sábado, 19 de marzo de 2011

Recuento 5: ¿En cuánto me dejas un beso?

No quería despertar del sueño. El clima en él, la irrealidad en él eran demasiado agradables y lo que estaba llevándose a cabo todavía mejor. El lugar era una suerte de casa antigua y de campo, serían algo así como las 6 o 7 P.M., ese momento justo del día en el que no se sabe con exactitud si ha concluido la tarde o ha iniciado la noche. Sin moverme de mi sitio, entré a la casa y lo único que recuerdo haber visto fue una chimenea llena de ceniza y viejos leños quemados, ningún mueble ni adorno a excepción de un cuadro colgado en la pared sobre la chimenea. La imagen era de Katy Jurado, pero no anciana como en El Evangelio De Las Maravillas de Ripstein o, si se quiere, como apareció en la telenovela de Te Sigo Amando. En el cuadro, en ese momento, era joven y bella, más joven que bella pues Katy nunca fue de facciones finas y, sin embargo, sus ojos, y la mirada en ellos podían llegar a sentirse tan fulminantes como el disparo de un revólver dirigido al corazón.

La sensación era de que ahí, además de mí, había alguien más. Volteé hacia atrás, pero no encontré nada. Volví a ver el cuadro y por medio de su reflejo en el cristal descubrí la sombra de ese alguien que estaba atrás de mí. De pronto, sentí que alguien me abrazaba por la espalda -me abrasaba, literalmente-. Las manos se instalaron, cada una, en mis pectorales, para que luego los dedos localizaran las tetillas y comenzaran a estimularlas hasta el punto de erguirlas. De mi parte no hubo intención de resistirme, flojito y cooperando. Entonces, sentí la humedad cálida de su lengua que jugaba con el lóbulo de mi oreja izquierda y en susurro me dijo: te me antojaste desde la primera vez que te vi, así me gustan, altos, blanquitos y güeritos. Y no, en el sueño este piropo confesado no hizo que me temblaran las piernas. Decidido, me di la vuelta, pero ya no había nadie, fue como si se tratara de un fantasma burlón y malicioso que le encontrara diversión al hecho de abandonarme cuando más excitado estaba. Y, para rematar, un asunto sobrenatural más: el sonido fuerte del cuadro desprendiéndose de la pared y del cristal estallando en el piso, me dejó más que impávido. Seguramente y también sufrí un espasmo en la cama. Pero el fantasma, el ser invisible, hizo una segunda aparición. Sin verle, sin localizarle, sentí la presión de sus labios sobre los míos y de nuevo su lengua haciendo de las suyas para tratar de que abriera la boca. Sin verlos, pude definir que los suyos eran unos labios delgados, el inferior más grueso que el superior, de tal manera que embonaban perfectamente con los míos -alguna vez me dijeron que mi labio superior era algo así como un gajo de naranja-. El arrebato del beso hizo que la temperatura de mi cuerpo se elevara a tal punto que sentí ardor en mis mejillas. Las lenguas de ambos no dejaban de moverse, de indagar cada una los rincones de la boca ajena; su dentadura chocaba con la mía, su saliva se fundía con la mía. Entonces, sentí como si sus manos invisibles estuvieran descendiendo hacia la zona inguinal. Y cuando todo era inmejorable, alguien se atrevió a sonar a la puerta: ¿No te vas a levantar?, me dijeron. Maldije el despertar a la realidad matutina mientras me remojaba los labios con la lengua como acostumbro hacerlo luego de haber besado a alguien.
En muchoas años no había tenido un sueño tan vívido como el que he descrito anteriormente. Es más, casi nunca recuerdo lo que sueño y mucho menos se vuelve durante el día en algo en lo que no puedo dejar de pensar: hay ocasiones en las que me da por observar los labios de las personas y juzgar si son buenos o malos besadores, los de ese joven que recién ha entrado a trabajar en la oficina, por ejemplo: el que posea unos labios casi inexistentes no significa que sea un besador sin habilidades: la última vez que besé a alguien de labios gordos, hinchados, jugosos hasta cierto punto me llevé la decepción de mi vida porque era como si estuviese repitiendo aquella práctica infantil con la que se nos decía aprenderíamos a ser buenos besadores de grandes y que consistía en tomar el dorso de nuestra mano por la boca de alguien más y comenzábamos a besarlo, a chuparlo, a llenarlo de babas hasta dejarlo enrojecido... Este seguir hablando del acto de besar incrementa mi necesidad de hacerlo de inmediato.
Al salir del trabajo le mande un mensaje a Ryan: "T spero en ksa m urge bsarte =)". Iba manejando, pero no pasaron ni cinco minutos cuando el celular comenzó a vibrar, Ryan me respondió: "no puedo s cumple d mi sposa y si la djo sola m larga y no m dja ver los ninos =(". Puta madre, maldije y arrojé el teléfono al asiento del copiloto. Y justo en ese momento, vi que estaba pasando cerca de un lugar que creí que ya no existía...
55 pesos en la entrada. Un anciano que cojeaba cortó el boleto y me regresó la mitad: hice la suma de la cifra, pero el resultado no fue suficiente como para poder intercambiarlo por un beso -este era un juego que solía hacer en la prepa-. Podía entrar a la sala por cualquiera de las tres cortinas guindas y de terciopelo que había. Elegí la de la izquierda, será porque soy zurdo. Tras descubrir la cortina, ascendí por un breve pasillo inclinado y en penumbra. Nada se veía salvo la enorme pantalla al frente: un apuesto y rudo oficial que llevaba la insignia nazi en el brazo, aunque hablaba en italiano, tenía a una mujer rubia arrodillada frente a él, ella estaba totalmente desnuda y le suplicaba al oficial, esto lo leí en los subtítulos: muéstremela, oficial, déjeme comerle la pija. El oficial quitó el gesto de pocos amigos y se bajó la cremallera para mostrar un miembro que era como un rollo de galletas Marías que tenía en la punta un glande rojo y carnoso como una fresa de gran tamaño que poco a poco comenzó a lengüetear y a engullir la mujer placenteramente.
Y apenas mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, así como mi olfato a la hediondez de humores seminales en ese sitio, cuando percibí que alguien pasó junto a mí y se detuvo, su fragancia de mujer superó todo aroma. Cerré y apreté los ojos con fuerza para ver si así conseguía ver de una vez por todas. Al abrir los ojos vi que tenía junto a mí a una vestida que me clavaba su mirada como si creyera que yo accedería a algún tipo de proposición que ella me hiciera con los puros ojos. Me moví de lugar rápidamente.
Avancé hasta llegar a una especie de barda que me llegaba al pecho y me recargué sobre ella. La barda era el final de por lo menos unas ochenta butacas que se hallaban casi todas desocupadas, no había más de quince espectadores sentados. Me dí cuenta de que, como aves rapaces, había cuatro vestidas que hacían sus rondines por la sala buscando clientes, todas, portando ropa entallada y diminuta, zapatos altos de plataforma, cabelleras largas, maquillaje y perfume en exceso, de proporciones femeninas y, sin embargo, algo en ellas indicaba que ocultaban un ser masculino. Mientras hacía la revisión anterior, una de ellas, robusta, se puso a mi derecha, se acercó a mí y me dijo en voz baja: guapo, ¿me quieres chupar las tetas? Y con la luz azul que proporcionaba su teléfono celular iluminó un par de pechos gordos que si tuvieran la posibilidad amamantarían a un neonato. Yo sonreí tímidamente y negué con la cabeza: Mmmm..., dijo ella, tan varonil que te ves y te gusta mamar verga... Ella continuó su rondín y yo me dirigí al extremo derecho de la barda. Me dispuse a tratar de ver la película en la que el oficial nazi sodomizaba a la mujer quien con cada embestida del hombre emitía un grito agudo. Cuando menos me lo esperaba, volteé a ver lo que sucedía a la perfiera y sólo para descubrir que de la nada ya me veía rodeado: a la derecha por un joven enmochilado que estaba recargado sobre la pared; hacia atrás, sobre los escalones que conducían a una segunda planta de la sala de cine, por un hombre de baja estatura y complexión gruesa; a mi izquierda había un joven que como yo también se apoyaba en la barda y descaradamente traía su blando miembro de fuera y lo jugueteaba con sus manos para volverlo turgente. Cuando este último me ofreció su sexo que ya comenzaba a despertar, me moví de lugar una vez más y tomé asiento lo más lejos posible de esa jauría que me hacía sentir, aunque admito que un poco halagado, como si fuera también algo así como la carne fresca del día.
Ya ocupando una butaca, cerca del pasillo que en turnos era pisado por las cuatro vestidas, me dí cuenta de que a dos filas adelante de la mía había sólo un espectador más. La vestida que me mostró sus pechos antes, pasó y me reconoció por lo que se siguió de largo hasta llegar con ese espectador que yo había identificado. Cruzaron palabras que no pude escuchar porque en la pantalla los gritos de la mujer cuando era penetrada vaginalmente y lo que el oficial nazi pronunciaba en italiano no me lo permitieron. Ese espectador de dos filas adelante se levantó y caminó por el pasillo: era un joven moreno en exceso, de 19 0 20 años, su complexión era delgada pero hasta cierto punto atlética, llevaba el pelo casi a rape, traía un bigote simpático y un arete en el oído derecho, sus ropas eran ajustadas aunque no de muy buena calidad y sus labios no eran algo extraordinario. El joven comprendió que lo examinaba y me habló: estos pinches batos no te dejan en paz cuando vienes aquí, ¿vedá? Yo no le respondí, me limité a sonreír cortésmente. El joven, sin invitación ni pena, ocupó la butaca que estaba a un lado mío y comenzó a sacarme plática en voz alta mientras que yo procuraba guardar silencio:
-Estos pinches batos que se creen viejas, no mames...
-Pues si a ellos les gusta...
-Neee, la otra vez no me podía quitar a uno de esos pinches weyes de encima, me siguió por todo el puto cine hasta que le dí un putazo y lo tumbé.
-No a la violencia, amigo.
-(se ríe) ¿Es la primera vez que vienes al cine?
-No, pero tenía mucho sin venir.
-Yo casi todos los viernes, cuando no hay jale, me echo una vuelta por aquí.
-Ah... (el joven me extendió su mano)
-Me llamo Luis.
-Hola, Luis. (no lo quise saludar de mano)
-Ah, ¿me vas a dejar con la mano tirante? Wey, no seas cabra. (me reí y estreché su mano) ¿Y no me vas a decir como te llamas?
-(le mentí) Luis, también.
-Ah, no mames, somos tocayos. (hubo un silencio no muy prolongado y yo quise levantarme, pero él volvió a hablar) No te vayas, Güicho.
-(sonreí) No, me estoy acomodando en la butaca.
-Y ¿qué onda? ¿Qué hacemos?
-¿Que hacemos de qué?
-Te la mamo, me coges; me la mamas, te cojo. Lo que tú quieras. (en ese momento pasó una vestida y al vernos conversar tan juntos nos dijo putos)
-No somos putos, ¡pinche monstruo! (Luis se defendió)
-Shhhhh... (Luis me miró con su rostro de casi niño entusiasmado cuando le celebran por haber hecho alguna gracejada) ¿Y dónde quieres que hagamos todo eso que dices?
-Donde quieras, Güicho.
-Pues mámamela aquí. (le dije y comencé a desabrocharme el cinturón)
-Cobro 70 por mamarla, pero como estás bien bueno, te dejo la mamada en 50.
-(me reí) ¿Y si yo te la mamo?
-(él se rió y se rascó la cabeza) Te cobro 50, Güicho.
-Ah, ¿yo te la mamo y tú me cobras? (Luis no dijo nada) Y por cogerte, ¿en cuánto me sale?
-100 varos, pero no traigo condones, ¿tú traes?
-No, tampoco, yo no venía preparado para "eso"
-Todos vienen aquí a "eso". Fíjate como entran de 2 batos al baño (a un lado de la pantalla estaba el baño, cubierto por una cortina similar a la que ya había traspasado para entrar a la sala de cine, según Luis era el lugar idóneo para concretar encuentros sexuales fortuitos) Ahí cogen todos los batos...
-Yo no venía a "eso".
-Entonces, ¿a qué, a ver las pinches películas? Las películas están bien ojetes y bien rucas, están mejor las de internet, las "amateurs".
-Amateurs (corregí su pronunciación).
-¿Amateurs? (dijo él con extrañeza)
-Vine aquí por un sueño.
-(él se rió) Este bato está bien chisqueado.
-En el sueño alguien me besaba bien sabroso y como hoy no tengo a quien besar vine aquí a ver si consigo que se cumpla mi sueño.
-(se rió) A mí no me mires, mi amá me tiene prohibido que bese a los clientes.
-¿Tu mamá sabe que tú...?
-Sí, ella es la que me manda a venir aquí, me dice, de "eso" y nada, pues "eso".
-Inteligente tu mamá.
-Sí, pero, entonces qué, ¿te la mamo en 50 varos? Ándale, Güicho, para hacer la cruz.
-¿En cuánto me dejas un beso sabroso como el que soñé?
-No, Güicho, no me gusta besar a los batos.
-Wey, les mamas la verga, dejas que te cojan, ¿pero no te gusta besar a otro wey?
-Neee, besar a otro bato es de maricones...
-Si tú dices...
-¿Entonces no se arma nada? (de la cartera saqué un billete y se lo mostré)
-200 pesos por un piquito, así, levecito.
-200 bolas... pero no me vas a meter la lengua ni nada, ¿vedá?
-(me reí) No, hombre, no meto la lengua.
-Bueno, pero déjame te agarro la cara.
-¿Para qué?
-Para ver si estás rasposo. (Luis pasó su mano por mis mejillas, el mentón y por encima del labio superior, cuando terminó me dijo) No mames, Güicho, andas bien rasposo, va a ser como si estuviera besando a otro bato.
-(me reí) No, hombre, tú nomás cierra los ojos y para las trompas.
-Va, pero dame los 200 varos antes. (le dí el dinero y él se los guardó en el bolsillo del pantalón. Nunca en la vida había besado a alguien más joven que yo, siempre he tenido preferencia por personas que me superan en edad, alguna vez, cuando yo tenía más o menos la edad de Luis me aferré con alguien de 40 y que sólo me veía como una distracción para los fines de semana, es verdad que con los años se quita lo pendejo, al menos en mi caso) Ya estás, Güicho. Puta madre, nunca he besado a un bato (dijo Luis y yo me reí)
-Espero que no te enamores de mí... (le advertí) Porque las personas siempre se enamoran de mí con mis besos...
-Vedá...
-Bueno, cierra los ojos y para las trompas (cumplió al pie de la letra la orden y la cara que puso me dio mucha risa. Fui acercándome a su rostro y justo antes de que mis labios tocaran los suyos, cerré los ojos)
Entonces, alguien tocó a la puerta y dijo: ¿No te vas a levantar?

¡Puta madre!, maldije.

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