miércoles, 11 de julio de 2012

Recuento 15: Música para lagartijas

A las hojas en blanco no hay por qué temerles. Es un cliché cinematográfico el ver a hombres de letras angustiados frente a la pulcritud blanca de una cuartilla: nerviosos, empapados de sudor, rascándose la cabeza, con la vista perdida, con el gesto de enojo con ellos mismos, de confusión al no tener siquiera la mínima orientación al hallarse frente al objeto que hacen ver como una representación material del vacío existencial. Qué es lo que escribiré en esa primera línea, cómo lograré conquistar a mis lectores y no ahuyentarlos, parecieran decirse en silencio con el ceño fruncido o mientras se toman el mentón pensando y repensando esas preguntas como si la vida dependiera de hallar las respuestas, caminando alrededor de la mesa de trabajo o incómodos en la silla, mordiendo el bolígrafo, el borrador del lápiz, tecleando con duda alguna frase aleatoria sólo para después presionar la tecla de backspace y regresar a la hoja en blanco. ¿Cómo es que desde su sitio, y sin medio de transporte, aunque sirviéndose de la hoja en blanco uno emprende el viaje sin saber si habrá algún posible retorno? Y esta pregunta podría contestarse por sí sola al tiempo que se comienza a escribir. Creo que esto es lo primordial que deberíamos todos de tomar en cuenta: que se está emprendiendo un viaje hacia un punto el cual se desconoce del todo y por lo tanto las alternativas para esta travesía no dejan de ser más vastas que la magnitud del espacio sideral que no es otro que ese mismo espacio en blanco que se tiene de frente. Es decir que a la hoja en blanco no hay que verla como tal sino al contrario, hay que darse cuenta de que ya todo en ella está, las posibilidades son infinitas y en su blancura yacen, y no es que estén escondidas las historias, lo que se cuenta, bajo la mácula blanca y tampoco es que haya que escarbar para descubrir lo que reposa debajo, es cuestión de comenzar a escribir y la fuente a su vez comenzará a manar por sí sola. Es que hay que tener ideas, mejor dicho una idea en concreto, para comenzar el trabajo de invención, una estructura, una guía podría decir alguien, pero, ¿qué no se dan cuenta que en ningún momento de la vida se deja de tener ideas? La vida en el mundo, por lo menos la humana, se conduce en base a pensamientos, ideas, sería una actitud muy poco analista decir que alguien comienza a escribir sin tener ideas, entre otras está la idea de querer escribir, “pienso que no tengo ideas”, podría ser la primera, que alguien consideraría absurda, línea. El lector sabrá al menos ya un par de cosas de esa voz narradora: que piensa, que piensa que no tiene ideas, eso en sí mismo es una idea, irrisoria quizás pero válida ya que está descontextualizada, para comenzar a escribir. Ya la cuestión de la estructura, la coherencia, darle cuerpo al texto vendrá después… lo que hay que hacer primero es escribir, crear el mundo o recrearlo: el hecho de escribir por más objetivo que quiera plantearse serlo es definitivamente un acto de generar ficción en el que obligatoriamente se mezclan la realidad y el punto de vista del narrador, jamás pueden desligarse ambas cosas edificando así una nueva realidad, este es un añadido innecesario, pero hay que saberlo siempre. Quizás el miedo a la hoja en blanco es porque se ve a esta situación como un enfrentamiento cara a cara, cuerpo a cuerpo con uno mismo y contra todos. Nunca se está más desnudo que frente a una hoja en blanco: ya que en ella uno es capaz de revelarse a sí mismo y a los demás lo más íntimo que alberga en su psique y de cosas que se creería incapaz, o de cosas que lo avergonzarían o de cosas maliciosas según el criterio propio y el de la sociedad y que al saber que le agradan le horrorizarían. Creo que es más cercano a esta premisa el motivo por el cual radica el miedo a la hoja en blanco. A la hoja en blanco hay que hacerla pasar por un espejo en el que nos vemos a nosotros mismos despojados de atavíos. Donde analizamos meticulosamente no sólo los defectos y las virtudes del cuerpo sino los del comportamiento, de las emociones, todo. Eso es la hoja en blanco es el todo en el cual se nos incluye, no hay porque temer a nosotros mismos. El momento en el que Alicia decide penetrar el espejo, eso es estar frente a una hoja en blanco y poner sobre ella la primera palabra.

Y esto no era precisamente lo que tenía planeado expresar, pero no desaproveché la oportunidad, sí, sé que me hace falta detallar más cosas, explicar otras, hacer ajustes y agregados, estructurar el texto, pensar mejor las ideas y lo que quiero decir, por ejemplo, en eso que argumento que la vida en el mundo se conduce en base al pensamiento, en realidad el instinto le antecede; es un primer párrafo que da para mucho más, no me proponía hacer una suerte de breve ensayo sobre el proceso de la creación literaria. Quería contar lo que me sucedió este día, bueno, desde anoche cuando, al igual que esta noche, me encontraba frente a una hoja en blanco y no sabía por dónde comenzar y aún no me había dado cuenta de estos puntos que recién he escrito y que a su vez contradicen mi pesimismo de la noche pasada al no tener la cabeza serena para darme cuenta de que todo siempre ya está ahí previamente esperando que alguien lo haga salir a la luz, le dé, por decirlo de alguna manera, vida. Y sí, creo que lo que sucedió durante la jornada sirvió de detonador para poder escribir sobre algo aunque dando significado a otra cosa, haciendo referencia a ello de manera encubierta, a ello en otras palabras, pero siendo lo mismo: el miedo a dar el primer paso, el miedo a cruzar el espejo.

Escribía sobre un sueño que tuve, es algo así como una manía que tengo desde que era niño, escribir mis sueños, apuntar lo poco o mucho que recordara de ellos cuando tuviera tiempo no para luego encontrarle alguna relación con lo que me sucede en la vida diaria o algo así sino sencillamente por hábito, no sé si bueno o malo.

Era entonces una hora inexacta: me bajaba del camión en una esquina, el día era nublado, todo ensombrecido por un gris matinal, nada tenía brillo, caminaba por una calle empedrada, unos pasos más hasta llegar a unas puertas de vidrio que al detenerme frente a ellas se abrieron solas. Penetré el edificio. Adentro había un desorden de escaleras eléctricas que iban en muchas direcciones, a diversos niveles del lugar, algunas eran bandas horizontales, otras escaleras que daban vueltas y formaban espirales, subían y bajaban sin detenerse. Yo sabía que iba a ejercitarme en el gimnasio, a eso acudía a ese lugar que era un centro comercial, varios locales, no recuerdo más detalles, el lugar no era muy populoso a esas horas, era temprano, me subía a esa especie de banda que me transportó  hasta llegar a otro punto pero tuve que tomar otras escaleras porque no llegué a ningún lugar cercano al gimnasio, luego elegía otra banda y llegué a una mueblería que tenía las luces apagadas, caminaba casi a hurtadillas, porque era como si estuviera entrando sin permiso al negocio, cualquiera pensaría que yo era un merodeador, había una cama grande y en ella dormía un niño plácidamente cubriéndose con una cobija azul celeste, luego salía un hombre que me apuntaba a la cara con una lámpara sorda de entre el área de salas, todo estaba a oscuras, es que busco el gimnasio, pero me pierdo con tantas escaleras y bandas eléctricas. El hombre me guió hacia una puerta trasera al terminar de andar por un pasillo no muy largo, de ahí continuaban unas escaleras eléctricas que bajaban, me situé en el escalón y al llegar a una planta baja la escalera se convirtió en banda y dio media vuelta, en esa curva pasé justo a un lado del gimnasio, vi a un par de gordas llevando leotardos, me parecieron nauseabundas, tuve el impulso de gritarles alguna grosería, pero el problema es que no pude llegar al gimnasio porque la banda me llevó hasta esas puertas de vidrio que se abrieron y me sacaron del lugar y fueron las mismas que se habían abierto para dejarme entrar en un inicio. Fue todo lo que pude recordar en ese momento y sé que hubieron muchas cosas más del sueño que ya habían desaparecido de mi memoria. Cerré la laptop y me puse a ver una película antes de dormir. Estuvo buena la película, me masturbé con una secuencia en la que un joven en traje de baño rojo, ajustado, emulaba la imagen de Cristo cuando otro, un escritor alcohólico y que sufría de alucinaciones, comenzaba a sobarle los huevos y luego le bajaba el traje de baño, la sorpresa fue cuando una anciana lo descubre realizando estas caricias y el tipo se da cuenta de que estaba inmerso en una alucinación y en realidad está en una iglesia y no es ningún joven a quien estaba manoseando sino a una efigie religiosa del crucificado. De Vierde Man, se llamaba la película, dirigida por Paul Verhoeven, sí, el mismo de Basic Instincts y Showgirls. Y bueno, la imagen perversa, blasfema, me llamó mucho la atención, pero no tanto como la frase que en algún momento pronunció un personaje en ella y me hizo que volviera a abrir la laptop y tuviera que escribirla: Los artistas hacen cosas bonitas, pero si se obsesionan son peligrosos. Cerré la laptop de nueva cuenta y dormí.

Por la mañana no pensé mucho en el sueño que tuve. De hecho no lo recordaba, no siempre se tiene la fortuna o infortunio, dependiendo de si se tuvo un sueño húmedo o una pesadilla, de despertar con las imágenes y cronología detallada de un sueño. Así es que el día transcurrió sin muchas diferencias a la trivialidad de los otros en una típica semana laboral. El punto es que al salir del trabajo me fui directo al gimnasio: era día de hacer cardio. Saludé a la recepcionista a quien desde hace 6 meses aproximadamente ya le conozco esa manera de mirarme y es como si quisiera tragarme con los ojos pero al mismo tiempo son esos mismos ojos que saben que no tienen ninguna oportunidad real de hacerlo más allá de su propia fantasía.

Caminé pasando por el área de aparatos, si hay algo que me da asco en la vida es la cantidad inmensa de hombres con facciones de monstruo que piensan que atrofiando sus fibras musculares, haciendo lo imposible para definir la posición de sus músculos, volviendo sus cuerpos en magras esculturas, moldes que si acaso varían en la estatura, porque de ahí en fuera las similitudes son muchas: el cuello grueso, la quijada cuadrada, el pecho amplio al igual que la espalda, la cintura angosta, el culo prominente y duro y las piernas anchas hasta llegar a los chamorros porque esos sí son flacos, de esta manera, volviéndose ejemplos de Hulks podrán hacer ver menos defectuosas sus horripilantes caras. Asco. Subsecuente a esto y cerca de las caminadoras que es a donde yo me dirigía, mejor dicho de frente, comenzaba ya la clase de spinning donde por lo menos 12 obesos, de cuerpos deformes sudaban copiosamente depositando sus culos gordos y fofos sobre los asientos de las bicicletas estacionarias; el instructor, un joven guapo, de cuerpo inverosímil de creer que fuese natural y ajeno a los esteroides, con el cabello rubio teñido y que llevaba en una cola de caballo, y para nadie es secreto alguno el saber que se vende, y no por mucho, a hombres y mujeres en un table donde baila hasta quedarse en pelotas, el tipo pedaleaba y hacía figuras explicando la manera adecuada en que debían pedalear sus bofos pupilos, ajustando la inclinación de la bicicleta y haciendo más dura la rodada apretando las llantas.

Me paré sobre la caminadora: ajusté el cronómetro, el número de calorías que iba a quemar, me puse los audífonos, música de los ochentas, Tears for fears, Everybody wants to rule the world. Y comencé a correr, a sudar, a extenuarme, a fatigarme mientras me exigía marcar un ritmo cardiaco y de inhalación y exhalación que se emparejara al movimiento de mis piernas y de mis brazos, me fatigué en los primeros 20 minutos, pero sabía que podía continuar, que si esos gordos a quienes veía como se les empapaba de sudor la espalda y las nalgas no se daban por vencidos, mucho menos yo. Y cuando Don’t dream it’s over de Crowded house sonaba mientras yo la cantaba en voz muy baja…  me percaté del momento en que este joven moreno, de estatura promedio, se situaba a la izquierda mía y me miraba mientras corría hacia ninguna parte más que en el mismo sitio. De escorzo lo vi, tenía el cabello atado en una cola de caballo y su cabello era tan negro y liso que daba el aspecto de ser una auténtica cola equina, era delgado, magro, atlético, su piel muy morena, sus ojos grandes, negros, luminosos, parecía ser un indio cherokee fugado en la ciudad y al que le faltaba la pluma en la cabeza, me miraba con un gesto amable como si me conociera, llevaba puesto unos pants en tono azul de tela ruidosa, y playera negra sin mangas, sus brazos no eran musculosos, pero tampoco flácidos. Llevaba al cuello atado un cordón negro del que colgaba una llave de plata. Interrumpí la carrera dando un salto y abriendo las piernas mientras la banda corría por sí sola. Me quité el audífono izquierdo: tomé un respiro para recuperar el aliento, me encogí de hombros: ¿qué pasa?, le pregunté. Sigues hablando igual, dijo el joven y sonrió de una manera tierna, juguetona…

Oscar me contó que había tenido un sueño y que en ese sueño yo había aparecido. Varias veces nos habíamos cruzado en el gimnasio, ya fuera en el área de aparatos o en los vestidores, pero la verdad es que nunca había reparado en su mirada, él sin embargo me tenía más que estudiado, quizás soy de los pocos que no van al gimnasio con el fin de conseguir ligue: todos saben que el gimnasio es uno de los puteríos más grande que existen y entre varones ni se diga. Aún no estoy muy convencido de que haya sido cierto eso del sueño, pero la forma en que me abordó fue bastante original: Oscar me contó su sueño mientras sentados en el piso, de espaldas al muro con el espejo en el que usualmente todos revisan como se van moldeando sus cuerpos y se dan cuenta de las partes que necesitan ser perfeccionadas bebía agua y me limpiaba la transpiración del cuerpo:

Era una plaza muy grande, limpia, con árboles de troncos gruesos, árboles viejos y fuertes, era mediodía, hacía un sol terrible, el césped estaba siendo regado por los aspersores, ese ruido del chorro del agua que era cortado mientras el aspersor daba vueltas junto al de las cigarras era tranquilizador, hasta cierto punto, porque sigo sin reconocer en qué lugar me encontraba, parecía de una ciudad que no existe, ultramoderna, del futuro podría decirse porque digo, qué lugar actual, que plaza monumental actual podrías hallarte en la que no existiera basura, un arbusto mal podado, y en esta que te digo todo era perfecto, impoluto... bueno, yo estaba caminando, llevaba mis libros en la mochila, venía de clases, estudio diseño industrial, voy en el tercer año, caminaba bajo el sol hasta llegar a un área de la plaza en la que estaba a punto de comenzar un concierto de orquesta sinfónica, te imaginas, a medio en punto, estos le iban a dar un concierto a las lagartijas o algo así, eso pensaba yo, los miembros de la orquesta estaban en un foro en forma de concha o de caracol, las gradas estaban vacías, no había un alma a excepción de mí y estos hombres y mujeres vestidos de gala soportando el calor y sus instrumentos, afinando detalles para que todo se llevara a cabo sin errores.  De pronto apareciste tú, caminando, traías esos pants que a veces te pones, negros de rayas blancas en los costados, la playera gris de tirantes, llevabas los audífonos puestos, llegabas y te sentabas junto a mí en la primera fila de gradas, abajo.  A los dos nos pegaba el sol de mediodía de lleno en la cabeza. Terrible era el sol, sentía la boca seca y parecía que esos músicos nunca iban a comenzar a tocar nada. Yo estaba muy nervioso porque estabas junto a mí y pues, me gustas, como ya te habrás dado cuenta, sentía como palpitaba mi corazón muy rápido. Entonces te levantaste y te fuiste sin decir nada caminando por el mismo lugar por el cual llegaste: yo te seguí, pero justo en ese momento muchas personas vestidas para el concierto con ropas adecuadas, elegantes, mujeres con vestidos largos, hombres de traje, se vinieron como en una ola sobre nosotros, todos más previsores llegaban con sombrillas para el sol y entre tanta gente que caminaba en dirección opuesta a ambos te perdí de vista.  Me sentí muy desdichado y fui y me senté a espaldas del auditorio al aire libre, en una banca de piedra como para deleitarme en mi fracaso de haberte perdido cuando ni siquiera habías sido mío nunca. Pero entonces apareciste de nuevo, esta vez caminaste hasta llegar a donde yo estaba y te pusiste frente a mí: en el gimnasio tomé por equivocación algo tuyo, me dijiste. Y en ese momento, creerás que lo estoy inventando, pero la orquesta comenzó a tocar la obertura de Así hablaba Zaratustra ya sabes, la que aparecía en 2001: A Space Odyssey de Stanley Kubrick y, como si ellas tuvieran un sentido auditivo superior al nuestro, como si la música les moviera el ánima, decenas de lagartijas salieron de distintos puntos donde se hallaban escondidas, aguardando la primera nota y comenzaron a correr hacia el lugar del que provenían los sonidos armoniosos. Tú no te asustaste, yo sí, odio a las lagartijas. Cuando dejaron de andar esos bichos por entre nuestros pies, te sacaste la cartera, la abriste, tomaste algo de ella y me lo tendiste con la mano, era una foto lo que según tú yo había olvidado, una foto que yo mismo llevo en mi cartera, mira, es mi mamá, de cuando ella tenía unos 18 años, una fotografía tamaño infantil, hace 6 meses murió fue cuando comencé a venir al gimnasio para intentar olvidar y hacer el dolor menos fuerte. Desde entonces te veo, sé tus rutinas, sé los días que haces pesas, aparatos, espalda, pierna, bíceps, tríceps, los días que haces cardio, te he visto cuando te cambias de ropa en el vestidor, he visto que nunca te bañas aquí, he visto como desprecias a casi todos en este gimnasio, tengo la sospecha de que te sientes superior a muchos de por aquí y eso no lo considero algo malo, me agrada en verdad tu arrogancia pero sé que al mismo tiempo te sientes seguro refugiado entre nosotros a quienes nos consideras inferiores, sé también que nunca entras al vapor, que la recepcionista intenta llegar a algo más contigo pero tú ni caso le haces… en el sueño, cuando tú te ibas, te seguí, pero al dar unos cuantos pasos miré al suelo y vi una moneda, de 10 centavos, y te detuve: espérate, te dije, te diste la vuelta, recogí la moneda: ten, te dije, bonne chance y te la di, tú la aceptaste y partiste, pero vi cuando la dejaste caer en una acción de desprecio que, tengo que confesarte, me devastó… Y, no me lo vas a creer, quizás absolutamente nada de lo que te he contado me lo has creído y pensarás que sólo quería sacarte plática para ver si se me hacía por fin luego de 6 meses llegar a algo más contigo, pero no hace ni media hora que iba entrando al gimnasio, justo a la entrada, me encontré una moneda de 10 centavos tirada y pensé en dártela.

Nos fuimos a los sanitarios…

Augusto atravesó el bote de la basura para que la puerta no se abriera. Yo le seguía sonriendo de manera tierna y juguetona, me dijo que me deshiciera de la liga del pelo. Se acercó a mí y me quitó la camiseta, metió sus manos entre mi pelo, me miró, le sonreí como imbécil, me besó las tetillas, le tomé con ambas manos la cara mientras me besaba los pectorales e intenté besarlo en la boca.

-No me gusta hacer eso, me aclaró.

-Bueno, le dije y le quité la playera y fui ahora yo quien comenzó a besarle las tetillas a mordisquearlas mientras él gemía y mostraba sus dientes, me arrodillé frente a él y le bajé los pants, los bóxers también, comencé a besarle el cuerpo de la verga, pequeños contactos húmedos y cálidos. Entonces le besé la cabeza sin haber bajado el prepucio, puse mi lengua en el pequeño agujero en la punta del glande y comencé a moverla en círculos despegando el pellejo poco a poco hasta hacerlo descender finalmente con ayuda de la mano izquierda, la otra la tenía ocupada masturbándome.  Me metí entonces su verga en la boca y comencé a mamarla, lo hacía lo mejor que podía, quería que él se sintiera bien conmigo, quería complacerlo hasta el punto de sentir yo mismo su placer en sus espasmos, pero no lo conseguía, lo sentí muy lejano a pesar de estar muy cerca, cuerpo a cuerpo, era como si Augusto no estuviera sintiendo nada cuando yo lo estaba sintiendo todo. Entonces, sin avisos, se hizo hacia atrás y me sacó su verga de la boca.

-Chúpame los huevos, me dijo.

Cumplí su orden, comencé por el izquierdo, dando lengüeteadas, comencé a chuparle el saco, me metí los dos en la boca, suponía que lo estaba haciendo bien porque él gemía y esto era señal de que se estaba sintiendo de lo mejor mientras lo hacía, pero luego me detuve.

-Es que se me metió un pelo, le dije.

-No me he rasurado, agregó.

Me puse de pie, de frente a él, comencé a masturbarlo y él a mí.

-¿Quieres que te coja?, me dijo viéndome a los ojos.

-Nunca nadie lo ha hecho. Me gustaría. ¿Traes condones?

-Si no estás seguro, mejor no.

-Si quiero, pero tengo miedo, sé que duele.

-Entiendo, no pasa nada…

Entonces Augusto se subió el bóxer.

No, no hagas eso, por favor, deja te la sigo mamando.

Me puse de rodillas y le mamé la verga con muchas ganas, pero entonces me dio miedo de que fuera a venirse en mi boca, eso me da asco.

-Oye, no te vayas a venir, me avisas.

Augusto tomó su verga, me la quitó de la boca, mejor dicho, y se la acomodó en los bóxers. Se subió el pants. Se puso la playera. Yo hice lo mismo. Retiró el bote de basura de la puerta y salió de los sanitarios. Yo hice lo mismo. Lo seguí en silencio, fue y tomó su mochila de los vestidores. Yo hice lo mismo.

Salió del gimnasio sin cambiarse, llevaba sudor en la parte posterior de su camiseta, abrió la puerta de su carro, se subió, me puse a un lado, bajó el vidrio de la ventanilla, era notorio su mal humor, su desgane, su aborrecimiento ante alguien tan pusilánime como yo.

-Bonne chance, le dije y le ofrecí la moneda de 10 centavos que había encontrado al llegar al gimnasio en la entrada poniendo una más de mis sonrisas que muchos me han dicho me hacen ver muy tierno. No la aceptó y subió el vidrio.

Encendió el motor de su carro. Para no hacer un espectáculo, el ridículo, me fui antes que él moviera el carro.

Caminé en dirección a la estación del metro subterráneo. Percibí cuando una gota de agua cayó del cielo y mojó mi hombro derecho, a esta le siguieron muchas más. A mitad del camino, en una esquina, me topé a un anciano montado en su carro estacionado, tenía más de 70 años, no llevaba pantalones ni calzoncillos, sólo una playera, gris, sin magas, como la de Augusto, era gordo, canoso, su tez pálida, no sé porqué pero de inmediato relacioné su apariencia con el de una veterana ballena beluga, me dio asco, él me miraba con unos ojos casi de suplicio y sacaba la lengua en una acción que repito me dio asco, el tipo se masturbaba, un pene corto, blando, parecía que no conseguiría una erección nunca. El tipo me siguió un par de cuadras a vuelta de rueda mientras a mí me bañaba la lluvia. Que todo esto sea un mal sueño pedí un deseo y que pronto despierte. Llegué a la estación del metro subterráneo. Hay momentos en la vida en los que se tiene un dilema de conciencia en los que es válido cerrar los ojos y evadirlo, decía mamá y lo recordé al descender todos los escalones. Cerré los ojos y pensé un momento en mi sueño, en la obertura de Así hablaba Zaratustra de Strauss, en el batir de tambores que atrajo a todas esas lagartijas que desde siempre ahí estaban a pesar de que no las hubiera visto y permanecían escondidas hasta que hubo ese algo en esa música fastuosa que las llamó y las hizo salir.