lo mío con mi vato es distinto... lo mío conmigo es distinto: yo me permito estar a gusto en el momento que estoy con alguien, pero nunca atado, que eso quede claro, porque eso ya es otra cosa que no me permitiría, y si llegaran a aparecer esos síntomas incómodos del amor: la obsesión, la modificación del comportamiento, el dejar de ser como soy...

–¿Podrías detener algo ya puesto en marcha?

–No lo sé, aún no lo he vivido, de hecho pienso que no me permitiré vivirlo. He visto, conozco historias en las que el amor ha hecho más daño a las personas que producir algún beneficio.

–Dos veces me ha sucedido eso de lo que hablas. Y no se lo deseo a nadie.

–¿Cómo está eso? Según me dijiste nunca has tenido wey y menos vieja.

–Pero estamos hablando del amor. De lo que tú entiendes por amor, de los síntomas, de todo eso que dices que hace que tu persona se vaya consumiendo y algo nuevo emerja de ti a cuasa del amor, ese ser pusilánime que ni siquiera tiene cabeza para pensar lo que hace porque su tipo de amor le nubla la vista, le lava el cerebro. Esas dos experiencias de las que te hablo, no sé, son quizás peores porque ni siquiera ocurrieron, digamos que fueron de un amor irrealizado. Me enamoré, como dices, hasta padecerlo y no sé, creo que aún sigo sin recuperarme del todo, esas cosas no terminan con el tiempo como muchos piensan, al contrario se acentúan, se vuelven más fuertes; el recuerdo de aquel tiempo, de aquella persona, el anhelo por volver y conseguir realizar lo que no me atreví a hacer es como una enfermedad, un dolor que no duele, no sé si me explico, tal vez ni siquiera yo entiendo lo que digo. Pero de lo que estoy seguro es de que si ahora viera a esas personas a las que llegué a amar en silencio no sería lo mismo. Lo que quisiera hacer, si se pudiera, es regresar al pasado, al momento, y hacer la elección que no hice porque no quise querer hacer. ¿A ti no te ha pasado algo así?

–We, siempre quise tener ese juego de video donde matabas patos con la pistola, ¿te acuerdas?, era mi obsesión, lo quería, me revolcaba en el piso, me quedaba sin voz de gritar y llorar para que mis papás me lo compraran y prometieron hacerlo siempre y cuando saliera bien en la escuela, pero era un pinche burro de niño y pasaba las materias casi de panzazo y otras de plano las reprobaba, era bien desmadre de morrito, así es que nunca lo tuve. No se me olvida, no le deseo a nadie que sufra lo que yo sufrí por no tener algo que quiere y, a pesar de esforzarse, no lo consigue obtener. A eso se le llama capricho y el no obtener eso con lo que te encaprichas se llama frustración. Vivir sin superar cosas así no creo que sea bueno, mucho menos sano. Y no, no creo que sea amor, enamoramiento quizás, deseo.

–We, aunque creo que con tu analogía banalizas o mundanizas o incluso devalúas mis experiencias, creo que lo que dices es correcto. Deberías de escribir un manual de autoayuda para los que como yo somos miembros del broken hearted club.

–Gracias, we, pero no, we, sólo que hay que entender bien lo que pensamos y sentimos y no confundirlo con otras cosas. Yo, mira, te lo repito: mientras esté a gusto con una persona, mientras haya atracción, pasión, comprensión, ahí estoy junto a ella, en las buenas y en las malas como se dice, pero no me apego, no voy perdiendo mi identidad, no voy dependiendo de la otra persona para ser feliz, mucho menos para ser alguien. Me caga cuando muchos pendejos salen con su mamada de "sin ti no soy nada", "contigo estoy completo" o esa pendejada de "la media naranja". We, qué poco se valoran a sí mismos.

–Si te estoy entiendiendo bien, me hablas de un amor moderno y concienzado, monitoreado, en el que no se involucran sentimientos. O, tal vez sí, pero con mesura, con autocontrol. ¿Y al momento de llegar al límite de emoción que te tienes permitida liberar en la relación, el sistema se cae?

–No te rías we, así soy we, así me ha ido bien.

–No, no me río. A ti te ha ido bien, we, pero, ¿te has puesto a pensar en la otra persona?

–No es mi problema, lo que la otra persona sienta por mí es asunto suyo y si mi forma de pensar no congenia con la suya y esto llega a intervenir con la dinámica de pareja, con eso que te digo de estar a gusto, hay que dar las cosas por terminadas.

–Eres frío.

–Es correcto.

–¿Quieres coger?

–No vine a eso, we.

–Lo sé, pero no quise quedarme con la duda.

–Eso es bueno.

–¿Sabes?, sólo una vez antes que a ti ahora había invitado un desconocido a mi casa. Igual que hoy tocó que no había nadie, mejor dicho saqué provecho de que no hubiera nadie en casa y las circunstancias propiciaron la cita. Este vato tenía un par de meses insistiendo, no era por SMS, era por llamadas, y el muy cabrón me decía unas cosas que me calentaban como no tienes idea. Una vez me propuso que tuviéramos un encuentro en el baño de una gasolinera. Así lo dijo, no es broma. Y créeme que tardé mucho en rechazar su propuesta. Era más bajito que tú. Nos citamos para vernos ahí mismo donde te encontré, pero a las diez de la mañana de un sábado. Ni me bañé ese día, tenía casi tantos nervios como hoy. Era güero, pero no como tú o yo, de esos que hasta los vellos los tienen casi blancos y su piel era delgadita, roja por la exposición al sol, era junio, ya te imaginarás. Tan galán como no tienes idea y no es que tú no lo seas, era distinto, parecía extranjero, como si su ascendencia fuera de alguna ciudad fría de Europa. Se notaba casi tan nervioso, o a lo mejor más, que yo cuando lo encontré. Se acababa de levantar y tenía los ojos hinchados, sus ojos eran claros, amarillos, dorados, o algo así. Vestía una playera y bermudas largas, andaba en chanclas, de lo más sencillo. Cuando nos reunimos me abrazó con fuerza, frotó mi espalda y me dijo al oído que me veía idéntico que en mis fotos.

–Más delgado. En tus fotos te ves más ancho de hombros...

–Yo le dije que me gustaba mucho. Me dijo que tenía poco tiempo, nada más para hacer en lo que habíamos quedado. Llegamos a la casa, nos metimos al cuarto, cerré la ventana y bajé las persianas, prendí el aire acondicionado. Y nos sentamos así como ahora estamos tú y yo. Le toqué la mejilla con el dorso de la mano. Me dijo que eso se sintió raro. Le ofrecí que se quitara la playera pero no quiso. Le dije que si la traía parada, me dijo que yo mismo me cerciorara. Puse mi mano sobre su verga y era pequeña y aún flácida, deshice el nudo en la cintura de sus bermudas y metí mi mano por debajo de su ropa interior, él se recostó lentamente en la cama, se llevó las manos detrás de la cabeza y cerró los ojos, le bajé las bermudas hasta el suelo y me arrodillé frente a él, su verga era más pequeña que la mía, por mucho, pero eso nunca me ha importado, aunque suente trillado a mí el tamaño no me importa; le bajé la ropa interior por sus piernas y comencé a mamarle la verga, en pocos segundos aquel apéndice flácido, y de apariencia sin vida, se volvió turgente en mi boca, sobresalían gruesas venas a lo largo del cuerpo de su verga, el prepucio se retrajo y al pasar mi lengua por su glande él comenzó a gemir. Con la palma de la mano acaricié su pubis lleno de vellos rubios y rizados, llegué a su ombligo siguiendo la línea de pelo y con la yema del dedo medio comencé a marcar la circunferencia de su cicatriz umbilical, mientras hacía esto dejé por un momento su verga y me fui a sus huevos, los lamí un poco y entonces me metí uno a la boca, escuché el quejido leve que produjo, continué con el otro pero esta vez se quejó más fuerte y me dijo que le dolía. Me aparté. Él levanto el torso y sonrió al verme de rodillas. Me preguntó si la traía parada. Me puse de pie y tomé su mano para que sintiera por encima de los jeans lo dura que la traía. Comenzó a sobármela por encima de la mezclilla. La tocaba con curiosidad más que con deseo. Me desabroché los jeans y los bajé hasta mis rodillas junto con la ropa interior. Me dijo que le mentí, que yo le había dicho que la tenía chiquita y aquello era un monstruo. Yo me reí y le dije que no era para tanto, que me la chupara. Él en cambio comenzó a jalármela con la mano derecha y me acariciaba los huevos con la otra, me la jalaba rápido y como si quisiera que me viniera, le dije de nuevo que me la mamara, me dijo que no le gustaba mamar, que no podía, que le daba asco. Me alejé de él, se quedó con su mano en forma de puño, con la forma de un cilindro vacío cuando aparté mi verga. Entonces se quedó pasmado por un momento, desconcertado, pero luego se puso de pie y mientras me explicaba que no era gay, que vivía con su novia, que tenía planes de casarse, que nunca había hecho algo así, que siempre había tenido la curiosidad de hacerlo y que sí se sentía bien haciendo conmigo algo así pero al mismo tiempo le daba asco, se daba asco él mismo porque se sentía a gusto haciéndolo, yo sólo podía fijarme en su verga que de estar erecta poco a poco se volvía flácida y disminuían su grosor y su longitud, pero en la punta tenía esa sustancia transparente y viscosa, llamativa: precum. Le dije que no tenía de qué preocuparse, que todo estaba bien y volví a acercarme a él, le acaricié con ambas manos el rostro y percibí como se ruborizó, sonrió con nerviosismo. Me dijo que no lo besara. Le dije que no iba a hacerlo. Comenzó a jalarmela y yo a él, la palma de mi mano se llenó de su precum y puse algo de este en mi propia verga que aún no lubricaba, comencé a jalar las dos vergas en paralelo pero encontradas y él de nuevo cerró los ojos. Le dije que si me dejaba tocarle atrás. Me dijo con miedo que no le fuera a meter nada. Le dije que no lo haría y lo hice que se girara y me puse atrás de él, toqué sus nalgas que eran duras, casi ausentes de ese vello rubio que proliferaba en sus piernas, pubis y brazos, le dije que si podía separarlas, entonces él se inclinó un poco y yo mismo lo abrí, su orificio era de un tono claro como jamás había visto uno, una piel un poco más oscura que la del resto de su cuerpo, quizás del tono de la piel de su escroto, pero más amostazada, no percudida. Acerqué mi rostro a esa zanja abierta que tenía frente a mí, saqué la lengua y al primer contacto de esta con su orificio apretado él se doblegó, sentí como la rigidez de su cuerpo se venció. Seguí lengüeteando y chupando su orificio, escupí incluso y con la lengua recogí las babas que escurrían hasta la parte posterior de sus huevos colgantes, todo iba de maravilla hasta que fui interrumpido por el sonido de una canción en su celular. Era Firework de Katy Perry. Es mi novia, me dijo casi con terror. Yo me quedé arrodillado detrás de él limpiándome con la mano la saliva que ya cubría gran parte de mi cara. Él dio unos cuantos pasos y se agachó para sacar del bolsillo de sus bermudas el teléfono, la canción continuaba hasta que al fin decidió responder. Sí, mi amor, dijo estando de espaldas hacia mí, te dije que me iba a ocupar por la mañana... unos pendientes que tenía en casa de mamá, dijo sin titubear, todo un maestro del engaño, pensé. Pero mi amor, continuó él, bueno... sí, sólo dame unos 10 o 15 minutos, dijo como si esos 10 o 15 minutos fueran para concluir nuestro encuentro, ahorita voy para allá, no tardo mucho. Sí, mi amor, bye. Bolteó hacia mí y pude ver su miembro tan duro como un dildo de plástico. Con esa gota de lubricante que continuaba brotando de manera natural en la punta de su verga. Sonrió al verme. Le dije que no se fuera. Me dijo que tenía que hacerlo. Le dije que ojalá y el mundo se acabara en ese momento. Me vio raro cuando dije eso, se limpió la punta de la verga y embarró el precum en su camiseta, recogió su ropa interior y sus bermudas. Me dijo que yo era raro. Le dije que si eso era bueno o malo. Me dijo que era sexy. Le dije que los dos sabíamos que no volveríamos a vernos jamás. Sonrió, esta vez con nerviosismo y se percató de que mis ojos se volvieron vidriosos. Me dijo que conocería a alguien más algún día. Me levanté del suelo y me acerqué a él, aún con la verga parada, guié su mano con mi propia mano hacia mi verga y él comenzó a masturbarme, yo a mi vez inicié un movimiento repetido hacia adelante y atrás con la cadera cada vez más rápido mientras me aprovechaba de su mano, en no más de un minuto le dije que iba a venirme, él me dijo que lo hiciera. Abundante y espeso semen blanco llenó la palma de su mano libre. Exhalé al final y cerré los ojos, sentía como mi cara estaba ardiendo y como mis huevos se habían vaciado. Al abrirlos lo descubrí contemplando con curiosidad el semen recolectado en su mano. Ambos lo contemplamos como si esto no fuera algo que nos esperábamos obtener sino alguna otra sustancia. Entonces le dije que fuéramos al baño a tirarlo cuando me subí los jeans. El semen se fue por la coladera del lavabo, abrí el grifo y él se lavó las manos y con esa misma agua desaparecieron los residuos de semen que habían quedado al fondo del lavabo. Dejamos el cuarto de baño y caminamos en silencio hasta la puerta principal. Antes de abrir la puerta pasé mi mano por sus cabellos, él se rió. Pocas personas me entienden, me dijo antes de irse. No tienen porqué hacerlo, le dije y fue todo.

–¿Por qué me cuentas todo esto?

–No sé, creo que porque no tenía nadie más a quién contárselo.

2

El juego terminó en un empate cero a cero por el cual hasta los narradores se quejaron, era un evidente plan que los dos equipos, o sus directores técnicos, pactaron para no afectarse entre sí, sus posiciones en la tabla general ya estaban definidas desde la jornada pasada por lo que si el partido ni siquiera se llevaba a cabo de igual manera habrían clasificado a la liguilla en primer y segundo sitio; con este marcador, sin embargo, dejaban fuera al equipo que estaba en el último lugar. Todo quedó sin cambios.

Ricky me comentó sobre su vida. Me dijo que tenía poco de haber terminado la carrera de leyes, tema sobre el que nunca habíamos tocado en nuestros mensajes vía celular, se había especializado en derecho corporativo, me explicó innecesariamente que la función de un abogado con esta especialización es la de manejar el orden de una empresa. Tenía alrededor de seis meses de haberse titulado y a pesar de haber ido a no sé cuántas entrevistas y enviar otros tantos currículums para que le dieran una oportunidad necesitaba de palancas, de algún conocido y hasta ahora no los tenía, yo no le dije nada. Cambié mejor de tema y le pregunté por su pareja, cómo lo había conocido. Me dijo que no le gustaba mucho hablar de su vato. Le pregunté si era más guapo que yo. Se parece a mí, me dijo, de hecho nos prestamos la ropa. Le pedí que me mostrara una foto. No voy a hacer eso, we, me dijo con molestia. Me sentí reprendido y me quedé en silencio, con el control le fui cambiando a la televisión hasta que llegué a los canales de porno que tengo abiertos en mi sistema de satélite pirata: una asiática de menudas dimensiones y totalmente desnuda estaba recostada sobre el asiento de un sofá, de tal manera que sus piernas estaban alzadas apoyadas en el respaldo y el enorme orificio de la vagina depilada escrupulosamente dejaba ver su interior húmedo, palpitante y enrojecido como la enorme boca de un pez que la había abierto para coger el cebo de un anzuelo, desde el punto de vista del camarógrafo que a la vez era protagonista de la escena vi cuando un escupitajo blanco suyo fue a dar al gran orificio de la asiática, acto por el que esta se rió y luego dijo algo en su lenguaje, el tipo le respondió en español con acento boricua que no le entendía nada, luego él mismo escupió sobre su descomunal verga morena que era más gruesa que mi antebrazo y sin pensárselo la penetró, podía verse como el abdomen elástico y liso de la asiática se hinchaba cuando la verga entraba en ella y disminuía su tamayo cuando salía. Él me tocó el hombro y me ofreció disculpas, le dije que no pasaba nada y me preguntó entonces que yo qué hacía, no comentó nada sobre la película porno, le respondí que últimamente me dedicaba a estar triste y a veces me la jalaba para que se me quitara. Eres todo un caso, we, me dijo y se rió. Le pregunté si le gustaba lo que veía, refiriéndome a la escena porno en la tele. Se me antoja cogérmela, me dijo. A mí mamársela al wey, le dije. ¿La traes parada?, le pregunté. ¿Te la enseño?, me dijo. Sí, we, si quieres, le respondí. Se puso de pie y se abrió los jeans, con nerviosismo y casi pudorosamente sacó sólo el pene que era circunciso y que no estaba erecto en su totalidad, era un pene promedio al cual nadie le pondría algún pero, tenía recortado el vello púbico y se lo hice notar. Sí, me dijo, me rebajo con la máquina para que se vea estético, de hecho también me afeito el pecho y se levantó la playera, su abdomen no estaba marcado y sus pectorales no tenían definición, de hecho tenía pancita, lo cual lo hacía tremendamente masculino y excitante. Le recriminé entre risas que esa pancita no era de alguien que va seis veces a la semana a una clase de hora y media de tae bo. Me dijo que le tocara el abdomen y al hacerlo comprobé que era duro, firme, pero al subir mi mano a sus pectorales pude darme cuenta que estaban bofos, pero aún así eran lindos al tacto. El pecho es más difícil de trabajar, se excusó cuando sintió él mismo la suavidad en sus pechos que yo tocaba. ¿Te puedo tocar abajo?, le dije. Si quieres, me dijo. Mi mano escudriñó a lo largo y ancho sus genitales, sus huevos tenían poco vello, recién afeitados, asumí, no con máquina sino con rastrillo. ¿Se siente bien?, le dije. Sí, dijo, pero yo no notaba que lo disfrutara, era más como si yo fuera un médico y lo estuviera revisando de manera maquinal para el diagnóstico de algún tipo de cáncer en la zona genital y él se mantuviera estático, incómodo. Volteó un poco a ver la película en la que ahora la asiática gimoteaba como loca cuando era penetrada vía anal, por el tipo de antes que ahora estaba acostado debajo de ella, y vaginalmente por un negro que tenía el miembro más grande que el del otro y estaba de frente a ella. Súbitamente se le paró por completo a Ricky y le dije que si me dejaba mamársela. Se negó, me dijo que no sería ético ni justo para su vato. No insistí y le pregunté de nuevo si se sentía a gusto mientras lo masturbaba, me dijo que sí. Le dije que si quería ver la mía. Si, ¿por qué no?, dijo. Me desabroché los jeans y me saqué la verga que estaba en su máxima erección. Eres bien caliente, me dijo y se rió. Tú me pones así, le respondí mientras yo me masturbaba viendo cómo él se masturbaba y viendo también en la tele a la asiática que se la cogían al mismo tiempo el negro y el latino. ¿Quieres tocar la mía?, le pregunté. Vente, me dijo y me puse de pie y me situé frente a él. Me la tocaba con curiosidad, me tocaba los huevos y yo lo acariciaba en respuesta de la misma manera. ¿Me la mamas?, le dije. Lo estaría traicionando, we. Eso se puede arreglar, le dije Cómo, me dijo. Si lo invitas, le dije. Se rió, pero no cesaba de acariciarme con ternura. No lo digo en broma, we, le dije. Nunca he hecho tríos, me dijo. Ni yo, le respondí con una mentira. No creo que acepte, es tímido, hasta para cambiarse en el gym se apena de que los demás lo vean. Siguió masturbándome y yo a él en un acto que pasó de lo erótico a lo ridículo puesto que a ambos poco a poco se nos fue bajando la erección mientras que a la asiática, en cambio, en la película, le llenaban la boca de semen, que ella burbujeaba cuando la cámara le hizo un extreme close up, tanto el negro como el latino. ¿Por qué viniste?, le dije. Porque me invitaste, respondió.

3

Recordé que en el refri había un doce que había quedado de mi cumpleaños. Le ofrecí un bote, pero se negó diciendo que sólo tiene permitido beber los fines de semana por su entrenador. Me dijo que además ya iban a dar las 8 y tenía que irse para entrar a su clase de tae bo. Le dije que me estaba animando a entrar, que si era muy cara la inscripción, me dijo que no sabía, que su vato fue quien lo inscribió y se encargaba de pagar con tarjeta. Le pregunté si su vato era mayor que él. No me mantiene we, si es lo que quieres dar a entender, dijo ofuscado. En mi mente creé en segundos una historia en la que su "vato" era un tipo de entre unos 45 y 60 años, afeminado, su estatura era menor a la promedio, tenía miopía y vista cansada por lo que usaba bifocales, su tez era blanca, usaba cremas humectantes y reafirmantes para disimular e impedir, insatisfactoriamente, las marcas de los años en su cutis, quizás fuera arquitecto o médico o alguna otra profesión cliché para los homosexuales o quizás era él el abogado corporativo y de ahí esa historia que Ricky me contara antes y que no le creí, este tipo era adinerado, un tipo solterón, pasivo, en su forma de caminar no podía ocultar que era puto, se teñía las canas tanto de su cabello escaso como de la barba, tenía que usar barba para no verse tan afeminado y para disimular la piel pellejuda que colgaba de su cuello, gustaba de ir a antros y a gimnasios, a sitios en los cuales poder rodearse de jóvenes y succionarles cual vampiro la juventud, en la historia que escribía mentalmente este tipo vivía en su departamento pero siempre estaba al pendiente de su madre anciana quien era acaudalada y vivía en una gran residencia a expensas de la fortuna que dejó su marido al morir, tenía como la mayoría de los homosexuales una compleja relación edípica con su madre, obsesiva, quizás fue en una noche de antro mientras que Ricky disfrutaba con sus amigos cuando este tipo consiguió conquistarlo acercándose poco a poco, invitándole primero un trago, contándole sobre sus viajes, sobre lugares exóticos que conocía, sobre su vida sin complicaciones y opulenta, sobre su necesidad de encontrar a alguien con quien compartir su vida y lo difícil que lo había pasado en experiencias pasadas, Ricky se conmiseró de él y al mismo tiempo fue seducido por el modo de vida que se le contaba... no fue, no es ni será amor, es sólo estar a gusto, determiné... ¿Por qué tan callado?, interrumpió Ricky la historia que le inventaba. Te acompaño le dije, para que tomes un taxi. No, dijo, por aquí pasa un camión que me deja en la puerta del gym. ¿Pero vas con esa ropa?, le dije. Ahí tengo locker we. Ambos salimos, la noche era fría, había viento y ambos llevábamos puestas sólo playera y la textura de la tela así como la manga corta no eran suficientes para guarecernos del viento helado. Justo en la puerta recibió una llamada. El respondió. Sí lo saqué, we... ¿Y ahora qué hizo el pendejo?... (Ricky se rió) Es un desmadre el pinche Ricky, bien sabes que le gusta morder los calcetines y la ropa cara. Pinche Ricky es un desmadre, volvió a decir y se rió... Ni hablar, we, tendremos que ir de compras... Sí, ya sé o yo tengo que recordar sacar a Ricky al patio cada vez que voy a salir... No me regañe, señor, me va a hacer sentir mal, dijo y se rió. Igual, bueno, bueno, tú más... bye. Colgó el teléfono. Dejé el perro encerrado adentro del depa y desparramó la ropa sucia del cesto en la lavandería, mi vato estaba encabronado porque le mordisqueó calcetines, camisas y hasta unos Calvin Klein, dijo y se rió. Yo sonreí sólo porque él sonreía, la historia absurda que me contó no me causó nada, y esta vez pensé en lo irónico de que eligiera para presentarse ante mí y como nombre falso Ricky, que en realidad era el nombre de la mascota de su "vato". Caminamos hasta llegar al sitio donde nos habíamos encontrado. Me dijo que había que cruzar la avenida, esperamos a que el semáforo se pusiera en verde. Le dije que si se sintió a gusto conmigo. Me dijo que yo le había caído bien. Le dije que ahora que se estaba yendo era como cuando a él de niño sus papás le prometían el juego de los patos con la pistola si sacaba buena calificación y como si por fin hubiese obtenido un promedio de ocho y a sus papás no les quedara de otra que tenerle que comprar el juego, pero como ahora sólo se la pasaba matando patos con la pistola por las tardes y no hacía las tareas en el siguiente ciclo escolar hubiese reprobado todas las materias y ahora sus papás le quitaran el juego para siempre... no, creo que esta analogía no se la hice saber, sólo la pensé. Ya cambió el semáforo we, me dijo y ambos cruzamos la avenida junto con varias personas desconocidas. A su lado me mantuve esperando a que llegara el camión, en realidad quería que nunca lo hiciera, le dije que cuando quisiera podíamos volver a vernos, sí, we, me dijo, me caíste bien, pero no me hacía mucho caso en realidad, toda su atención estaba puesta en ver si el camión aparecía por el extremo izquierdo de la avenida. De pronto se me ocurrió preguntarle si sus papás sabían. ¿De qué?, me respondió preguntando. De todo, le dije. Sí, respondió, ¿y los tuyos?, me dijo. No, nadie sabe, le dije avergonzado. We, ahí viene mi camión, me dijo y me sentí devastado, en serio deseaba quedarme con él hasta el amanecer, ya ni el frío me importaba sólo quería estar a su lado. We, me dijo cuando el camión se detuvo frente a nosotros y varias personas se amontonaron para subirse, we, sé feliz. Lo soy, le dije. Si tú lo dices, dijo. Pocas personas me entienden, le dije cuando se estaba subiendo al camión. No tienen porqué hacerlo, me dijo y fue todo.

4

Ricky estaba desnudo tendido boca arriba sobre mi cama también desnuda. Yo sólo llevaba los jeans puestos, desabotonados pero con la cremallera arriba, estaba descalzo. Me subí a la cama, me puse sobre Ricky de manera que mis rodillas quedaron a la altura de su cadera y el compás de mis piernas estaba abierto tan ancho como era su cuerpo, lo vi a los ojos y me sonrió con sus pequeñísimos ojos de canica, fui doblando mi torso hasta que puse mis labios en su pecho izquierdo, comencé a chupar su tetilla como si quisiera obtener leche, luego me dirigí a la otra no sin antes besar su mentón lleno de esos vellos filosos. Bajé a su ombligo y metí mi lengua en el orificio. Entonces moví mi cuerpo hasta que el compás de mis piernas quedó a la altura de sus rodillas. Volví a inclinarme y esta vez besé su pubis, ahora me metí su verga en la boca y comencé a chupársela, la sentía crecer en mi boca, volverse como de piedra y al mismo tiempo sentía como me apretaban los jeans cuando mi propia verga se ponía erecta. Entonces escuché los golpes en la puerta, fueron 3 fuertes manotazos. Volteé a la izquierda y hacia atrás, la puerta estaba abierta, ahí estaban de pie mi papá y mi mamá. Me morí de vergüenza, no supe qué hacer, dónde y cómo esconder lo evidente. Pensé que vendrían ambos a darme una golpiza, pero ninguno de los dos se movía, observaban en quietud, sin gestos en sus rostros mientras Ricky tomaba con ambas manos mi cabeza y la hacía que retornara al frente y al oficio clandestino que tan bien le estaba haciendo antes de ser descubiertos in fraganti. Comencé a llorar mientras se la mamaba y sentía cómo el corazón me palpitaba tan aprisa como si fueran los últimos antes de detenerse para siempre.

Desperté con un nudo en la garganta y la urgencia de llorar, mis manos temblaban y tenía taquicardia, el sueño fue tan real que de inmediato volteé a ver la puerta para cerciorarme de que estuviera cerrada. Luego vi que a mi lado no estaba Ricky desnudo, nadie. Encendí el televisor y estaban pasando Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick, la escena en la que el personaje de Tom Cruise está enmascarado al centro de esa rueda de enmascarados mientras se escucha una música tenebrosa y es juzgado por todos por haberse atrevido a ir como intruso a una fiesta a la que no había sido invitado. Tomé el teléfono, revisé la hora, pasaban ya de las dos de la mañana, busqué a Ricky entre mis contactos y vi que estaba online.

¿Estás?, tecleé, esperé a que pasaran unos minutos y no obtuve respuesta.

Creo que te amo, tecleé, pero antes de enviar el mensaje lo borré. En la televisión vi cuando al personaje de Tom Cruise lo obligaron a quitarse la máscara y cuando todos se sorprendieron porque lo reconocieron.

Te amo, teclée y envié el mensaje.

Apagué la tele, puse a cargar el teléfono y me volví a dormir.

Cuando desperté lo primero que hice fue revisar el celular, vi que Ricky estaba online, busqué un nuevo mensaje suyo en respuesta al que le había enviado, pero no había nada.

De esto es de lo que yo hablo cuando hablo de amor.