viernes, 15 de febrero de 2013

Recuento 16: De esto es de lo que yo hablo cuando hablo de amor


Ya eran las 5. La tarde comenzaba a sucumbir ante la noche, al cabo sería crepúsculo, y la sensación de incomodidad en el estómago por la expectación de si él cumpliría con la promesa o no me estaba matando. Volví de nuevo al teléfono y revisé si había alguna nueva notificación suya pero no hallé ninguna, continuaba ese "ahí nos vemos" que envió desde las cuatro con cuarenta y dos. Por la televisión estaban dando un partido de futbol que hacia la parte media del segundo tiempo seguía con un marcador en ceros y por el que no habría valido la pena haber entrado en una apuesta ni siquiera haber comprado ni mucho menos bebido un seis de bud. Pasaron exactamente siete minutos, no dejaba de revisar continuamente el cronómetro en la esquina superior izquierda de la pantalla, en los que vi por la televisión como el balón rodó sin algún propósito por el césped al ser transportado por los pies de los jugadores de uno a otro extremo de la cancha o circuló por el cielo cuando se les ocurría cabecearla con desgane hasta que intempestivamente recibí la alerta que hizo que el teléfono que tenía sobre la pierna derecha vibrara y zumbara. "Ya estoy aquí. Te espero.", leí en la pantalla del celular y de inmediato me puse de pie. Dejé la tele encendida, salí del cuarto y bajé las escaleras con prisa, llegué hasta la cocina para salir por la puerta trasera, ya afuera caminé por el pasillo lateral de la casa hasta llegar al porche y salir por la puerta de reja, en ese momento justo en que la abría vi que la vecina de enfrente, una mujer ya anciana, barría con suma tranquilidad las hojas secas que por el viento electrizante que no había dejado de hacer desde la noche anterior se habían amontonado a la entrada de su domicilio; esperé unos segundos a que levantara la mirada para darle las buenas tardes pero no lo hizo. Crucé la calle y caminé 2 cuadras hasta llegar al punto en el que concordamos que nos encontraríamos. Antes de doblar por la esquina inspiré y suspiré lentamente ese aire de febrero ausente de humedad para calmarme un poco. Varias personas caminaban realizando sus diligencias, otras esperaban de pie la llegada de su camión cerca del parabús, justo a la entrada de la tienda en la que quedamos vernos lo identifiqué: su estatura era más baja que la mía, su complexión más gruesa, pero no por falta de ejercicio sino que debido a este su cuerpo lucía compacto, muscular, llevaba el cabello oscuro en un corte casi al ras, una línea de vello enmarcaba su mandíbula que no era muy prominente y un poco de esa misma pelusa se hallaba debajo de su labio inferior y por encima del superior, pero no demasiado como para ser una perilla o un bigote propiamente dichos, su tez era blanca, sus ojos pequeños, vestía jeans deslavados y una playera tipo polo en un tono azul grisáceo que en las mangas, justas, hacía sobresalir sus bíceps abultados, definidos en su redondez, se entretenía con el celular teniendo de espaldas el vitral desde el que se podía ver al interior de la tienda diversos aparatos electrónicos y a la vez, de espaldas, su propio reflejo lo cual volvía su única en una doble figura que daba la ilusión óptica de ver a dos gemelos siameses unidos por el dorso, uno recargándose sobre el otro. No me identificó en un principio, pero luego al hallarme a pocos pasos de distancia decidió dejar su teléfono y cuando alzó la mirada y giró su cabeza hacia su derecha sonrió al verme. "Qué onda, we, un camarada tenía vuelta para acá y aquí me dejó", dijo con la familiaridad de quien llevara toda una vida conociéndome cuando si acaso teníamos poco más de un mes de tratarnos y sólo mediante mensajes enviados por el celular, esta era la primera vez que nos veíamos en persona. Le devolví la sonrisa, humedecí un poco mis labios al sentirlos resecos, estreché su mano y le di el nombre falso por el que me conocía. "Yo Ricky", me respondió y le indiqué que me siguiera hasta mi casa. Durante el breve trayecto conversamos cosas triviales de las que poco recuerdo, algo comentó sobre su perro pero no le puse mucha atención, en realidad tenía la mente y la vista ocupadas vigilando a la periferia que nadie me viera junto a él, temiendo que algún vecino me descubriera metiendo a casa a un tipo desconocido y luego fuera a contarle a mis padres a su regreso del viaje sobre este detalle y luego mis padres me interrogarían y entonces yo no sabría qué decirles, una mentira quizás. Llegamos a la entrada de mi casa, le dije que pasara, la vecina anciana que antes barría con la cabeza agachada esta vez sí me identificó cuando ahora cerca de la barda se fumaba apaciblemente un cigarro y me saludó con la cabeza, intuí que sospechó algo extraño al verme junto a Ricky, pero ambos sonreímos falsa, cordialmente por lo cual y sin saberlo en ese momento ella se convirtió en cómplice de mi pecado. Le dije a Ricky que entraríamos por la puerta de la cocina y me siguió por el pasillo, entonces cuando iba detrás de mí me preguntó cuánto medía, a la mayoría suele sorprenderles mi estatura, a mí en cambio me sorprendía el alto tono de voz de Ricky, el que hablara sin algún miligramo de nerviosismo o temor a lo que pudiera suceder al entrar a la casa de un extraño porque a pesar de llevar un tiempo de comunicación conmigo yo era un extraño para él y viceversa, en una cita a ciegas nunca se sabe lo que pueda pasar, mucha veces lo que se espera que ocurrirá se contradice totalmente por la realidad de los hechos. Le respondí que mido el metro con ochenta y siete, sin tacones agregué y me reí; al parecer esto no le hizo ninguna gracia porque ya no añadió algún comentario más. Entramos por la cocina, le dije que siguiéramos hasta mi habitación subiendo por las escaleras y al llegar ahí fui a bajar de inmediato la persiana y encendí la luz de la lámpara de noche. El sol se había ocultado en el transcurso de esos ni siquiera cinco minutos que hicimos en caminar desde el punto de nuestro encuentro hasta la casa. Le dije que se sentara en la cama, él lo hizo ocupando el extremo derecho, a los pies, yo del izquierdo. Le ofrecí agua y soda, pero se negó a ambas mientras se ocupaba en curiosear con su mirada la disposición de objetos en mi habitación, hizo el comentario de que todo se veía muy ordenado, demasiado, remarcó, yo le respondí asintiendo. Hablamos brevemente sobre el partido de soccer que transmitían en la tele sólo para evitar el silencio, de hecho ninguno de los dos le íbamos a alguno de los equipos que estaban jugando.

–¿Y por dónde dices que vives? –le pregunté.

–No muy lejos, cerca de Plaza Anáhuac. –respondió. Lo observaba con el reparo, el orgullo quizás con el que se ve un proyecto que al fin ha cobrado sustancia y lo tienes de frente, palpable. Su tez blanca, tanta como la luz que chocaba en las paredes pero enrojecida un poco en el mentón y las mejillas ásperas por los troncos gruesos de los vellos que ya brotaban evidentemente de su cutis. Sus ojos eran pequeños como canicas y cada que se encontraban con mi mirada era como si fueran lanzados de inmediato con un golpe del pulgar hacia otro punto, la mayoría de las veces, si no siempre, al televisor.

–Sí, ya me habías dicho. –le respondí.

–¿Qué no te he dicho, we? Creo que hay cosas que ni hasta mi vato sabe y que a ti ya te las he contado.

–La ventaja de ser un desconocido.

–Ya no lo eres.

–Eres muy distinto a como pensé que eras.

–Ya te había mandado fotos. Muchas, we.

–No es lo mismo. Tenía una idea vaga de cómo podías ser, ¿sabes?, muchas veces por las noches cuando terminábamos de mensajearnos, me iba a tu foto de perfil, cerraba los ojos y en mi mente intentaba hacer que esa foto tuviera movimiento. No te rías we. No es juego.

–Tú hablas diferente a como pensé que hablabas.

–Yo y mi voz de niño.

–Es diferente.

–¿Sueno muy puto?

–No, para nada, al contrario, de hecho no encuentro algo de eso en ti, si te viera por la calle ni pensaría que lo fueras.

–Gracias. –le dije, tomando sus palabras como un cumplido.

–¿Yo?

–Nada. Así me gustan, como tú.

–No te enamores we.

–Ya es tarde.

–Nunca me he enamorado de un wey.

–Pero...

–Sí, ya sé, tengo vato, como ya te he dicho mil veces es el primer wey que tengo, pero no es una cuestión de amor, es más una cuestión de sentirse bien estando con alguien, de disfrutar, de compartir momentos, de vernos a los ojos y decirnos cosas sin hablar, pero ¿amor? Eso en realidad es un martirio. El amor te lleva a denigrarte, a transformarte en un monstruo o en un pelele, amar es... es ofrecerte como voluntario para un sacrificio, es dejar que otra persona se apodere de ti, conceder que te pongan una soga al cuello y atarte a alguien más, es soportar humillaciones, en manipular, es sufrir. En nombre del amor se cometen muchas locuras: wey, cada día salen noticias de crímenes, suicidios y aunque no se admita la mayoría de todos estos actos violentos tienen su origen en eso que hacen ver como algo sublime: el amor. Nunca quisiera que algo así me llegara a pasar, lo prohíbo, we. Lo mío con mi vato es distinto... lo mío conmigo es distinto: yo me permito estar a gusto en el momento que estoy con alguien, pero nunca atado, que eso quede claro, porque eso ya es otra cosa que no me permitiría, y si llegaran a aparecer esos síntomas incómodos del amor: la obsesión, la modificación del comportamiento, el dejar de ser como soy...

–¿Podrías detener algo ya puesto en marcha?

–No lo sé, aún no lo he vivido, de hecho pienso que no me permitiré vivirlo. He visto, conozco historias en las que el amor ha hecho más daño a las personas que producir algún beneficio.

–Dos veces me ha sucedido eso de lo que hablas. Y no se lo deseo a nadie.

–¿Cómo está eso? Según me dijiste nunca has tenido wey y menos vieja.

–Pero estamos hablando del amor. De lo que tú entiendes por amor, de los síntomas, de todo eso que dices que hace que tu persona se vaya consumiendo y algo nuevo emerja de ti a cuasa del amor, ese ser pusilánime que ni siquiera tiene cabeza para pensar lo que hace porque su tipo de amor le nubla la vista, le lava el cerebro. Esas dos experiencias de las que te hablo, no sé, son quizás peores porque ni siquiera ocurrieron, digamos que fueron de un amor irrealizado. Me enamoré, como dices, hasta padecerlo y no sé, creo que aún sigo sin recuperarme del todo, esas cosas no terminan con el tiempo como muchos piensan, al contrario se acentúan, se vuelven más fuertes; el recuerdo de aquel tiempo, de aquella persona, el anhelo por volver y conseguir realizar lo que no me atreví a hacer es como una enfermedad, un dolor que no duele, no sé si me explico, tal vez ni siquiera yo entiendo lo que digo. Pero de lo que estoy seguro es de que si ahora viera a esas personas a las que llegué a amar en silencio no sería lo mismo. Lo que quisiera hacer, si se pudiera, es regresar al pasado, al momento, y hacer la elección que no hice porque no quise querer hacer. ¿A ti no te ha pasado algo así?

–We, siempre quise tener ese juego de video donde matabas patos con la pistola, ¿te acuerdas?, era mi obsesión, lo quería, me revolcaba en el piso, me quedaba sin voz de gritar y llorar para que mis papás me lo compraran y prometieron hacerlo siempre y cuando saliera bien en la escuela, pero era un pinche burro de niño y pasaba las materias casi de panzazo y otras de plano las reprobaba, era bien desmadre de morrito, así es que nunca lo tuve. No se me olvida, no le deseo a nadie que sufra lo que yo sufrí por no tener algo que quiere y, a pesar de esforzarse, no lo consigue obtener. A eso se le llama capricho y el no obtener eso con lo que te encaprichas se llama frustración. Vivir sin superar cosas así no creo que sea bueno, mucho menos sano. Y no, no creo que sea amor, enamoramiento quizás, deseo.

–We, aunque creo que con tu analogía banalizas o mundanizas o incluso devalúas mis experiencias, creo que lo que dices es correcto. Deberías de escribir un manual de autoayuda para los que como yo somos miembros del broken hearted club.

–Gracias, we, pero no, we, sólo que hay que entender bien lo que pensamos y sentimos y no confundirlo con otras cosas. Yo, mira, te lo repito: mientras esté a gusto con una persona, mientras haya atracción, pasión, comprensión, ahí estoy junto a ella, en las buenas y en las malas como se dice, pero no me apego, no voy perdiendo mi identidad, no voy dependiendo de la otra persona para ser feliz, mucho menos para ser alguien. Me caga cuando muchos pendejos salen con su mamada de "sin ti no soy nada", "contigo estoy completo" o esa pendejada de "la media naranja". We, qué poco se valoran a sí mismos.

–Si te estoy entiendiendo bien, me hablas de un amor moderno y concienzado, monitoreado, en el que no se involucran sentimientos. O, tal vez sí, pero con mesura, con autocontrol. ¿Y al momento de llegar al límite de emoción que te tienes permitida liberar en la relación, el sistema se cae?

–No te rías we, así soy we, así me ha ido bien.

–No, no me río. A ti te ha ido bien, we, pero, ¿te has puesto a pensar en la otra persona?

–No es mi problema, lo que la otra persona sienta por mí es asunto suyo y si mi forma de pensar no congenia con la suya y esto llega a intervenir con la dinámica de pareja, con eso que te digo de estar a gusto, hay que dar las cosas por terminadas.

–Eres frío.

–Es correcto.

–¿Quieres coger?

–No vine a eso, we.

–Lo sé, pero no quise quedarme con la duda.

–Eso es bueno.

–¿Sabes?, sólo una vez antes que a ti ahora había invitado un desconocido a mi casa. Igual que hoy tocó que no había nadie, mejor dicho saqué provecho de que no hubiera nadie en casa y las circunstancias propiciaron la cita. Este vato tenía un par de meses insistiendo, no era por SMS, era por llamadas, y el muy cabrón me decía unas cosas que me calentaban como no tienes idea. Una vez me propuso que tuviéramos un encuentro en el baño de una gasolinera. Así lo dijo, no es broma. Y créeme que tardé mucho en rechazar su propuesta. Era más bajito que tú. Nos citamos para vernos ahí mismo donde te encontré, pero a las diez de la mañana de un sábado. Ni me bañé ese día, tenía casi tantos nervios como hoy. Era güero, pero no como tú o yo, de esos que hasta los vellos los tienen casi blancos y su piel era delgadita, roja por la exposición al sol, era junio, ya te imaginarás. Tan galán como no tienes idea y no es que tú no lo seas, era distinto, parecía extranjero, como si su ascendencia fuera de alguna ciudad fría de Europa. Se notaba casi tan nervioso, o a lo mejor más, que yo cuando lo encontré. Se acababa de levantar y tenía los ojos hinchados, sus ojos eran claros, amarillos, dorados, o algo así. Vestía una playera y bermudas largas, andaba en chanclas, de lo más sencillo. Cuando nos reunimos me abrazó con fuerza, frotó mi espalda y me dijo al oído que me veía idéntico que en mis fotos.

–Más delgado. En tus fotos te ves más ancho de hombros...

–Yo le dije que me gustaba mucho. Me dijo que tenía poco tiempo, nada más para hacer en lo que habíamos quedado. Llegamos a la casa, nos metimos al cuarto, cerré la ventana y bajé las persianas, prendí el aire acondicionado. Y nos sentamos así como ahora estamos tú y yo. Le toqué la mejilla con el dorso de la mano. Me dijo que eso se sintió raro. Le ofrecí que se quitara la playera pero no quiso. Le dije que si la traía parada, me dijo que yo mismo me cerciorara. Puse mi mano sobre su verga y era pequeña y aún flácida, deshice el nudo en la cintura de sus bermudas y metí mi mano por debajo de su ropa interior, él se recostó lentamente en la cama, se llevó las manos detrás de la cabeza y cerró los ojos, le bajé las bermudas hasta el suelo y me arrodillé frente a él, su verga era más pequeña que la mía, por mucho, pero eso nunca me ha importado, aunque suente trillado a mí el tamaño no me importa; le bajé la ropa interior por sus piernas y comencé a mamarle la verga, en pocos segundos aquel apéndice flácido, y de apariencia sin vida, se volvió turgente en mi boca, sobresalían gruesas venas a lo largo del cuerpo de su verga, el prepucio se retrajo y al pasar mi lengua por su glande él comenzó a gemir. Con la palma de la mano acaricié su pubis lleno de vellos rubios y rizados, llegué a su ombligo siguiendo la línea de pelo y con la yema del dedo medio comencé a marcar la circunferencia de su cicatriz umbilical, mientras hacía esto dejé por un momento su verga y me fui a sus huevos, los lamí un poco y entonces me metí uno a la boca, escuché el quejido leve que produjo, continué con el otro pero esta vez se quejó más fuerte y me dijo que le dolía. Me aparté. Él levanto el torso y sonrió al verme de rodillas. Me preguntó si la traía parada. Me puse de pie y tomé su mano para que sintiera por encima de los jeans lo dura que la traía. Comenzó a sobármela por encima de la mezclilla. La tocaba con curiosidad más que con deseo. Me desabroché los jeans y los bajé hasta mis rodillas junto con la ropa interior. Me dijo que le mentí, que yo le había dicho que la tenía chiquita y aquello era un monstruo. Yo me reí y le dije que no era para tanto, que me la chupara. Él en cambio comenzó a jalármela con la mano derecha y me acariciaba los huevos con la otra, me la jalaba rápido y como si quisiera que me viniera, le dije de nuevo que me la mamara, me dijo que no le gustaba mamar, que no podía, que le daba asco. Me alejé de él, se quedó con su mano en forma de puño, con la forma de un cilindro vacío cuando aparté mi verga. Entonces se quedó pasmado por un momento, desconcertado, pero luego se puso de pie y mientras me explicaba que no era gay, que vivía con su novia, que tenía planes de casarse, que nunca había hecho algo así, que siempre había tenido la curiosidad de hacerlo y que sí se sentía bien haciendo conmigo algo así pero al mismo tiempo le daba asco, se daba asco él mismo porque se sentía a gusto haciéndolo, yo sólo podía fijarme en su verga que de estar erecta poco a poco se volvía flácida y disminuían su grosor y su longitud, pero en la punta tenía esa sustancia transparente y viscosa, llamativa: precum. Le dije que no tenía de qué preocuparse, que todo estaba bien y volví a acercarme a él, le acaricié con ambas manos el rostro y percibí como se ruborizó, sonrió con nerviosismo. Me dijo que no lo besara. Le dije que no iba a hacerlo. Comenzó a jalarmela y yo a él, la palma de mi mano se llenó de su precum y puse algo de este en mi propia verga que aún no lubricaba, comencé a jalar las dos vergas en paralelo pero encontradas y él de nuevo cerró los ojos. Le dije que si me dejaba tocarle atrás. Me dijo con miedo que no le fuera a meter nada. Le dije que no lo haría y lo hice que se girara y me puse atrás de él, toqué sus nalgas que eran duras, casi ausentes de ese vello rubio que proliferaba en sus piernas, pubis y brazos, le dije que si podía separarlas, entonces él se inclinó un poco y yo mismo lo abrí, su orificio era de un tono claro como jamás había visto uno, una piel un poco más oscura que la del resto de su cuerpo, quizás del tono de la piel de su escroto, pero más amostazada, no percudida. Acerqué mi rostro a esa zanja abierta que tenía frente a mí, saqué la lengua y al primer contacto de esta con su orificio apretado él se doblegó, sentí como la rigidez de su cuerpo se venció. Seguí lengüeteando y chupando su orificio, escupí incluso y con la lengua recogí las babas que escurrían hasta la parte posterior de sus huevos colgantes, todo iba de maravilla hasta que fui interrumpido por el sonido de una canción en su celular. Era Firework de Katy Perry. Es mi novia, me dijo casi con terror. Yo me quedé arrodillado detrás de él limpiándome con la mano la saliva que ya cubría gran parte de mi cara. Él dio unos cuantos pasos y se agachó para sacar del bolsillo de sus bermudas el teléfono, la canción continuaba hasta que al fin decidió responder. Sí, mi amor, dijo estando de espaldas hacia mí, te dije que me iba a ocupar por la mañana... unos pendientes que tenía en casa de mamá, dijo sin titubear, todo un maestro del engaño, pensé. Pero mi amor, continuó él, bueno... sí, sólo dame unos 10 o 15 minutos, dijo como si esos 10 o 15 minutos fueran para concluir nuestro encuentro, ahorita voy para allá, no tardo mucho. Sí, mi amor, bye. Bolteó hacia mí y pude ver su miembro tan duro como un dildo de plástico. Con esa gota de lubricante que continuaba brotando de manera natural en la punta de su verga. Sonrió al verme. Le dije que no se fuera. Me dijo que tenía que hacerlo. Le dije que ojalá y el mundo se acabara en ese momento. Me vio raro cuando dije eso, se limpió la punta de la verga y embarró el precum en su camiseta, recogió su ropa interior y sus bermudas. Me dijo que yo era raro. Le dije que si eso era bueno o malo. Me dijo que era sexy. Le dije que los dos sabíamos que no volveríamos a vernos jamás. Sonrió, esta vez con nerviosismo y se percató de que mis ojos se volvieron vidriosos. Me dijo que conocería a alguien más algún día. Me levanté del suelo y me acerqué a él, aún con la verga parada, guié su mano con mi propia mano hacia mi verga y él comenzó a masturbarme, yo a mi vez inicié un movimiento repetido hacia adelante y atrás con la cadera cada vez más rápido mientras me aprovechaba de su mano, en no más de un minuto le dije que iba a venirme, él me dijo que lo hiciera. Abundante y espeso semen blanco llenó la palma de su mano libre. Exhalé al final y cerré los ojos, sentía como mi cara estaba ardiendo y como mis huevos se habían vaciado. Al abrirlos lo descubrí contemplando con curiosidad el semen recolectado en su mano. Ambos lo contemplamos como si esto no fuera algo que nos esperábamos obtener sino alguna otra sustancia. Entonces le dije que fuéramos al baño a tirarlo cuando me subí los jeans. El semen se fue por la coladera del lavabo, abrí el grifo y él se lavó las manos y con esa misma agua desaparecieron los residuos de semen que habían quedado al fondo del lavabo. Dejamos el cuarto de baño y caminamos en silencio hasta la puerta principal. Antes de abrir la puerta pasé mi mano por sus cabellos, él se rió. Pocas personas me entienden, me dijo antes de irse. No tienen porqué hacerlo, le dije y fue todo.

–¿Por qué me cuentas todo esto?

–No sé, creo que porque no tenía nadie más a quién contárselo.

2

El juego terminó en un empate cero a cero por el cual hasta los narradores se quejaron, era un evidente plan que los dos equipos, o sus directores técnicos, pactaron para no afectarse entre sí, sus posiciones en la tabla general ya estaban definidas desde la jornada pasada por lo que si el partido ni siquiera se llevaba a cabo de igual manera habrían clasificado a la liguilla en primer y segundo sitio; con este marcador, sin embargo, dejaban fuera al equipo que estaba en el último lugar. Todo quedó sin cambios.

Ricky me comentó sobre su vida. Me dijo que tenía poco de haber terminado la carrera de leyes, tema sobre el que nunca habíamos tocado en nuestros mensajes vía celular, se había especializado en derecho corporativo, me explicó innecesariamente que la función de un abogado con esta especialización es la de manejar el orden de una empresa. Tenía alrededor de seis meses de haberse titulado y a pesar de haber ido a no sé cuántas entrevistas y enviar otros tantos currículums para que le dieran una oportunidad necesitaba de palancas, de algún conocido y hasta ahora no los tenía, yo no le dije nada. Cambié mejor de tema y le pregunté por su pareja, cómo lo había conocido. Me dijo que no le gustaba mucho hablar de su vato. Le pregunté si era más guapo que yo. Se parece a mí, me dijo, de hecho nos prestamos la ropa. Le pedí que me mostrara una foto. No voy a hacer eso, we, me dijo con molestia. Me sentí reprendido y me quedé en silencio, con el control le fui cambiando a la televisión hasta que llegué a los canales de porno que tengo abiertos en mi sistema de satélite pirata: una asiática de menudas dimensiones y totalmente desnuda estaba recostada sobre el asiento de un sofá, de tal manera que sus piernas estaban alzadas apoyadas en el respaldo y el enorme orificio de la vagina depilada escrupulosamente dejaba ver su interior húmedo, palpitante y enrojecido como la enorme boca de un pez que la había abierto para coger el cebo de un anzuelo, desde el punto de vista del camarógrafo que a la vez era protagonista de la escena vi cuando un escupitajo blanco suyo fue a dar al gran orificio de la asiática, acto por el que esta se rió y luego dijo algo en su lenguaje, el tipo le respondió en español con acento boricua que no le entendía nada, luego él mismo escupió sobre su descomunal verga morena que era más gruesa que mi antebrazo y sin pensárselo la penetró, podía verse como el abdomen elástico y liso de la asiática se hinchaba cuando la verga entraba en ella y disminuía su tamayo cuando salía. Él me tocó el hombro y me ofreció disculpas, le dije que no pasaba nada y me preguntó entonces que yo qué hacía, no comentó nada sobre la película porno, le respondí que últimamente me dedicaba a estar triste y a veces me la jalaba para que se me quitara. Eres todo un caso, we, me dijo y se rió. Le pregunté si le gustaba lo que veía, refiriéndome a la escena porno en la tele. Se me antoja cogérmela, me dijo. A mí mamársela al wey, le dije. ¿La traes parada?, le pregunté. ¿Te la enseño?, me dijo. Sí, we, si quieres, le respondí. Se puso de pie y se abrió los jeans, con nerviosismo y casi pudorosamente sacó sólo el pene que era circunciso y que no estaba erecto en su totalidad, era un pene promedio al cual nadie le pondría algún pero, tenía recortado el vello púbico y se lo hice notar. Sí, me dijo, me rebajo con la máquina para que se vea estético, de hecho también me afeito el pecho y se levantó la playera, su abdomen no estaba marcado y sus pectorales no tenían definición, de hecho tenía pancita, lo cual lo hacía tremendamente masculino y excitante. Le recriminé entre risas que esa pancita no era de alguien que va seis veces a la semana a una clase de hora y media de tae bo. Me dijo que le tocara el abdomen y al hacerlo comprobé que era duro, firme, pero al subir mi mano a sus pectorales pude darme cuenta que estaban bofos, pero aún así eran lindos al tacto. El pecho es más difícil de trabajar, se excusó cuando sintió él mismo la suavidad en sus pechos que yo tocaba. ¿Te puedo tocar abajo?, le dije. Si quieres, me dijo. Mi mano escudriñó a lo largo y ancho sus genitales, sus huevos tenían poco vello, recién afeitados, asumí, no con máquina sino con rastrillo. ¿Se siente bien?, le dije. Sí, dijo, pero yo no notaba que lo disfrutara, era más como si yo fuera un médico y lo estuviera revisando de manera maquinal para el diagnóstico de algún tipo de cáncer en la zona genital y él se mantuviera estático, incómodo. Volteó un poco a ver la película en la que ahora la asiática gimoteaba como loca cuando era penetrada vía anal, por el tipo de antes que ahora estaba acostado debajo de ella, y vaginalmente por un negro que tenía el miembro más grande que el del otro y estaba de frente a ella. Súbitamente se le paró por completo a Ricky y le dije que si me dejaba mamársela. Se negó, me dijo que no sería ético ni justo para su vato. No insistí y le pregunté de nuevo si se sentía a gusto mientras lo masturbaba, me dijo que sí. Le dije que si quería ver la mía. Si, ¿por qué no?, dijo. Me desabroché los jeans y me saqué la verga que estaba en su máxima erección. Eres bien caliente, me dijo y se rió. Tú me pones así, le respondí mientras yo me masturbaba viendo cómo él se masturbaba y viendo también en la tele a la asiática que se la cogían al mismo tiempo el negro y el latino. ¿Quieres tocar la mía?, le pregunté. Vente, me dijo y me puse de pie y me situé frente a él. Me la tocaba con curiosidad, me tocaba los huevos y yo lo acariciaba en respuesta de la misma manera. ¿Me la mamas?, le dije. Lo estaría traicionando, we. Eso se puede arreglar, le dije Cómo, me dijo. Si lo invitas, le dije. Se rió, pero no cesaba de acariciarme con ternura. No lo digo en broma, we, le dije. Nunca he hecho tríos, me dijo. Ni yo, le respondí con una mentira. No creo que acepte, es tímido, hasta para cambiarse en el gym se apena de que los demás lo vean. Siguió masturbándome y yo a él en un acto que pasó de lo erótico a lo ridículo puesto que a ambos poco a poco se nos fue bajando la erección mientras que a la asiática, en cambio, en la película, le llenaban la boca de semen, que ella burbujeaba cuando la cámara le hizo un extreme close up, tanto el negro como el latino. ¿Por qué viniste?, le dije. Porque me invitaste, respondió.

3

Recordé que en el refri había un doce que había quedado de mi cumpleaños. Le ofrecí un bote, pero se negó diciendo que sólo tiene permitido beber los fines de semana por su entrenador. Me dijo que además ya iban a dar las 8 y tenía que irse para entrar a su clase de tae bo. Le dije que me estaba animando a entrar, que si era muy cara la inscripción, me dijo que no sabía, que su vato fue quien lo inscribió y se encargaba de pagar con tarjeta. Le pregunté si su vato era mayor que él. No me mantiene we, si es lo que quieres dar a entender, dijo ofuscado. En mi mente creé en segundos una historia en la que su "vato" era un tipo de entre unos 45 y 60 años, afeminado, su estatura era menor a la promedio, tenía miopía y vista cansada por lo que usaba bifocales, su tez era blanca, usaba cremas humectantes y reafirmantes para disimular e impedir, insatisfactoriamente, las marcas de los años en su cutis, quizás fuera arquitecto o médico o alguna otra profesión cliché para los homosexuales o quizás era él el abogado corporativo y de ahí esa historia que Ricky me contara antes y que no le creí, este tipo era adinerado, un tipo solterón, pasivo, en su forma de caminar no podía ocultar que era puto, se teñía las canas tanto de su cabello escaso como de la barba, tenía que usar barba para no verse tan afeminado y para disimular la piel pellejuda que colgaba de su cuello, gustaba de ir a antros y a gimnasios, a sitios en los cuales poder rodearse de jóvenes y succionarles cual vampiro la juventud, en la historia que escribía mentalmente este tipo vivía en su departamento pero siempre estaba al pendiente de su madre anciana quien era acaudalada y vivía en una gran residencia a expensas de la fortuna que dejó su marido al morir, tenía como la mayoría de los homosexuales una compleja relación edípica con su madre, obsesiva, quizás fue en una noche de antro mientras que Ricky disfrutaba con sus amigos cuando este tipo consiguió conquistarlo acercándose poco a poco, invitándole primero un trago, contándole sobre sus viajes, sobre lugares exóticos que conocía, sobre su vida sin complicaciones y opulenta, sobre su necesidad de encontrar a alguien con quien compartir su vida y lo difícil que lo había pasado en experiencias pasadas, Ricky se conmiseró de él y al mismo tiempo fue seducido por el modo de vida que se le contaba... no fue, no es ni será amor, es sólo estar a gusto, determiné... ¿Por qué tan callado?, interrumpió Ricky la historia que le inventaba. Te acompaño le dije, para que tomes un taxi. No, dijo, por aquí pasa un camión que me deja en la puerta del gym. ¿Pero vas con esa ropa?, le dije. Ahí tengo locker we. Ambos salimos, la noche era fría, había viento y ambos llevábamos puestas sólo playera y la textura de la tela así como la manga corta no eran suficientes para guarecernos del viento helado. Justo en la puerta recibió una llamada. El respondió. Sí lo saqué, we... ¿Y ahora qué hizo el pendejo?... (Ricky se rió) Es un desmadre el pinche Ricky, bien sabes que le gusta morder los calcetines y la ropa cara. Pinche Ricky es un desmadre, volvió a decir y se rió... Ni hablar, we, tendremos que ir de compras... Sí, ya sé o yo tengo que recordar sacar a Ricky al patio cada vez que voy a salir... No me regañe, señor, me va a hacer sentir mal, dijo y se rió. Igual, bueno, bueno, tú más... bye. Colgó el teléfono. Dejé el perro encerrado adentro del depa y desparramó la ropa sucia del cesto en la lavandería, mi vato estaba encabronado porque le mordisqueó calcetines, camisas y hasta unos Calvin Klein, dijo y se rió. Yo sonreí sólo porque él sonreía, la historia absurda que me contó no me causó nada, y esta vez pensé en lo irónico de que eligiera para presentarse ante mí y como nombre falso Ricky, que en realidad era el nombre de la mascota de su "vato". Caminamos hasta llegar al sitio donde nos habíamos encontrado. Me dijo que había que cruzar la avenida, esperamos a que el semáforo se pusiera en verde. Le dije que si se sintió a gusto conmigo. Me dijo que yo le había caído bien. Le dije que ahora que se estaba yendo era como cuando a él de niño sus papás le prometían el juego de los patos con la pistola si sacaba buena calificación y como si por fin hubiese obtenido un promedio de ocho y a sus papás no les quedara de otra que tenerle que comprar el juego, pero como ahora sólo se la pasaba matando patos con la pistola por las tardes y no hacía las tareas en el siguiente ciclo escolar hubiese reprobado todas las materias y ahora sus papás le quitaran el juego para siempre... no, creo que esta analogía no se la hice saber, sólo la pensé. Ya cambió el semáforo we, me dijo y ambos cruzamos la avenida junto con varias personas desconocidas. A su lado me mantuve esperando a que llegara el camión, en realidad quería que nunca lo hiciera, le dije que cuando quisiera podíamos volver a vernos, sí, we, me dijo, me caíste bien, pero no me hacía mucho caso en realidad, toda su atención estaba puesta en ver si el camión aparecía por el extremo izquierdo de la avenida. De pronto se me ocurrió preguntarle si sus papás sabían. ¿De qué?, me respondió preguntando. De todo, le dije. Sí, respondió, ¿y los tuyos?, me dijo. No, nadie sabe, le dije avergonzado. We, ahí viene mi camión, me dijo y me sentí devastado, en serio deseaba quedarme con él hasta el amanecer, ya ni el frío me importaba sólo quería estar a su lado. We, me dijo cuando el camión se detuvo frente a nosotros y varias personas se amontonaron para subirse, we, sé feliz. Lo soy, le dije. Si tú lo dices, dijo. Pocas personas me entienden, le dije cuando se estaba subiendo al camión. No tienen porqué hacerlo, me dijo y fue todo.

4

Ricky estaba desnudo tendido boca arriba sobre mi cama también desnuda. Yo sólo llevaba los jeans puestos, desabotonados pero con la cremallera arriba, estaba descalzo. Me subí a la cama, me puse sobre Ricky de manera que mis rodillas quedaron a la altura de su cadera y el compás de mis piernas estaba abierto tan ancho como era su cuerpo, lo vi a los ojos y me sonrió con sus pequeñísimos ojos de canica, fui doblando mi torso hasta que puse mis labios en su pecho izquierdo, comencé a chupar su tetilla como si quisiera obtener leche, luego me dirigí a la otra no sin antes besar su mentón lleno de esos vellos filosos. Bajé a su ombligo y metí mi lengua en el orificio. Entonces moví mi cuerpo hasta que el compás de mis piernas quedó a la altura de sus rodillas. Volví a inclinarme y esta vez besé su pubis, ahora me metí su verga en la boca y comencé a chupársela, la sentía crecer en mi boca, volverse como de piedra y al mismo tiempo sentía como me apretaban los jeans cuando mi propia verga se ponía erecta. Entonces escuché los golpes en la puerta, fueron 3 fuertes manotazos. Volteé a la izquierda y hacia atrás, la puerta estaba abierta, ahí estaban de pie mi papá y mi mamá. Me morí de vergüenza, no supe qué hacer, dónde y cómo esconder lo evidente. Pensé que vendrían ambos a darme una golpiza, pero ninguno de los dos se movía, observaban en quietud, sin gestos en sus rostros mientras Ricky tomaba con ambas manos mi cabeza y la hacía que retornara al frente y al oficio clandestino que tan bien le estaba haciendo antes de ser descubiertos in fraganti. Comencé a llorar mientras se la mamaba y sentía cómo el corazón me palpitaba tan aprisa como si fueran los últimos antes de detenerse para siempre.

Desperté con un nudo en la garganta y la urgencia de llorar, mis manos temblaban y tenía taquicardia, el sueño fue tan real que de inmediato volteé a ver la puerta para cerciorarme de que estuviera cerrada. Luego vi que a mi lado no estaba Ricky desnudo, nadie. Encendí el televisor y estaban pasando Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick, la escena en la que el personaje de Tom Cruise está enmascarado al centro de esa rueda de enmascarados mientras se escucha una música tenebrosa y es juzgado por todos por haberse atrevido a ir como intruso a una fiesta a la que no había sido invitado. Tomé el teléfono, revisé la hora, pasaban ya de las dos de la mañana, busqué a Ricky entre mis contactos y vi que estaba online.

¿Estás?, tecleé, esperé a que pasaran unos minutos y no obtuve respuesta.

Creo que te amo, tecleé, pero antes de enviar el mensaje lo borré. En la televisión vi cuando al personaje de Tom Cruise lo obligaron a quitarse la máscara y cuando todos se sorprendieron porque lo reconocieron.

Te amo, teclée y envié el mensaje.

Apagué la tele, puse a cargar el teléfono y me volví a dormir.

Cuando desperté lo primero que hice fue revisar el celular, vi que Ricky estaba online, busqué un nuevo mensaje suyo en respuesta al que le había enviado, pero no había nada.

De esto es de lo que yo hablo cuando hablo de amor.