viernes, 4 de febrero de 2011

Recuento 2: La muerta es la que va de largo

A todos, de improviso, se nos informa que él ya ha muerto: no hay que acongojarse, la agonía de papá fue breve. Su funeral ya está llevándose a cabo y muchos de nosotros sin saberlo. Al llegar al lugar, contrario a encontrarnos a todos los asistentes vestidos de negro, nos sorprende que lleven ropa en tonos claros, de verano. El sol abunda, no hay cortinas en las ventanas. Tampoco vemos que alguien llore, que lamente el fallecimiento de papá, y, sin embargo, es patente la solemnidad que impera, como en toda ceremonia fúnebre. Papá no es velado en ninguna funeraria sino en casa: la misma vetusta vivienda descuidada, de más de cien años, que por su aspecto se supondría en abandono absoluto (esto puede advertirse cuando un trozo del techo se desprende por sí solo y cae al suelo haciendo un fuerte ruido que, de todos modos, a nadie llama la atención). Pero, cuando entra ella por la puerta principal que conduce a la estancia, donde se tiene el cuerpo de papá, todos volteamos a verla, nos desconcierta su carcajada sonora que se hace acompañar por una música incidental cómica que parece provenir de ninguna parte; su atuendo elegante es similar al que lleva Rita Hayworth en el póster de Gilda -there never was a woman like Gilda!, recordamos la frase y el tono azul de su vestido-, sólo que ella, aquí, no está enguantada; en sus manos lleva una rebanada de pastel sobre un plato de unicel. Cuando finalmente llega a estar frente al féretro, le da una mordida a su postre. Ella deja la estancia y avanza por el pasillo, no sin antes hacer una señal con el dedo de que la sigamos, y entra a una de las habitaciones. En el trayecto, mientras la seguimos, nos encontramos a otras personas que nos dicen, poniéndose el dedo índice en los labios, que guardemos silencio. Sin saber a qué habitación ha ingresado, abrimos una puerta al azar y ahí está ella sentada en una silla al interior de la habitacion en medio de la oscuridad. No te quedes ahí, nos dice con una voz que recordamos que hace mucho no escuchábamos, entra y cierra la puerta. Inmediatamente ella deja la silla y enciende el foco, nos damos cuenta de que en sus manos lleva ahora una grabadora, junto a ella está papá a quien seguramente no pudimos ver antes por la oscuridad: es ahora él quien está comiendo el pastel. Ella vuelve a la silla, la sigue papá. Cuando ya está sentada, presiona el botón de play, su voz comienza a reproducirse: Todos sabemos que morir es el único destino seguro; yo pretendía postergarlo, evitarlo si me era posible. Como podrás darte cuenta, no obtuve ningún resultado a mi favor. Sola, me quedé sola desde el día en que a todos les pareció una locura lo que planeaba hacer: no es un buen propósito, dijeron, es una estupidez querer vivir para siempre. Desde entonces, mi vida fue ir en búsqueda de el remedio para no ir en detrimento con la edad, jamás descansar hasta hallarlo, ya todos sabemos que el esfuerzo fue en vano. Pero, ¿sabes?, me doy cuenta de que realmente no fue ningún desperdicio de tiempo, sino que eso fue lo que me hizo mantenerme viva y feliz por unos años más; eso de tener algo que hacer, aunque haya sidouna insensatez, hizo que no me dejara morir. Ahora, cuando ya estoy muerta y no existen los ideales, sólo nos queda deleitarnos con aquello que nos fue prohibido alguna vez... El azúcar, por ejemplo... el azúcarrr... el azúcaaaarrrr. En la grabación ella comienza a reírse, a carcajearse. Ella, a quien tenemos de frente, comienza a carcajearse también y el sonido empata con el de la grabación. Entonces, papá se acerca a nosotros a ofrecernos la rebanada de pastel, nosotros, sin resistirnos, la aceptamos.

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