Y esto no era precisamente lo que tenía
planeado expresar, pero no desaproveché la oportunidad, sí, sé que me hace
falta detallar más cosas, explicar otras, hacer ajustes y agregados,
estructurar el texto, pensar mejor las ideas y lo que quiero decir, por
ejemplo, en eso que argumento que la vida en el mundo se conduce en base al
pensamiento, en realidad el instinto le antecede; es un primer párrafo que da
para mucho más, no me proponía hacer una suerte de breve ensayo sobre el
proceso de la creación literaria. Quería contar lo que me sucedió este día,
bueno, desde anoche cuando, al igual que esta noche, me encontraba frente a una
hoja en blanco y no sabía por dónde comenzar y aún no me había dado cuenta de
estos puntos que recién he escrito y que a su vez contradicen mi pesimismo de
la noche pasada al no tener la cabeza serena para darme cuenta de que todo
siempre ya está ahí previamente esperando que alguien lo haga salir a la luz,
le dé, por decirlo de alguna manera, vida. Y sí, creo que lo que sucedió
durante la jornada sirvió de detonador para poder escribir sobre algo aunque dando
significado a otra cosa, haciendo referencia a ello de manera encubierta, a
ello en otras palabras, pero siendo lo mismo: el miedo a dar el primer paso, el
miedo a cruzar el espejo.
Escribía sobre un sueño que tuve, es algo así
como una manía que tengo desde que era niño, escribir mis sueños, apuntar lo
poco o mucho que recordara de ellos cuando tuviera tiempo no para luego
encontrarle alguna relación con lo que me sucede en la vida diaria o algo así sino
sencillamente por hábito, no sé si bueno o malo.
Era entonces una hora inexacta: me bajaba del
camión en una esquina, el día era nublado, todo ensombrecido por un gris
matinal, nada tenía brillo, caminaba por una calle empedrada, unos pasos más
hasta llegar a unas puertas de vidrio que al detenerme frente a ellas se
abrieron solas. Penetré el edificio. Adentro había un desorden de escaleras
eléctricas que iban en muchas direcciones, a diversos niveles del lugar, algunas
eran bandas horizontales, otras escaleras que daban vueltas y formaban
espirales, subían y bajaban sin detenerse. Yo sabía que iba a ejercitarme en el
gimnasio, a eso acudía a ese lugar que era un centro comercial, varios locales,
no recuerdo más detalles, el lugar no era muy populoso a esas horas, era
temprano, me subía a esa especie de banda que me transportó hasta llegar a otro punto pero tuve que tomar
otras escaleras porque no llegué a ningún lugar cercano al gimnasio, luego
elegía otra banda y llegué a una mueblería que tenía las luces apagadas,
caminaba casi a hurtadillas, porque era como si estuviera entrando sin permiso
al negocio, cualquiera pensaría que yo era un merodeador, había una cama grande
y en ella dormía un niño plácidamente cubriéndose con una cobija azul celeste,
luego salía un hombre que me apuntaba a la cara con una lámpara sorda de entre
el área de salas, todo estaba a oscuras, es que busco el gimnasio, pero me
pierdo con tantas escaleras y bandas eléctricas. El hombre me guió hacia una
puerta trasera al terminar de andar por un pasillo no muy largo, de ahí continuaban
unas escaleras eléctricas que bajaban, me situé en el escalón y al llegar a una
planta baja la escalera se convirtió en banda y dio media vuelta, en esa curva pasé
justo a un lado del gimnasio, vi a un par de gordas llevando leotardos, me
parecieron nauseabundas, tuve el impulso de gritarles alguna grosería, pero el
problema es que no pude llegar al gimnasio porque la banda me llevó hasta esas
puertas de vidrio que se abrieron y me sacaron del lugar y fueron las mismas
que se habían abierto para dejarme entrar en un inicio. Fue todo lo que pude
recordar en ese momento y sé que hubieron muchas cosas más del sueño que ya
habían desaparecido de mi memoria. Cerré la laptop y me puse a ver una película
antes de dormir. Estuvo buena la película, me masturbé con una secuencia en la
que un joven en traje de baño rojo, ajustado, emulaba la imagen de Cristo cuando
otro, un escritor alcohólico y que sufría de alucinaciones, comenzaba a sobarle
los huevos y luego le bajaba el traje de baño, la sorpresa fue cuando una
anciana lo descubre realizando estas caricias y el tipo se da cuenta de que estaba
inmerso en una alucinación y en realidad está en una iglesia y no es ningún
joven a quien estaba manoseando sino a una efigie religiosa del crucificado. De
Vierde Man, se llamaba la película, dirigida por Paul Verhoeven, sí, el mismo
de Basic Instincts y Showgirls. Y bueno, la imagen perversa, blasfema, me llamó
mucho la atención, pero no tanto como la frase que en algún momento pronunció
un personaje en ella y me hizo que volviera a abrir la laptop y tuviera que
escribirla: Los artistas hacen cosas bonitas, pero si se obsesionan son
peligrosos. Cerré la laptop de nueva cuenta y dormí.
Por la mañana no pensé mucho en el sueño que
tuve. De hecho no lo recordaba, no siempre se tiene la fortuna o infortunio,
dependiendo de si se tuvo un sueño húmedo o una pesadilla, de despertar con las
imágenes y cronología detallada de un sueño. Así es que el día transcurrió sin
muchas diferencias a la trivialidad de los otros en una típica semana laboral.
El punto es que al salir del trabajo me fui directo al gimnasio: era día de
hacer cardio. Saludé a la recepcionista a quien desde hace 6 meses
aproximadamente ya le conozco esa manera de mirarme y es como si quisiera
tragarme con los ojos pero al mismo tiempo son esos mismos ojos que saben que
no tienen ninguna oportunidad real de hacerlo más allá de su propia fantasía.
Caminé pasando por el área de aparatos, si hay
algo que me da asco en la vida es la cantidad inmensa de hombres con facciones
de monstruo que piensan que atrofiando sus fibras musculares, haciendo lo
imposible para definir la posición de sus músculos, volviendo sus cuerpos en
magras esculturas, moldes que si acaso varían en la estatura, porque de ahí en
fuera las similitudes son muchas: el cuello grueso, la quijada cuadrada, el
pecho amplio al igual que la espalda, la cintura angosta, el culo prominente y
duro y las piernas anchas hasta llegar a los chamorros porque esos sí son
flacos, de esta manera, volviéndose ejemplos de Hulks podrán hacer ver menos
defectuosas sus horripilantes caras. Asco. Subsecuente a esto y cerca de las caminadoras
que es a donde yo me dirigía, mejor dicho de frente, comenzaba ya la clase de
spinning donde por lo menos 12 obesos, de cuerpos deformes sudaban copiosamente
depositando sus culos gordos y fofos sobre los asientos de las bicicletas
estacionarias; el instructor, un joven guapo, de cuerpo inverosímil de creer
que fuese natural y ajeno a los esteroides, con el cabello rubio teñido y que
llevaba en una cola de caballo, y para nadie es secreto alguno el saber que se
vende, y no por mucho, a hombres y mujeres en un table donde baila hasta
quedarse en pelotas, el tipo pedaleaba y hacía figuras explicando la manera
adecuada en que debían pedalear sus bofos pupilos, ajustando la inclinación de
la bicicleta y haciendo más dura la rodada apretando las llantas.
Me paré sobre la caminadora: ajusté el
cronómetro, el número de calorías que iba a quemar, me puse los audífonos,
música de los ochentas, Tears for fears, Everybody wants to rule the world. Y
comencé a correr, a sudar, a extenuarme, a fatigarme mientras me exigía marcar
un ritmo cardiaco y de inhalación y exhalación que se emparejara al movimiento
de mis piernas y de mis brazos, me fatigué en los primeros 20 minutos, pero
sabía que podía continuar, que si esos gordos a quienes veía como se les
empapaba de sudor la espalda y las nalgas no se daban por vencidos, mucho menos
yo. Y cuando Don’t dream it’s over de Crowded house sonaba mientras yo la
cantaba en voz muy baja… me percaté del
momento en que este joven moreno, de estatura promedio, se situaba a la
izquierda mía y me miraba mientras corría hacia ninguna parte más que en el
mismo sitio. De escorzo lo vi, tenía el cabello atado en una cola de caballo y
su cabello era tan negro y liso que daba el aspecto de ser una auténtica cola
equina, era delgado, magro, atlético, su piel muy morena, sus ojos grandes,
negros, luminosos, parecía ser un indio cherokee fugado en la ciudad y al que
le faltaba la pluma en la cabeza, me miraba con un gesto amable como si me
conociera, llevaba puesto unos pants en tono azul de tela ruidosa, y playera
negra sin mangas, sus brazos no eran musculosos, pero tampoco flácidos. Llevaba
al cuello atado un cordón negro del que colgaba una llave de plata. Interrumpí
la carrera dando un salto y abriendo las piernas mientras la banda corría por
sí sola. Me quité el audífono izquierdo: tomé un respiro para recuperar el
aliento, me encogí de hombros: ¿qué pasa?, le pregunté. Sigues hablando igual,
dijo el joven y sonrió de una manera tierna, juguetona…
Oscar me contó que había tenido un sueño y que
en ese sueño yo había aparecido. Varias veces nos habíamos cruzado en el
gimnasio, ya fuera en el área de aparatos o en los vestidores, pero la verdad
es que nunca había reparado en su mirada, él sin embargo me tenía más que
estudiado, quizás soy de los pocos que no van al gimnasio con el fin de
conseguir ligue: todos saben que el gimnasio es uno de los puteríos más grande
que existen y entre varones ni se diga. Aún no estoy muy convencido de que haya
sido cierto eso del sueño, pero la forma en que me abordó fue bastante
original: Oscar me contó su sueño mientras sentados en el piso, de espaldas al
muro con el espejo en el que usualmente todos revisan como se van moldeando sus
cuerpos y se dan cuenta de las partes que necesitan ser perfeccionadas bebía
agua y me limpiaba la transpiración del cuerpo:
Era una plaza muy grande, limpia, con árboles
de troncos gruesos, árboles viejos y fuertes, era mediodía, hacía un sol
terrible, el césped estaba siendo regado por los aspersores, ese ruido del
chorro del agua que era cortado mientras el aspersor daba vueltas junto al de
las cigarras era tranquilizador, hasta cierto punto, porque sigo sin reconocer
en qué lugar me encontraba, parecía de una ciudad que no existe, ultramoderna,
del futuro podría decirse porque digo, qué lugar actual, que plaza monumental
actual podrías hallarte en la que no existiera basura, un arbusto mal podado, y
en esta que te digo todo era perfecto, impoluto... bueno, yo estaba caminando,
llevaba mis libros en la mochila, venía de clases, estudio diseño industrial,
voy en el tercer año, caminaba bajo el sol hasta llegar a un área de la plaza
en la que estaba a punto de comenzar un concierto de orquesta sinfónica, te
imaginas, a medio en punto, estos le iban a dar un concierto a las lagartijas o
algo así, eso pensaba yo, los miembros de la orquesta estaban en un foro en
forma de concha o de caracol, las gradas estaban vacías, no había un alma a
excepción de mí y estos hombres y mujeres vestidos de gala soportando el calor
y sus instrumentos, afinando detalles para que todo se llevara a cabo sin
errores. De pronto apareciste tú,
caminando, traías esos pants que a veces te pones, negros de rayas blancas en
los costados, la playera gris de tirantes, llevabas los audífonos puestos,
llegabas y te sentabas junto a mí en la primera fila de gradas, abajo. A los dos nos pegaba el sol de mediodía de
lleno en la cabeza. Terrible era el sol, sentía la boca seca y parecía que esos
músicos nunca iban a comenzar a tocar nada. Yo estaba muy nervioso porque
estabas junto a mí y pues, me gustas, como ya te habrás dado cuenta, sentía
como palpitaba mi corazón muy rápido. Entonces te levantaste y te fuiste sin
decir nada caminando por el mismo lugar por el cual llegaste: yo te seguí, pero
justo en ese momento muchas personas vestidas para el concierto con ropas
adecuadas, elegantes, mujeres con vestidos largos, hombres de traje, se
vinieron como en una ola sobre nosotros, todos más previsores llegaban con sombrillas
para el sol y entre tanta gente que caminaba en dirección opuesta a ambos te
perdí de vista. Me sentí muy desdichado
y fui y me senté a espaldas del auditorio al aire libre, en una banca de piedra
como para deleitarme en mi fracaso de haberte perdido cuando ni siquiera habías
sido mío nunca. Pero entonces apareciste de nuevo, esta vez caminaste hasta llegar
a donde yo estaba y te pusiste frente a mí: en el gimnasio tomé por
equivocación algo tuyo, me dijiste. Y en ese momento, creerás que lo estoy
inventando, pero la orquesta comenzó a tocar la obertura de Así hablaba Zaratustra
ya sabes, la que aparecía en 2001: A Space Odyssey de Stanley Kubrick y, como
si ellas tuvieran un sentido auditivo superior al nuestro, como si la música
les moviera el ánima, decenas de lagartijas salieron de distintos puntos donde
se hallaban escondidas, aguardando la primera nota y comenzaron a correr hacia
el lugar del que provenían los sonidos armoniosos. Tú no te asustaste, yo sí,
odio a las lagartijas. Cuando dejaron de andar esos bichos por entre nuestros
pies, te sacaste la cartera, la abriste, tomaste algo de ella y me lo tendiste
con la mano, era una foto lo que según tú yo había olvidado, una foto que yo
mismo llevo en mi cartera, mira, es mi mamá, de cuando ella tenía unos 18 años,
una fotografía tamaño infantil, hace 6 meses murió fue cuando comencé a venir
al gimnasio para intentar olvidar y hacer el dolor menos fuerte. Desde entonces
te veo, sé tus rutinas, sé los días que haces pesas, aparatos, espalda, pierna,
bíceps, tríceps, los días que haces cardio, te he visto cuando te cambias de
ropa en el vestidor, he visto que nunca te bañas aquí, he visto como desprecias
a casi todos en este gimnasio, tengo la sospecha de que te sientes superior a
muchos de por aquí y eso no lo considero algo malo, me agrada en verdad tu
arrogancia pero sé que al mismo tiempo te sientes seguro refugiado entre nosotros
a quienes nos consideras inferiores, sé también que nunca entras al vapor, que
la recepcionista intenta llegar a algo más contigo pero tú ni caso le haces… en
el sueño, cuando tú te ibas, te seguí, pero al dar unos cuantos pasos miré al
suelo y vi una moneda, de 10 centavos, y te detuve: espérate, te dije, te diste
la vuelta, recogí la moneda: ten, te dije, bonne chance y te la di, tú la
aceptaste y partiste, pero vi cuando la dejaste caer en una acción de desprecio
que, tengo que confesarte, me devastó… Y, no me lo vas a creer, quizás
absolutamente nada de lo que te he contado me lo has creído y pensarás que sólo
quería sacarte plática para ver si se me hacía por fin luego de 6 meses llegar
a algo más contigo, pero no hace ni media hora que iba entrando al gimnasio,
justo a la entrada, me encontré una moneda de 10 centavos tirada y pensé en dártela.
Nos fuimos a los sanitarios…
Augusto atravesó el bote de la basura para que
la puerta no se abriera. Yo le seguía sonriendo de manera tierna y juguetona,
me dijo que me deshiciera de la liga del pelo. Se acercó a mí y me quitó la camiseta,
metió sus manos entre mi pelo, me miró, le sonreí como imbécil, me besó las
tetillas, le tomé con ambas manos la cara mientras me besaba los pectorales e
intenté besarlo en la boca.
-No me gusta hacer eso, me aclaró.
-Bueno, le dije y le quité la playera y fui
ahora yo quien comenzó a besarle las tetillas a mordisquearlas mientras él
gemía y mostraba sus dientes, me arrodillé frente a él y le bajé los pants, los
bóxers también, comencé a besarle el cuerpo de la verga, pequeños contactos húmedos
y cálidos. Entonces le besé la cabeza sin haber bajado el prepucio, puse mi
lengua en el pequeño agujero en la punta del glande y comencé a moverla en
círculos despegando el pellejo poco a poco hasta hacerlo descender finalmente
con ayuda de la mano izquierda, la otra la tenía ocupada masturbándome. Me metí entonces su verga en la boca y
comencé a mamarla, lo hacía lo mejor que podía, quería que él se sintiera bien
conmigo, quería complacerlo hasta el punto de sentir yo mismo su placer en sus
espasmos, pero no lo conseguía, lo sentí muy lejano a pesar de estar muy cerca,
cuerpo a cuerpo, era como si Augusto no estuviera sintiendo nada cuando yo lo
estaba sintiendo todo. Entonces, sin avisos, se hizo hacia atrás y me sacó su
verga de la boca.
-Chúpame los huevos, me dijo.
Cumplí su orden, comencé por el izquierdo,
dando lengüeteadas, comencé a chuparle el saco, me metí los dos en la boca,
suponía que lo estaba haciendo bien porque él gemía y esto era señal de que se
estaba sintiendo de lo mejor mientras lo hacía, pero luego me detuve.
-Es que se me metió un pelo, le dije.
-No me he rasurado, agregó.
Me puse de pie, de frente a él, comencé a
masturbarlo y él a mí.
-¿Quieres que te coja?, me dijo viéndome a los
ojos.
-Nunca nadie lo ha hecho. Me gustaría. ¿Traes
condones?
-Si no estás seguro, mejor no.
-Si quiero, pero tengo miedo, sé que duele.
-Entiendo, no pasa nada…
Entonces Augusto se subió el bóxer.
No, no hagas eso, por favor, deja te la sigo
mamando.
Me puse de rodillas y le mamé la verga con
muchas ganas, pero entonces me dio miedo de que fuera a venirse en mi boca, eso
me da asco.
-Oye, no te vayas a venir, me avisas.
Augusto tomó su verga, me la quitó de la boca,
mejor dicho, y se la acomodó en los bóxers. Se subió el pants. Se puso la
playera. Yo hice lo mismo. Retiró el bote de basura de la puerta y salió de los
sanitarios. Yo hice lo mismo. Lo seguí en silencio, fue y tomó su mochila de
los vestidores. Yo hice lo mismo.
Salió del gimnasio sin cambiarse, llevaba sudor
en la parte posterior de su camiseta, abrió la puerta de su carro, se subió, me
puse a un lado, bajó el vidrio de la ventanilla, era notorio su mal humor, su
desgane, su aborrecimiento ante alguien tan pusilánime como yo.
-Bonne chance, le dije y le ofrecí la moneda de
10 centavos que había encontrado al llegar al gimnasio en la entrada poniendo
una más de mis sonrisas que muchos me han dicho me hacen ver muy tierno. No la
aceptó y subió el vidrio.
Encendió el motor de su carro. Para no hacer un
espectáculo, el ridículo, me fui antes que él moviera el carro.
Caminé en dirección a la estación del metro
subterráneo. Percibí cuando una gota de agua cayó del cielo y mojó mi hombro
derecho, a esta le siguieron muchas más. A mitad del camino, en una esquina, me
topé a un anciano montado en su carro estacionado, tenía más de 70 años, no
llevaba pantalones ni calzoncillos, sólo una playera, gris, sin magas, como la
de Augusto, era gordo, canoso, su tez pálida, no sé porqué pero de inmediato relacioné
su apariencia con el de una veterana ballena beluga, me dio asco, él me miraba
con unos ojos casi de suplicio y sacaba la lengua en una acción que repito me
dio asco, el tipo se masturbaba, un pene corto, blando, parecía que no
conseguiría una erección nunca. El tipo me siguió un par de cuadras a vuelta de
rueda mientras a mí me bañaba la lluvia. Que todo esto sea un mal sueño pedí un
deseo y que pronto despierte. Llegué a la estación del metro subterráneo. Hay
momentos en la vida en los que se tiene un dilema de conciencia en los que es
válido cerrar los ojos y evadirlo, decía mamá y lo recordé al descender todos los
escalones. Cerré los ojos y pensé un momento en mi sueño, en la obertura de Así
hablaba Zaratustra de Strauss, en el batir de tambores que atrajo a todas esas lagartijas
que desde siempre ahí estaban a pesar de que no las hubiera visto y permanecían
escondidas hasta que hubo ese algo en esa música fastuosa que las llamó y las hizo salir.