sábado, 26 de marzo de 2011

Recuento 6: Misteriosas Casualidades


*A ver, este cuento lo publiqué en mi anterior blog el 16 de marzo de 2005. Pero, creo que realmente yo tenía como quince años cuando lo escribí y participé con él en un certamen de la prepa. Me gusta demasiado. Se los obsequio ahora, espero no les resulte indiferente:

De gira turística por el interior de mi disco duro. Carpetas amarillas. Selecciono la titulada “Solitarios”, doy un clic. Un centenar de archivos: el azar. El documento número 021. Descubro éste, que sigue ahí todavía, calladito, sin hacer ruidos; lo abro. Lo leo. Y lo recuerdo. Fue éste quien motivó un posterior relato, un tanto más elaborado, de al menos cuarenta cuartillas:

Bajo por las escaleras con algo de prisa. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac, tic tac…

Busco el reloj en la pared del comedor: las doce y media. Entonces subo a mi habitación, el reloj del estéreo: las doce veinte. Levanto el auricular. El teléfono da línea. Marco: cero, tres, cero. Un tono, dos tonos. Me miro triste. Un espejo ovalado. Las bolsas de piel floja que sobresalen debajo de mis ojos: la hora exacta es: doce treinta pe eme. Suelto el auricular. Tic tac, tic tac, tic tac.

Busco abajo, en la cocina. Ahí está ella, sintonizando en el televisor el programa de las recetas de comidas internacionales. Ya me voy. ¿A qué horas llegas? No sé, las siete o las ocho. Salgo.

Espero el camión. Más lejos, gris metálico y de franjas onduladas aguamarinas y amarillas. Le hago la señal. Se detiene. Busco el dinero en el pantalón y subo. Dejo caer las monedas. Encuentro un lugar donde da la sombra. Me siento. Tic tac, tic tac, tic tac.

Los viajes largos me parecen tan aburridos, para hacerlos más cortos hay quienes cierran los ojos y sueñan. Yo no soy de ésos. Casi siempre llevo un libro en la mochila para leerlo y así hacer más breve el recorrido. Busco entre tantos papeles de la mochila. Libretas, libros de biología, física, matemáticas. De pronto aparece una revistilla y en la portada una niña de la calle, descalza, sentada en cuclillas y con las manos pidiendo una ayuda, y en letras grandes el título: Abuso Infantil. No recuerdo cuándo fue que me lo dieron, pero es que vivo como mi ciudad quiere que viva, deprisa. Paso unas hojas, entonces hago memoria, es un folleto de los Testigos de Jehová, quienes, como siempre, llegan a casa y hablan y hablan y hablan hasta que se les da la “cooperación”. Desde luego no hay nada fuera de lo común. El camión se detiene. Un semáforo en rojo. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac. Sube un hombre con guitarra en mano. Cansado, triste, crudo, bien podría decirse que hastiado por la vida, la suya, la del mundo. Canta sereno.

El recorrido continúa.

En la estación suben las personas, demasiadas. Señoras, señores, niños enmochilados, familias enteras con niños de brazos. En ese momento apareces tú como un milagro, la prueba de que Dios le pone atención a mi mundo. Cuando miro a través de la ventanilla me doy cuenta de que eres mi primera casualidad en la vida, mi primera buena suerte. Tan frágil de pie, con un halo de escarcha verde brillante que te envuelve como a un ser legendario. Entonces corres porque el camión está a punto de seguir su marcha y es el último en salir. De amarillo y mezclilla azul. Buscas un lugar vacío para ocuparlo, y el único que queda está adelante del mío. Qué ojos tan dulces de color de nuez, podría llegar a sacártelos y comérmelos sin pensarlo. Y qué labios tan jugosos como de gomas dulces de naranja. Te sientas y miro tu cuello tan delgado y en él hay un collar de piedritas blancas nacaradas que desprendería si pudiera y si tuviera la voluntad también te arrancaría la cabeza y la guardaría en el cajón de mi buró por siempre. El camino sigue y no te pierdo de vista, pienso tantas cosas tan endemoniadas. Podría arrancarme los ojos y no dudaría en pegártelos en la espalda para así seguirte a todas partes. El camión se detiene. Te bajas y te vas. Me siento tan desdichado. Tic tac, tic tac. Se desvanecen las horas.

Llego a la escuela, como siempre unos minutos tarde. Algoritmos, logaritmos, meiosis, mitosis, moléculas, átomos, fórmulas, instrucciones, la dictadura de Díaz, la buena voluntad de Juárez. Y tus ojos pintados en el horizonte, en el brillar de los ventanales. Sin dejar de pensar en ellos; en tus labios en forma de camarón también: uno arriba con las patas hacia abajo y el otro abajo con las patas para arriba. Todo ocurre tan despacio.

Me encuentro una vez más en el camión, ahora en sentido contrario. Deseo que por pura coincidencia lo tomes y está ocasión te sientes junto a mí.

La casa. Es de noche. Ya llegué. Está en la sala, leyendo una revista de modas. Ahorita bajas a cenar.

Entro a mi habitación, dejo caer la mochila, me tiendo en la cama. No hay otra cosa en mi cabeza, la escarcha verde, los ojos de virgen de bulto, el cuerpo que sube y que toma un lugar vacío, adelante de mí, tan cerca, sin tener el valor de tocarte, de pasar un dedo por tu oreja y hacerte cosquillas. Saco una libreta y entro al cuarto de baño. Y mientras me siento en el retrete y me bajo el pantalón pienso en lo que voy a escribir. Tal vez un verso.

Que noches tan efímeras.

Las once y media de la mañana. Despiértate, ya viene la muchacha a tender la cama. Sí, ya me voy a bañar.

Salgo del cuarto de baño en toalla. Ahí está la criada todavía. Se avergüenza al verme así. Con permiso joven. Sale asustada. Pienso en ti. Creo que tal vez soñé contigo.

Debo calcular todo escrupulosamente. El tiempo. Tengo que encontrarme contigo otra vez. Necesito repetir cada paso sin yerro.

Bajo por las escaleras. Las doce treinta. Arriba las doce veinte. En el teléfono: la hora exacta es: doce treinta pe eme.

Busco en la cocina, no hay nadie, encuentro entonces el recado en una servilleta. Fui al mercado con la muchacha. Escribo abajo, salgo a las siete. Subrayo.

Espero el camión. Lo veo venir. Lo tomo. Encuentro un lugar en la sombra, siento en todo mi cuerpo esa hilera de hormigas que caminan con sus patas haciéndome cosquillas. Qué hermosa casualidad.

El semáforo en rojo. Sube el hombre y comienza a tocar la guitarra cansada, aburridamente.

En la estación. Miro por la ventanilla, esperando que subas. Descarto entre tanta gente. No, esta vez no hay nadie. Triste. No sirvió de nada que me afeitara el rostro, que me pusiera colonia, la camisa nueva. Esta vez perdí. Tic tac. Pero… ahí estás, le das un golpe al camión para hacerlo pararse. Apareces a un costado, saliste de la nada como un duende lleno de magia. Corres deprisa y no hay de otra, el chofer cede y desacelera y se detiene. Subes. De blanco, un busto romano de mármol. Un angelito de azúcar. Un desnudo que ha pintado Goya post mortem. Una maja vestida a la moda, un majo. No dejas por nada la mezclilla, ¿verdad? Buscas un asiento. El único está enfrente de mí. Tómalo y dame permiso para tomarte. Devoción.

Tic tac, tic tac, tic tac. Maldito fin de semana. Prolongado.

Ya es lunes. Planeo todo de nuevo con suma calma. Los relojes, la sincronía. Recreo todo paso tras paso como en los días anteriores. Tic tac, tic tac. La despedida. El camión. El semáforo en rojo. No sube el cantante. Dejo que pase así. La estación. Tic tac, tic tac. No apareces, no estás. No hay sombras. Tic tac. Pero, es únicamente un día, al día siguiente sí llegarás, no podrás fallarme.

La escuela lenta, pero aburrida. Debería dormir por más tiempo. El maestro se enfada cuando no respondo una pregunta. Y otro me sorprende escribiendo un poema y dibujando tu rostro a lápiz. Tus ojos de nuez. Tic tac, tic tac, tic tac.

El martes. El mismo proceso. La misma obsesión. No obstante todo, continúas sin presentarte a la cita pactada. No siento tanta paranoia, pero empiezo a creer que las casualidades no existen y mucho menos si son premeditadas. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac.

Me advierten en la escuela sobre mis retrasos. Llevo días en que me he comportado de manera extraña. Y el viernes hay examen. Tic tac.

Miércoles y jueves. No concibo. No acepto. No estoy de acuerdo con que tú sigas sin presentarte. ¿Por qué? Es injusto. Es la primera vez que me apasiono tanto. Es la única vez que he sentido tanto amor. Necesito verte, aunque sea la última vez. Tus labios. Tus cabellos. Tus ojos. Tus piernas azules.

No le hablo a nadie en la escuela. No puedo ver a nadie. Estoy muerto. Me oculto en la biblioteca y enloquezco. Busco en un diccionario un adjetivo que sea perfecto para ti. Apenas voy en la letra a. Tan triste. Tic tac.

Ya para el viernes pierdo toda esperanza de verte. Tomo el camión más tarde de lo habitual. No hay semáforo en rojo. No hay cantantes ni guitarras. No hay aglomeraciones en la estación.

Había olvidado el examen. El maestro no. La verdad es que es muy difícil. Conceptos. Juicios. Discernimientos, más o menos. No tiene sentido. No tiene importancia. No hay vida sin ese par de ojos. Tic tac.

El examen en blanco. Salgo del aula.

Voy en el camión. Serán acaso las seis menos diez. Paso la iglesia. Me persigno. La noche púrpura. Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac. ¿Serán visiones? ¿Será un milagro? ¿La presencia divina? Apareces. Cuando hay un semáforo en rojo. Apareces únicamente para darme el último zarpazo. Junto a él. Tic tac, tic tac, tic tac. Mi corazón late. Tan acelerado. Pero no hay lugar para que estén juntos. Te sientas adelante y él atrás. Y más atrás estoy yo, mordiéndome los labios y apretando los dientes. Si pudiera, si debiera, te reclamaría. Tic tac, tic tac, tic tac.

Sin embargo, es imposible enfadarse contigo. Nunca te había visto de rojo. Eres la cosa más perfecta que jamás haya tenido tan de cerca. El perfil. La profusión de tus labios. La finura de los dedos. Tic tac, tic tac, tic tac. Lágrimas.

Hablas con tu compañero. Pero no alcanzo a escuchar tu voz. Maldita ciudad imperfecta. Estoy seguro que es muy suave. Muy diferente a la mía. Incapaz de ser mía. ¿Por qué será que no te das cuenta que estoy ahí? ¿Seré acaso invisible? Tic tac.

Veo claramente como te vas durmiendo. Te vas perdiendo en el cristal de la ventanilla y tu compañero te roza el cabello. Duerme así, sobre tus manos.

Y yo te imagino en mi cama y yo a un lado de ti. Abrazando tu cuerpo de estatua. Y susurrándote cosas al oído. Probando tus labios y tocando tu piel para saber si es real o si sabe a leche tibia. Tic tac.

No me doy cuenta. El camión casi llega a la última parada. Me pongo de pie. Timbro. Pero tú también y él, desde luego. No me miras. Tic tac.

Ambos descendemos a la tierra ruidosa. Yo por detrás, tú y él por delante. Tic tac. Me hago el despistado. Espero un poco hasta que te alejas de mí. Tal vez pueda seguirte sin que me notes. Tic tac. Pienso tantas cosas. Pero es que si te sigo y me doy cuenta de que no eres como yo creía, como te he idealizado. No podría vivir así. Tic tac. Las casualidades son tan injustas. Debo dejar que te vayas. Y, de hecho, lo haces sin solicitar mi consentimiento. Me alejo. Tic tac. Te alejas. Tic tac. Volteo hacia atrás. Tic tac. Ahí vas, de rojo. Tic tac. Tan débil e inocente, junto a él. Tic tac. Como fruta prohibida. Tic tac. Lágrimas.

Misteriosas son las casualidades. Pienso que tal vez fuiste una casualidad que no me correspondía. Y yo traté de que me correspondieras. Pero es que nadie puede resistirse a algo tan sublime. Tic tac. Lágrimas.

Ya recordé el título, y todavía me sigue gustando.

sábado, 19 de marzo de 2011

Recuento 5: ¿En cuánto me dejas un beso?

No quería despertar del sueño. El clima en él, la irrealidad en él eran demasiado agradables y lo que estaba llevándose a cabo todavía mejor. El lugar era una suerte de casa antigua y de campo, serían algo así como las 6 o 7 P.M., ese momento justo del día en el que no se sabe con exactitud si ha concluido la tarde o ha iniciado la noche. Sin moverme de mi sitio, entré a la casa y lo único que recuerdo haber visto fue una chimenea llena de ceniza y viejos leños quemados, ningún mueble ni adorno a excepción de un cuadro colgado en la pared sobre la chimenea. La imagen era de Katy Jurado, pero no anciana como en El Evangelio De Las Maravillas de Ripstein o, si se quiere, como apareció en la telenovela de Te Sigo Amando. En el cuadro, en ese momento, era joven y bella, más joven que bella pues Katy nunca fue de facciones finas y, sin embargo, sus ojos, y la mirada en ellos podían llegar a sentirse tan fulminantes como el disparo de un revólver dirigido al corazón.

La sensación era de que ahí, además de mí, había alguien más. Volteé hacia atrás, pero no encontré nada. Volví a ver el cuadro y por medio de su reflejo en el cristal descubrí la sombra de ese alguien que estaba atrás de mí. De pronto, sentí que alguien me abrazaba por la espalda -me abrasaba, literalmente-. Las manos se instalaron, cada una, en mis pectorales, para que luego los dedos localizaran las tetillas y comenzaran a estimularlas hasta el punto de erguirlas. De mi parte no hubo intención de resistirme, flojito y cooperando. Entonces, sentí la humedad cálida de su lengua que jugaba con el lóbulo de mi oreja izquierda y en susurro me dijo: te me antojaste desde la primera vez que te vi, así me gustan, altos, blanquitos y güeritos. Y no, en el sueño este piropo confesado no hizo que me temblaran las piernas. Decidido, me di la vuelta, pero ya no había nadie, fue como si se tratara de un fantasma burlón y malicioso que le encontrara diversión al hecho de abandonarme cuando más excitado estaba. Y, para rematar, un asunto sobrenatural más: el sonido fuerte del cuadro desprendiéndose de la pared y del cristal estallando en el piso, me dejó más que impávido. Seguramente y también sufrí un espasmo en la cama. Pero el fantasma, el ser invisible, hizo una segunda aparición. Sin verle, sin localizarle, sentí la presión de sus labios sobre los míos y de nuevo su lengua haciendo de las suyas para tratar de que abriera la boca. Sin verlos, pude definir que los suyos eran unos labios delgados, el inferior más grueso que el superior, de tal manera que embonaban perfectamente con los míos -alguna vez me dijeron que mi labio superior era algo así como un gajo de naranja-. El arrebato del beso hizo que la temperatura de mi cuerpo se elevara a tal punto que sentí ardor en mis mejillas. Las lenguas de ambos no dejaban de moverse, de indagar cada una los rincones de la boca ajena; su dentadura chocaba con la mía, su saliva se fundía con la mía. Entonces, sentí como si sus manos invisibles estuvieran descendiendo hacia la zona inguinal. Y cuando todo era inmejorable, alguien se atrevió a sonar a la puerta: ¿No te vas a levantar?, me dijeron. Maldije el despertar a la realidad matutina mientras me remojaba los labios con la lengua como acostumbro hacerlo luego de haber besado a alguien.
En muchoas años no había tenido un sueño tan vívido como el que he descrito anteriormente. Es más, casi nunca recuerdo lo que sueño y mucho menos se vuelve durante el día en algo en lo que no puedo dejar de pensar: hay ocasiones en las que me da por observar los labios de las personas y juzgar si son buenos o malos besadores, los de ese joven que recién ha entrado a trabajar en la oficina, por ejemplo: el que posea unos labios casi inexistentes no significa que sea un besador sin habilidades: la última vez que besé a alguien de labios gordos, hinchados, jugosos hasta cierto punto me llevé la decepción de mi vida porque era como si estuviese repitiendo aquella práctica infantil con la que se nos decía aprenderíamos a ser buenos besadores de grandes y que consistía en tomar el dorso de nuestra mano por la boca de alguien más y comenzábamos a besarlo, a chuparlo, a llenarlo de babas hasta dejarlo enrojecido... Este seguir hablando del acto de besar incrementa mi necesidad de hacerlo de inmediato.
Al salir del trabajo le mande un mensaje a Ryan: "T spero en ksa m urge bsarte =)". Iba manejando, pero no pasaron ni cinco minutos cuando el celular comenzó a vibrar, Ryan me respondió: "no puedo s cumple d mi sposa y si la djo sola m larga y no m dja ver los ninos =(". Puta madre, maldije y arrojé el teléfono al asiento del copiloto. Y justo en ese momento, vi que estaba pasando cerca de un lugar que creí que ya no existía...
55 pesos en la entrada. Un anciano que cojeaba cortó el boleto y me regresó la mitad: hice la suma de la cifra, pero el resultado no fue suficiente como para poder intercambiarlo por un beso -este era un juego que solía hacer en la prepa-. Podía entrar a la sala por cualquiera de las tres cortinas guindas y de terciopelo que había. Elegí la de la izquierda, será porque soy zurdo. Tras descubrir la cortina, ascendí por un breve pasillo inclinado y en penumbra. Nada se veía salvo la enorme pantalla al frente: un apuesto y rudo oficial que llevaba la insignia nazi en el brazo, aunque hablaba en italiano, tenía a una mujer rubia arrodillada frente a él, ella estaba totalmente desnuda y le suplicaba al oficial, esto lo leí en los subtítulos: muéstremela, oficial, déjeme comerle la pija. El oficial quitó el gesto de pocos amigos y se bajó la cremallera para mostrar un miembro que era como un rollo de galletas Marías que tenía en la punta un glande rojo y carnoso como una fresa de gran tamaño que poco a poco comenzó a lengüetear y a engullir la mujer placenteramente.
Y apenas mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, así como mi olfato a la hediondez de humores seminales en ese sitio, cuando percibí que alguien pasó junto a mí y se detuvo, su fragancia de mujer superó todo aroma. Cerré y apreté los ojos con fuerza para ver si así conseguía ver de una vez por todas. Al abrir los ojos vi que tenía junto a mí a una vestida que me clavaba su mirada como si creyera que yo accedería a algún tipo de proposición que ella me hiciera con los puros ojos. Me moví de lugar rápidamente.
Avancé hasta llegar a una especie de barda que me llegaba al pecho y me recargué sobre ella. La barda era el final de por lo menos unas ochenta butacas que se hallaban casi todas desocupadas, no había más de quince espectadores sentados. Me dí cuenta de que, como aves rapaces, había cuatro vestidas que hacían sus rondines por la sala buscando clientes, todas, portando ropa entallada y diminuta, zapatos altos de plataforma, cabelleras largas, maquillaje y perfume en exceso, de proporciones femeninas y, sin embargo, algo en ellas indicaba que ocultaban un ser masculino. Mientras hacía la revisión anterior, una de ellas, robusta, se puso a mi derecha, se acercó a mí y me dijo en voz baja: guapo, ¿me quieres chupar las tetas? Y con la luz azul que proporcionaba su teléfono celular iluminó un par de pechos gordos que si tuvieran la posibilidad amamantarían a un neonato. Yo sonreí tímidamente y negué con la cabeza: Mmmm..., dijo ella, tan varonil que te ves y te gusta mamar verga... Ella continuó su rondín y yo me dirigí al extremo derecho de la barda. Me dispuse a tratar de ver la película en la que el oficial nazi sodomizaba a la mujer quien con cada embestida del hombre emitía un grito agudo. Cuando menos me lo esperaba, volteé a ver lo que sucedía a la perfiera y sólo para descubrir que de la nada ya me veía rodeado: a la derecha por un joven enmochilado que estaba recargado sobre la pared; hacia atrás, sobre los escalones que conducían a una segunda planta de la sala de cine, por un hombre de baja estatura y complexión gruesa; a mi izquierda había un joven que como yo también se apoyaba en la barda y descaradamente traía su blando miembro de fuera y lo jugueteaba con sus manos para volverlo turgente. Cuando este último me ofreció su sexo que ya comenzaba a despertar, me moví de lugar una vez más y tomé asiento lo más lejos posible de esa jauría que me hacía sentir, aunque admito que un poco halagado, como si fuera también algo así como la carne fresca del día.
Ya ocupando una butaca, cerca del pasillo que en turnos era pisado por las cuatro vestidas, me dí cuenta de que a dos filas adelante de la mía había sólo un espectador más. La vestida que me mostró sus pechos antes, pasó y me reconoció por lo que se siguió de largo hasta llegar con ese espectador que yo había identificado. Cruzaron palabras que no pude escuchar porque en la pantalla los gritos de la mujer cuando era penetrada vaginalmente y lo que el oficial nazi pronunciaba en italiano no me lo permitieron. Ese espectador de dos filas adelante se levantó y caminó por el pasillo: era un joven moreno en exceso, de 19 0 20 años, su complexión era delgada pero hasta cierto punto atlética, llevaba el pelo casi a rape, traía un bigote simpático y un arete en el oído derecho, sus ropas eran ajustadas aunque no de muy buena calidad y sus labios no eran algo extraordinario. El joven comprendió que lo examinaba y me habló: estos pinches batos no te dejan en paz cuando vienes aquí, ¿vedá? Yo no le respondí, me limité a sonreír cortésmente. El joven, sin invitación ni pena, ocupó la butaca que estaba a un lado mío y comenzó a sacarme plática en voz alta mientras que yo procuraba guardar silencio:
-Estos pinches batos que se creen viejas, no mames...
-Pues si a ellos les gusta...
-Neee, la otra vez no me podía quitar a uno de esos pinches weyes de encima, me siguió por todo el puto cine hasta que le dí un putazo y lo tumbé.
-No a la violencia, amigo.
-(se ríe) ¿Es la primera vez que vienes al cine?
-No, pero tenía mucho sin venir.
-Yo casi todos los viernes, cuando no hay jale, me echo una vuelta por aquí.
-Ah... (el joven me extendió su mano)
-Me llamo Luis.
-Hola, Luis. (no lo quise saludar de mano)
-Ah, ¿me vas a dejar con la mano tirante? Wey, no seas cabra. (me reí y estreché su mano) ¿Y no me vas a decir como te llamas?
-(le mentí) Luis, también.
-Ah, no mames, somos tocayos. (hubo un silencio no muy prolongado y yo quise levantarme, pero él volvió a hablar) No te vayas, Güicho.
-(sonreí) No, me estoy acomodando en la butaca.
-Y ¿qué onda? ¿Qué hacemos?
-¿Que hacemos de qué?
-Te la mamo, me coges; me la mamas, te cojo. Lo que tú quieras. (en ese momento pasó una vestida y al vernos conversar tan juntos nos dijo putos)
-No somos putos, ¡pinche monstruo! (Luis se defendió)
-Shhhhh... (Luis me miró con su rostro de casi niño entusiasmado cuando le celebran por haber hecho alguna gracejada) ¿Y dónde quieres que hagamos todo eso que dices?
-Donde quieras, Güicho.
-Pues mámamela aquí. (le dije y comencé a desabrocharme el cinturón)
-Cobro 70 por mamarla, pero como estás bien bueno, te dejo la mamada en 50.
-(me reí) ¿Y si yo te la mamo?
-(él se rió y se rascó la cabeza) Te cobro 50, Güicho.
-Ah, ¿yo te la mamo y tú me cobras? (Luis no dijo nada) Y por cogerte, ¿en cuánto me sale?
-100 varos, pero no traigo condones, ¿tú traes?
-No, tampoco, yo no venía preparado para "eso"
-Todos vienen aquí a "eso". Fíjate como entran de 2 batos al baño (a un lado de la pantalla estaba el baño, cubierto por una cortina similar a la que ya había traspasado para entrar a la sala de cine, según Luis era el lugar idóneo para concretar encuentros sexuales fortuitos) Ahí cogen todos los batos...
-Yo no venía a "eso".
-Entonces, ¿a qué, a ver las pinches películas? Las películas están bien ojetes y bien rucas, están mejor las de internet, las "amateurs".
-Amateurs (corregí su pronunciación).
-¿Amateurs? (dijo él con extrañeza)
-Vine aquí por un sueño.
-(él se rió) Este bato está bien chisqueado.
-En el sueño alguien me besaba bien sabroso y como hoy no tengo a quien besar vine aquí a ver si consigo que se cumpla mi sueño.
-(se rió) A mí no me mires, mi amá me tiene prohibido que bese a los clientes.
-¿Tu mamá sabe que tú...?
-Sí, ella es la que me manda a venir aquí, me dice, de "eso" y nada, pues "eso".
-Inteligente tu mamá.
-Sí, pero, entonces qué, ¿te la mamo en 50 varos? Ándale, Güicho, para hacer la cruz.
-¿En cuánto me dejas un beso sabroso como el que soñé?
-No, Güicho, no me gusta besar a los batos.
-Wey, les mamas la verga, dejas que te cojan, ¿pero no te gusta besar a otro wey?
-Neee, besar a otro bato es de maricones...
-Si tú dices...
-¿Entonces no se arma nada? (de la cartera saqué un billete y se lo mostré)
-200 pesos por un piquito, así, levecito.
-200 bolas... pero no me vas a meter la lengua ni nada, ¿vedá?
-(me reí) No, hombre, no meto la lengua.
-Bueno, pero déjame te agarro la cara.
-¿Para qué?
-Para ver si estás rasposo. (Luis pasó su mano por mis mejillas, el mentón y por encima del labio superior, cuando terminó me dijo) No mames, Güicho, andas bien rasposo, va a ser como si estuviera besando a otro bato.
-(me reí) No, hombre, tú nomás cierra los ojos y para las trompas.
-Va, pero dame los 200 varos antes. (le dí el dinero y él se los guardó en el bolsillo del pantalón. Nunca en la vida había besado a alguien más joven que yo, siempre he tenido preferencia por personas que me superan en edad, alguna vez, cuando yo tenía más o menos la edad de Luis me aferré con alguien de 40 y que sólo me veía como una distracción para los fines de semana, es verdad que con los años se quita lo pendejo, al menos en mi caso) Ya estás, Güicho. Puta madre, nunca he besado a un bato (dijo Luis y yo me reí)
-Espero que no te enamores de mí... (le advertí) Porque las personas siempre se enamoran de mí con mis besos...
-Vedá...
-Bueno, cierra los ojos y para las trompas (cumplió al pie de la letra la orden y la cara que puso me dio mucha risa. Fui acercándome a su rostro y justo antes de que mis labios tocaran los suyos, cerré los ojos)
Entonces, alguien tocó a la puerta y dijo: ¿No te vas a levantar?

¡Puta madre!, maldije.

sábado, 12 de marzo de 2011

Recuento 4: Los Mudos Que Hablan Por Las Manos

Para Alejandro

Voz en off: El día y el año no importan, basta solamente con decir que todo sucedió en fecha reciente. El mes era marzo, una de sus primeras mañanas calurosas, a pesar de que aún fuera invierno... Negro.

El piensa que la anterior no fue la mejor manera de comenzar a contar la historia de los mudos que hablan por las manos. ¿Que quiénes son ésos?, se dijo a sí mismo, alguien pudiera llegar a preguntar; ésos, se respondió sin hablar, somos los que habitamos el mundo de hoy, los que vivimos en el momento que se nos escapa rápidamente como las palomas a los niños cuando las persiguen en la plaza... Negro.

El piensa que lo que acaba de decir no está tan mal, pero sabe que podría estar mejor. Entonces, comienza a contarse a sí mismo, sin adornos ni elocuencia, una historia de antemano conocida y que va ilustrando conforme escucha sus palabras pronunciadas en su interior. La pared pintada en un amarillo brillante que tiene de frente, funciona de perfecto lienzo para ver pasar el cuento que se cuenta:

Soy yo mismo, se dice. Llego al trabajo y veo que a excepción de Gaby, la muchacha que hace el aseo, no hay nadie más. Esta circunstancia me agrada porque así no tengo que hacer como que hago algo para que así no me diga nada el supervisor quien ya me tiene hasta la madre con su "puedes venir un momentito" cada vez que se da cuenta de que estoy apenas desocupado. Saludo a Gaby cordialmente y ella me responde de la misma manera, de rato la veo que no hace más que sacarse los mocos y hacerlos bolita para después arrojarlos al piso muy relajada. Antes de encender el equipo, mi costumbre es estirar la espalda y brazos en la silla giratoria, después, tronarme los dedos. Así lo hago, pero esta vez me da por observar las líneas en mis palmas: AY YA, me dicen. Les hago caso. Negro.

Ahora, es momento de revisar si hay reportes de clientes que se acumularon durante la tarde-noche del día previo. Son pocos, los atenderé cuando aquí se llene de compañeros a los que, como a mí, nos gusta hacernos los pendejos de rato en rato durante el día laboral. Antes, lo primero que hacía era revisar mi correo electrónico, el facebook, el messenger, etc. Hoy, me voy directamente a mi cuenta de twitter...
Y la verdad es que decidí crear mi cuenta al tiempo que buscaba dar inicio a una nueva vida: la fotografía en mi perfil es falsa así como también los datos de mi edad y lugar de origen, todo es pura ficción. Hubo un momento en el que titubeé al reparar en que varios de mis familiares, amigos y compañeros de trabajo ya contaban con cuenta en twitter así es que bajo este escenario, es decir, con mi nueva personalidad, jamás los seguiría ni solicitaría que me siguieran: cuando alguno me preguntaba si ya tenía twitter, me limitaba a responder, mintiendo, que no le veía el propósito a esa nueva tecnología y me reía de manera sardónica.

Lo primero que hice fue seguir a mis ídolos. Pero me dí cuenta de que no tenía ninguna gracia la pretensión de entablar conversación con un muro de adobe inamovible y que solamente profería palabras cuando se le venía la gana. Dejé de seguir a más de 200 de mis mayores inspiraciones en la vida, y que tenían su cuenta de twitter certificada, en tan sólo una semana. Fue mi mayor decepción en esta nueva red social, bueno, hasta la segunda, la más contundente...

Cuando entendí que la fotografía que había puesto, donde seleccioné al azar a un joven atlético y provocativo de entre tantas imágenes sugerentes que existen en el ciberespacio, no atraía a muchas personas, decidí cambiar el tono casi serio con el que me manejaba en mis tweets, traté de hacerme el gracioso suponiendo que eso sería lo que me proveería de más gente. Y resultó, mis palabras los enamoraron, llegué a casi 300 seguidores en una semana; después, cuando añadí el #síguemeytesigo acumulé 1000. Todo iba viento en popa y lo mejor era que no era yo sino alguien más el que se divertía gastando bromas pesadas y chistes a cuanto incauto se atravesara en el camino y eligiera de víctima para hacerle el día lo más desagradable posible. Muy pronto dejó de importarme el hacer sentir mal a los demás, al contrario esto me revitalizaba. Al cabo de una par de meses, yo era el soberano sobre más de 10 000 personas que me rendían pleitecía. Negro.

Voz en off: Esto que acabo de decirme, me recuerda la historia del flautista de Hamelin que con el sonido de su instrumento... No, más bien, al mito de las sirenas...

El pensamiento fugaz se disuelve y él vuelve a mirar a la pared para continuar con la historia:
Jaque mate a las estrellitas de telenovelas y programuchos locales; sin ser nadie ya incluso había superado el número de seguidores de muchos que se autodenominaban "famosos". Negro.

Empero, me dí cuenta de que me había convertido en un monstruitter tras experimentar dos situaciones en las que esto quedó más que evidenciado: la primera, cuando uno de mis primeros seguidores, hombre serio que me conoció serio, me sugirió que ya no escribiera tantas vulgaridades ni tuviera tan mala leche con los demás; pues no me leas puñetas, le dije, y vete a que te den por el culo, chúpame la verga, le dije y me sentí aliviado. Otra, cuando a un jovencito de unos dieciséis años y con un estrabismo y un labio leporino que no se podían disimular en la fotografía de su perfil, le dije todo esto: "¡Miren! Observen al hijo de El Hombre Elefante y Susanne Boyle, Cuasimodo microcefálico que fue criado por los perros cuando sus padres no le encontraron ningún sexo entre las piernas. Miren al abominable engendro que se ha atrevido a insultarme con un no mames desabrido, búrlense todos de su ineptitud y fealdad".

Voz en off: Qué abyecto fui...

La mutación de tímido ratón de biblioteca hacia un ser sin nombre y totalmente desinhibido, tomando en cuenta que esto únicamente tenía lugar bajo el anonimato, sucedió paulatinamente y casi sin reparar en ello. De tal manera que, como el poder que suponía tener era tanto, ya no me daba miedo siquiera mentarle la madre a mandatarios, estrellas de cine y televisión, periodistas, literatos, cienastas o reconocidas figuras del deporte, obviamente que todos aquellos incautos que creían que por tener 500 followers ya eran famosos y se merecían el respeto de todos, eran sobre los que recaían los insultos más ingeniosos y duros. Al fin y al cabo contaba ya con esos más de 20 000 seguidores quienes me festejaban todas mis ocurrencias. Les daba tal risa que me alentaban a seguir escribiendo más y más insolencias, más tonterías de las que ese monstruo se alimentaba y le hacían crecer desmedidamente: su desproporcionado tamaño asombraba incluso al ser que tras apagar el equipo emergía pero ya muy disminuido en relación al otro. Negro.

Pero a todos nos llega nuestro día de juicio final. Cierta mañana, entre mis nuevos seguidores encontré la imagen de un joven no mayor a 30 años. La descripción en su biografía me pareció concisa y explicativa a la vez, sobre todo, auténtica. La fotografía en su avatar no parecía que fuera de alguien más y menos trucada. Para cerciorarme de esto, una vez que yo le dí follow, le pregunté si era él en la fotografía. Sí, yo nunca pondría una foto que no fuera mía en mi perfil, me respondió. Negro.

No hace falta especificar que con el transcurso del tiempo lo que inició como un enamoramiento pueril se convirtió en cosa seria, sin embargo, para él todo se resumía en ser una amistad que se limitaba a la dichosa realidad virtual. Él no entendía que para mí la realidad virtual podía llegar a significar más que la realidad real, por llamarle de alguna manera a esa realidad cotidiana que consistía en un ir y venir, como bajo cierto trance hipnótico, de un punto a otro todos los días, ver a las mismas personas y fingir estar a gusto a su lado cuando donde mejor me sentía era frente a esa pantalla y siendo un rey con más de 20 000 súbditos. Negro.

Un buen día de marzo, caluroso por cierto, aunque seguía siendo invierno, la primavera quedaba a exactamente quince días, me doy cuenta de que el objeto de mis deseos, que para mí nunca significó un sujeto, asegura en su primer tweet del día que ha conseguido pareja a través de twitter, que la noche pasada sostuvieron un encuentro cibersexual y no sé qué tanto más. Antes que pensar en molestar al conductor del noticiero local mandándole tweets coléricos, me lleno de rabia, de celos, como si en realidad ese joven amable y que me felicitaba siempre por mi ingenio a la hora de elaborar insultos, fuera de mi pertenencia: mi posesión absoluta. Negro.

Le mandé un DM:
-Cómo está todo eso, eh??
-Hola!! Qué "todo eso"?? No entiendo q me qieres dcir :S
-Hablo de eso que dices... Que tienes "novio"
-Jajajaja es un rollo que traemos unos amigous y yo
-...........
-Y esa línea d puntos q significa??
-...........
-Si no vas a dcir nada, amiguitou, le paramos porq yo sí tengo cosas q hacer
-Y yo también, pendejo!! Lo que te quiero decir es que me emputo porque estoy enamorado de ti!!
Negro.

Las consecuencias de mi destape fueron que no me quisiera hablar, primero, aunque le pidiera perdón una y mil veces y yo insistiera en que había sido un momento de enojo por otra cosa y que me había desquitado con él, pero ni así volvió a escribirme nada. Consecutivamente me bloqueó, me dio unfollow. Me sacó de esa realidad co-creada por él y yo. Pero yo no me daría por vencido tan fácilmente. Negro.

A pesar de que nunca intercambiamos números telefónicos, haciendo constar que él varias veces me lo propuso con el fin de continuar el relajo iniciado en horas de trabajo, para mí no fue difícil encontrar su dirección. Yo le había dicho que era de Guadalajara, él aseguraba que era de Monterrey, lugar donde realmente recido, por lo que escribía me había dado cuenta del lugar donde trabajaba. Busqué el número telefónico en la sección amarilla y llamé a la empresa y pregunté por su nombre, eso sí, su nombre con todo y apellidos sí lo conocía. Por el momento no se encuentra, hoy descansa, me hizo saber una joven. Sí, señorita, mire, lo que pasa es que habla el Dr. Gámez, inventé, necesito darle los resultados de unos análisis personalmente y es muy importante que no pase del día de hoy, ¿me podría proporcionar su dirección? La muchacha dudó, ¿Dr. Gámez, verdad?, dijo. Así es, le mentí. Permítame un momentito. No pasaron ni cinco minutos para que la crédula recepcionista me facilitara toda la información que necesitaba. Negro.

Tan pronto salí del trabajo, me dirigí a su domicilio. Vi que su carro estaba estacionado, modelo reciente y negro. En no más de hora y media, él salió de su casa. Era más delgado y alto que yo, llevaba barba de candado, su piel era morena y tenía un aire de árabe, la fotografía en su perfil no era tan reciente como suponía. Se fue en su carro y yo me puse a esperar a que regresara. Negro.

El se disponía a abrir la puerta de su departamento cuando me le acerqué y le hablé por su nombre, el no me reconoció, y cómo iba a hacerlo si mi fotografía de perfil era ficticia y ahora tenía a un hombre bajito, calvo y de poco más de cuarenta y cinco años frente a él. Hola, lo saludé cuando la distancia entre ambos ya era mínima, pero no me contestó. Dirigió su mirada hacía mí y se sorprendió, llevaba en sus manos bolsas de un supermercado. ¿Se le ofrece algo?, me dijo. Hasta entonces habíamos sido dos fotografías que intercambiaban palabras con una pantalla de por medio... nuestras manos habían sido nuestras bocas, nuestros ojos los oídos... Su voz fue tal y como imaginaba que sería... él, como yo, hablaba golpeado... Le dí con un fierro en la cara, para ser más preciso en el pómulo derecho. Se desplomó, pero no quedó inconsciente:

-¿Acaso no sabes que los followers de twitter son los nuevos stalkers? -le dije.
-Eso te lo robaste de alguien más. -dijo, cubriéndose con las manos el rostro, evitando la serie de golpes, por lo menos unos cuatro tubazos más, hasta que le saliera sangre del oído y quedara inmóvil. De la cajuela del carro saqué una segueta y me aseguré de que nadie pudiera ver lo que me disponía a hacer trasladando su cuerpo hasta detrás del carro. Negro.

La cabeza de Axel se conserva al interior de una bolsa negra para la basura en el congelador del refri de mi casa. Todas las mañanas antes de salir al trabajo, le echo una mirada y en ocasiones paso la mano por la bolsa para sentir sus facciones. Gracias al frío siempre será un lindo. Negro.

Claro que nadie investigó el caso y si lo llegaron a hacer seguramente se lo adjudicaron a los carteles, a los zetas, qué sé yo, como no me gusta ver los amarillistas noticieros locales no supe si lo que hice se volvió una nota roja más. Negro.

Y aquí estoy, se dice, tras revisar mis menciones en twitter reviso a mis nuevos followers. De pronto, encuentro a alguien que llama mi atención. Claro que nunca llegará a suplantar a Axel, pero algo es algo. Lo que pone en su biografía no me parece nada sobresaliente. Le doy un clic para ver su fotografía ampliada: su tez es clara, lleva lentes, su cara es redonda o cuadrada y tiene un mentón prominente, no pasa de los 30, alza la ceja como María Félix por vanidad, tiene boca de chupón, pero algo es algo. Ojalá y éste no me salga tan remilgoso como el otro. Te voy a dar follow @carlos_aldamas. Negro.

Voz en off: No hace falta ser un genio para decir que si este último twit-friend no se comporta a la altura de mis exigencia, se convertirá en la segunda víctima.

El deja de ver la pared, se encamina a continuar esa otra vida empezada y que empequeñece a la real, después transcribirá ese cuento que se ha contado sobre los mudos que hablan por las manos.